Por José Guerra
Tenemos que salir del laberinto político en el cual nos encontramos. Un laberinto es un espacio donde uno se mete y después no puede salir. No sabe si tomar el camino del norte o del sur, del este o del oeste al no percibirse una salida evidente. En esta situación nos encontramos hoy. Todos son dilemas.
Gente respetable se niega a cualquier negociación con Maduro y su régimen a partir de su caracterización como una corporación criminal a la cual hay que sacar con una acción de fuerza. Aunque esta tesis puede lucir muy atractiva, resulta impráctica e inaplicable, toda vez que no se puede materializar. Estados Unidos saliendo apresurado de Afganistán, tras veinte años de permanecer allí, no se va a meter en una aventura en Venezuela; menos las fuerzas militares de países latinoamericanos, cada una con su propio drama. Una fuerza expedicionaria armada está condenada a una derrota anticipada que consolidaría todavía más a Maduro en el poder, a parte de concitar el repudio mundial. La política de más sanciones no ha funcionado como muchos esperaban. Con las herramientas del comercio internacional y con muchas dificultades, las exportaciones petroleras se siguen realizando.
México ha abierto una rendija tras cuatro intentos fallidos para llegar a un acuerdo que permita la convivencia política y el respeto a la Constitución, que en última instancia es lo que se busca. Una negociación implica el reconocimiento de las partes en conflicto y siempre la solución es intermedia, donde cada sector cede para facilitar el acuerdo. Después de un largo y complicado proceso de acercamiento, facilitado por el gobierno de Noruega, se ha llegado a un entendimiento inicial para una hoja de negociación mediante la cual se reconoce el control territorial que tiene Maduro y se abre un dialogo sobre las sanciones a cambio de una ruta electoral que implique elecciones transparentes, verificables y justas, el respeto a los derechos humanos y la atención inmediata a la emergencia humanitaria, que aqueja al pueblo venezolano. El caso de los presos políticos es un tema que no puede obviarse, lo mismo que el de las inhabilitaciones.
Nadie garantiza que la negociación de México será exitosa pero lo peor que podemos hacer es condenarla y obstaculizarla desde el inicio.
Será un proceso largo y hay que prepararse para sus altibajos, pero en esta coyuntura parece ser la única vía para que las fuerzas democráticas se oxigenen y vuelvan a la acción política con una opción clara de poder. Lo otro es seguir soñando despierto, vivir de una ilusión y continuar siendo una fuerza testimonial de valentía y sacrificio pero sin ninguna opción real de ser gobierno, para a partir de allí iniciar el tortuoso camino de reconstruir la fibra fracturada de la nación venezolana y con ello devolverle la esperanza un pueblo hoy arruinado por un régimen que desperdició y dilapidó los ingresos más grandes que haya tenido Venezuela en toda su historia.