Por Luis Barragán
Hoy, es martes de carnaval. Un referente de forzado asueto a favor del régimen que no tuvo que esperar a la consabida pandemia para intentar y realizar al país del inmovilismo perpetuo.
Un día después de la fecha aniversaria de la batalla de La Victoria, y antes del otro de las banalidades extremas que únicamente conjura Joaquín Sabina con una de sus canciones sobre los amores que matan y nunca mueren. A las puertas de la Cuaresma, unos gritan la urgencia de romper el tedio al mismo tiempo que otros gozan del privilegio de recrearse al vaciar demasiadas veces sus bolsillos de enmudecido origen, en medio de la tragedia humanitaria de hondo calado. No obstante, luce pertinente recordar las carnestolendas de 95 largos años atrás, advertidos por algunos que empava su sola invocación.
Finalizando la primera semana de febrero de 1928, la coronación de Beatriz I (Peña Arreaza) en el Teatro Municipal, parte de la programación ucevista de la Semana del Estudiante, constituyó todo un acontecimiento en la Caracas de entonces, siendo notable la invitación cursada por El Nuevo Diario, órgano oficioso y marcador de la espeluznante dictadura. En una crónica tardía y más bien fotográfica, ya impresa y juzgada de inofensiva distribución por su director, el cauto Lucas Manzano, la edición de fecha 11 de mes de la revista Billiken, orientada al entretenimiento hogareño de un sector agradecido y cosmopolitano del gomecismo, reseñó la elección de la reina de los carnavales estudiantiles, quizá dándole un sello particular a la emergente clase media petrolera.
Epígono de la Asociación General de Estudiantes (AGE), cancelada como la universidad misma años atrás, la sagaz iniciativa correspondió a la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), presidida por el estudiante del último año de derecho, Raúl Leoni, completando la faena con una inusitada movilización hacia el Panteón Nacional, cuyo acto también trascendió como el otro realizado en el Teatro Rivolí, repletos de un ya inocultable mensaje de indignación y rebeldía. El país pretendidamente rendido y adormecido, se enteró de la existencia de Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Pío Tamayo, Joaquín Gabaldón Márquez, Guillermo Prince Lara que, entre otros, prontamente fueron detenidos y enviados a La Rotunda, y, con la entrega voluntaria de muchísimos otros estudiantes, sumaron más de 200 las personas destinadas al Castillo de Puerto Cabello, a trabajar en las carreteras, al exilio y a la muerte, como Pío.
Los eventos planteados igualmente como una fórmula para recoger fondos para el gremio estudiantil, adquirieron prontamente una radical significación política que no sólo expresó el alzamiento del Cuartel San Carlos a la vuelta de pocos meses, sino que facilitó su interpretación como el acabado fenómeno generacional de una prolongadísima influencia, la que no tuvieron los muchos coetáneos de 1810 al sucumbir la llamada primera república, ni los de 1958, aunque se les reconoce la enormidad de su peso histórico tampoco igualado por los relevos más o menos recientes del presente siglo, con las excepciones de rigor. En todo caso, recordemos en la presente nota escolar sobre los fabulosos carnavales de 1928, el ciclo ortegueano de las generaciones preparatoria, histórica y delincuente de hacer caso al mecánico esquema en boga por bastante tiempo en estas comarcas.
Sentida tímidamente la primera bonanza petrolera al iniciarse 1974, la versión teatral de Fiebre, la novela de Miguel Otero Silva alusiva a los sucesos de 1928, montada en la vieja sede del Ateneo de Caracas, causó un extraordinario impacto en el suscrito, otrora principiante del bachillerato. Cuatro años más tarde, supimos de la polémica cincuentenaria que impediría a Betancourt pisar la Ciudad Universitaria para el magno aniversario, por el militante sectarismo de los supuestos defensores de la autonomía que, una vez en el poder, pasados veinte años, aún son quienes feroz y mórbidamente la conculcan.
Paulatinamente, fuimos olvidando aquellas jornadas históricas, como cualesquiera otras del XX que todavía no caben en el imaginario artificioso y artificial del XXI, añadida la mismísima noción del liderazgo estudiantil y el necesarísimo testimonio histórico al que está obligado. Hecha añicos una tradición de luchas, ni siquiera por curiosidad nos asomamos a aquellos eventos, contaminados los actuales de un sentido vacuo, anodino, alegremente efímero, como ocurrió en aquél acto del 21 de noviembre de 2022, en un distante auditorio al cual también fuimos invitados para escuchar al quinteto directivo de la Federación de Centros de la UCV, mientras el gobierno era dueño del acceso principal de la Ciudad de Villanueva gracias a una estridente tarima.
El quinteto se declaró ajeno a lo acaecido en 1928 y 1958, clamando por una capitulación frente al actual régimen, deseoso de la atención que pudiera dispensarle la llamada AN de 2020 que los sabe muy bien de los abnegados diligenciantes y hasta tribunos de la AN de 2015. Ahora, pendientes por meses los comicios estudiantiles, la bulliciosa protesta es por lo servido en el comedor, como jamás lo hicieron con el precario presupuesto universitario y, mucho menos, por la violación del recinto y la autonomía por Nicolás Maduro y su gente, pero – eso, sí – el camión de las cerveza llega puntual a los federalísimos.
Posiblemente, los días más sobrios del año serán los de este carnaval. Demasiadas piruetas nos esperan del enmascarado gobierno que querrá postergar las presidenciales, porque ni con trampa ha de ganar.
* Por razones obvias de edad, en esta ocasión la fotografía que ilustra la nota NO la tomó L. Barragán.