
Por Eduardo Martínez
El éxodo no ha sido una moda. Ha sido una “salida” para más de 7 millones de venezolanos que han emigrado. Cuando la gente, sumida en la miseria -se dio cuenta que los que se habían ido empezaban a enviar dolares para ayudar a sus familiares en Venezuela- también empezaron a irse.
Fue una decisión personal, que como toda decisión, asumió riesgos. Algunos pudieron llegar a casa de familiares o amigos que se fueron antes. Otros, prácticamente se lanzaron al vacío de llegar a lugares donde nunca antes habían estado, y además no conocían a nadie.
El prototipo del emigrante
Tal fue el caso de un venezolano de Santa Elena de Uairén, en el estado Bolívar. Lo conocí en el 2016 en el Arepazo del Doral -en Miami- la Meca de de los venezolanos en Estados Unidos.
Había llegado pocas semanas antes. Contó que un día vino a Caracas en autobus, para sacar la visa de turista y entrar a los Estados Unidos. Regresó a su pueblo para buscar la maleta, y se devolvió a Caracas.
Al llegar, se montó en otro autobus con destino al aeropuerto de Maiquetía, donde durmió esa noche. Al día siguiente, en el primer vuelo se fue a Miami. Fue su primer viaje en avión. Nunca antes había viajado al exterior. Y muy probablemente, había sido su segundo viaje a Caracas.
En Miami buscó a Lorenzo, el dueño del Arepazo, de quien le dijeron que le ayudaría a conseguir donde vivir y a buscar un trabajo. Que era algo así como el “consul” de los venezolanos.
Podemos decir que este pasaino es el prototipo extremo del emigrante venezolano de nuestro tiempo. Sin conocer a nadie, y con algunas vagas referencias, se fue a la aventura de la diáspora en búsqueda de oportunidades que no encontraba en su país.
El inicio
En el 2016, la creciente emigración de venezolanos no se percibía todavía con claridad dentro de Venezuela. La gente se iba, graneadita. Los jefes de familia dejaban a la mujer y a los hijos. Ya enviaría los pasajes por el resto de los suyos.
La crisis económica había empezado en el 2013. Con tantas cosas que nos han pasado desde entonces, no recordamos que todo empezó con la escasez de papel toilet y pañales desechables. Luego seguirían las medicinas. Para cuando nos dimos cuenta, faltaba de todo en bodegas, mercados, supermercados y farmacias. Cuando aparecía un producto, o estaba a punto de desaparecer, limitaban la cantidad.
A la avalancha que comenzó a emigrar en vuelos comerciales, seguiría la de los autobuses saliendo por la frontera con Colombia, y más tarde hacía Brasil por Santa Elena de Uairén. Luego, saldrían por lanchas y peñeros hacia las islas de Curazao, Aruba, Bonaire y Trinidad. Finalmente, y hasta nuestros días, a pie desde las ciudades fronterizas de Cúcuta y Maicao. Así han llegado a pie, por el norte al Río Grande para entrar a los EEUU; y por el sur, hasta lugares tan lejanos como Chile y Argentina.
La emigración de los venezolanos, en ningún momento ha desagradado al régimen. Hasta se piensa que les “cayó como anillo al dedo”.
Ante la escasez de bienes de consumo, y de dólares para importar los bienes que ya no se producen en el país, la diáspora de hasta un tercio de la población, significa que el país se ahorra un tercio de los alimentos y otros bienes. Así de fácil.
A los venezolanos nos gusta decir, para resaltar la importancia de nuestro país, que es la primera vez que se presenta por vez primera ese fenómeno migratorio. No es así.
En la Cuba de Fidel Castro, el régimen comunista alentó en sus inicios la masiva emigración de quienes le adversaban. Esa política tuvo variantes en los años sucesivos. Pero en el desastre e improductividad, de ser el gobierno propietario de todas las empresas -diktat soviético- se ahorraron dinero y disminuyeron el descontento de la población al disminuir la cantidad de bocas que se tenían que alimentar.
Un problema de tamaño
En el caso venezolano, debemos analizar la situación desde otras perspectivas.
La economía, desde el 2013, se ha reducido en un 80% por ciento de lo que era antes. Esa es una cifra enorme. Y sin entrar a analizar una mayor cantidad de variables, podemos decir que ya no cabemos todos. No hay lugar para que los venezolanos puedan tener una vida digna.
Como no se ha solucionado el problema político -que cambie los parámetros que definen el que hacer económico- los venezolanos se van. Sobre todo los jóvenes.
Desde el punto de vista presupuestario, el efecto producido por la inflación y la devaluación, nos ha llevado a una pensión $1,50, y a un salario mínimo integral de un poco más. No hay dinero para pagar más.
La política distributiva del régimen, luego que aceptara la dolarización de la economía, no puede repartir los dólares que no tiene. Por eso han controlado con mano de hierro los salarios y pensiones referenciales. Entre el desabastecimiento y alimentar a la gente, el régimen ha apostado al relleno de los estantes y vitrinas de mercados y comercios -con precios inaccesibles- a expensas del hambre y la miseria.
La verdad, que con el tamaño de la economía venezolana, ya no cabemos todos.
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