por: Víctor Maldonado C.
“El destino conduce… o arrastra…”
Séneca
Una frase conmovedora forma parte de una carta escrita en los momentos que antecedieron a la debacle del gueto de Varsovia. Yosef se despedía, pero intentaba hacerlo con dignidad, tendiendo el puente entre una heredad ancestral y un Dios airado en quien, sin embargo, seguiría confiando hasta el último minuto. “Ya no falta mucho para que la casa en que me encuentro se transforme, como todas las otras del gueto, en la tumba de sus defensores”.
Tomo prestada la imagen y el concepto porque, salvando las distancias, algo similar está ocurriendo en nuestro país. El gobierno tiene un plan de destrucción nacional que ha asumido como parte imprescindible de la construcción del comunismo, pero que debe instrumentar por etapas y tratando de guardar las apariencias. Esa es precisamente la lógica inmanente del gueto económico: exclusión progresiva, cerco a cualquier posibilidad de expansión o crecimiento de la empresa privada, construcción en paralelo de una alternativa que la termine mostrando como redundante, y llegado el momento, asumir como nueva realidad su absoluta prescindencia.
Esta tríada de perversidad se ha ido implantando a través de una guerra administrativa pertinaz. Cada ley, decreto, regulación o nueva organización institucional ha estado pensada en términos de los grados de libertad que puede expoliar a la sociedad abierta y su régimen económico. Este gobierno tiene un plan siniestro en el que “no da puntada sin dedal”. Todo está previsto para ir sustituyendo un régimen por otro, aun pagando el costo en términos de destrucción de la prosperidad que ya estamos sufriendo. En el municipio Libertador del Distrito Capital hay una resolución que impide hacer publicidad y exhibir el nombre de los comercios. Otra norma obliga a montar una “Santamaría” de rejas microperforadas que evita el cierre visual y expone a los establecimientos a una disolución entre lo que son sus espacios privados y aquellos que son públicos. En Caracas es prohibitivo identificar el camión de la empresa con los lemas, colores y marcas. De eso se trata, de ir borrando cualquier lógica de competencia, cualquier señal de diferencia, cualquier alusión a las alternativas.
La lógica del gueto también impone la confiscación de los activos productivos. En la siniestra época del nazismo, el proceso se llamó “arianización”. Aquí la conocemos como la insurgencia de la propiedad comunal o social. En ambos casos se les arrebataba a sus legítimos dueños para trastocarlos en nuevas formas de represión y fortalecimiento del régimen. Algunos, en aquella época y en esta, intentaron colaborar. Asumieron que no podía ser tan malo y que no se podía perder la oportunidad de entrenar la capacidad de adaptación, que “hablando se entiende la gente”. El colaboracionismo de aquella época fue esplendorosamente analizado por Hannah Arendt en su libro “Eichmann en Jerusalen o La banalidad del mal”. Ella se refería al sentido burocrático del fenómeno totalitario y a la crisis de conciencia que le es concomitante en aquellos que organizan la persecución o se pliegan a ella aun sabiendo que no puede haber otra consecuencia que la destrucción y la muerte. El legendario método Chaaz fue solo el comienzo de un patrón de conducta que ha venido sedimentándose y que ha hecho perder a muchos la capacidad de juicio moral.
Porque ¿cómo se puede pensar siquiera que haya alguna forma digna y sostenible de encontrar espacios de cooperación con un gobierno cuyo plan explícito es la sustitución de los derechos y libertades económicas por una condición nueva en la que rija la conciencia revolucionaria y el estado de las comunas? ¿No es acaso el destino el resultado de esa interacción entre los autores del crimen y las víctimas que con tanta insistencia propuso Raoul Hiliberg? ¿No estamos siendo demasiados ingenuos cuando insistimos en calcular la cuadratura a este círculo totalitario que no soporta a la empresa privada ni cualquier otra expresión de independencia y de alternancia?
Lo cierto es que el gueto económico sigue apretando el cerco. Las nuevas decisiones que atañen a las ganancias y precios, las que obligan una vez más a la contratación de empleo improductivo, las que extienden los beneficios sociales en tiempos de recesión, o que insisten en cierres punitivos y el arrebato de la propiedad privada por el mero gusto de verlas destruidas, son signos inequívocos de la intención que está detrás de cada acción decidida por el gobierno. Y la pregunta es y sigue siendo la que formuló Arendt, ¿nos vamos a dejar conducir por el sendero del oprobio sin oponer resistencia? ¿Vamos a seguir abrazando a nuestros verdugos con ese talante tan pendejo de aquellos que creen que ellos sí se van a salvar?
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