Para los presos políticos lo que hace falta es una llave
Por Eduardo Martínez
Con nuestra manera de ser, complicamos siempre las cosas. Para cada problema, lo vaya a analizar el régimen o la oposición o ambos, lo primero que se hace es montar una comisión o una mesa de trabajo. Corriendo de esta manera la probable solución hacia un futuro casi siempre lejano.
Como las cosas son de por si complicadas -porque si no lo fueran, no serían problemas- nunca falta que se vayan complicando aun más. Como por ejemplo buscar un lugar para “negociar”, a miles de kilómetros de distancia, en una especie de tour de negociación: Madrid, Noruega, México, Dominicana, y otros lugares que no sabemos por “aquello” que hay cosas que no “se dicen” o revelan por cuanto “no todo se puede decir”. “Echaría a perder la negocaciación”.
No se entiende que los problemas, a pesar de ser de aquí y de venezolanos, tengamos que ir a discutirlos en países donde seguramente no les importa lo que nos pasa. Y si les importa, correríamos el riesgo de estar ante intereses no nuestros.
Sin embargo, bien podríamos reunirnos en la sede de la Nunciatura, o como hacemos en la Isla de Margarita cuando queramos alejarnos de la civilización, escapándonos a una playa desierta bajo el techo de zinc de una taguara con sancochos y empanadas de cazón.
La locación también pudiera ser en Mérida, Canaima, Coche, o en La Orchila, donde dicen que Pérez Jiménez perseguía a las chicas montado en una Vespa.
Para no hacer más larga esta nota, vamos a aterrizar en el escabroso tema de los presos políticos. Venezolanos hacinados en calabozos insalubres, muchos de ellos sin juicios, olvidados, y que en muchos casos nadie aboga por ellos.
La solución es muy sencilla: tomar la llave de los calabozos, abrirlos y que esos presos políticos salgan caminando libres a la calle.
Lo que los separa de la libertad es ni más ni menos una llave. No compliquemos la cosa.