Victor Maldonado. El cuadrante del amor

Por: Víctor Maldonado C.

Razón tenía el precursor cuando paseaba su desazón por las calles de esa primera república repitiendo maníacamente que “este pueblo es puro bochinche”. Anticipaba esa incapacidad para atenerse a la disciplina, mantener los compromisos y reciprocar el esfuerzo de los demás en forma de solidaridad. Fue, en ese sentido, un visionario. Porque doscientos años después el jaleo continúa. No importa si los que participan del desorden son doctos o puro pueblo, se trata simplemente de esa ceguera tan particular capaz de abortar cualquier estrategia, por buena y legítima que ella sea.

No importa si los que conspiran tienen o no experiencia, todos ellos se comportan como una gran barra a medianoche. Todos gritan y vociferan, todos proponen y organizan celadas. Uno a uno, mientras se descuenta la madrugada, va encontrando razones de su lado y sin razones del otro, mientras se van posesionando del cargo apetecido “si todo resulta como lo estamos maquinando”. Puro bochinche.

La realidad, mientras tanto, continúa su curso. El que está enfermo, sigue enfermo. El país sigue descomponiéndose entre los apagones, la escasez, la violencia y la inflación. Y la alternativa unitaria, sigue sorteando obstáculos propios y ajenos. Siguen los “encuesto-oráculos” dando gritos y anunciando caídas estrepitosas por un lado y extrañas resurrecciones por las otras, y las chequeras de unos pocos se van llenando. Un mundo falaz se va imponiendo en las conciencias de las gentes. Embaucador e insensato, pero que sin embargo la gente compra, como si el país se pudiera subastar en una competencia de salivazos. Algunos, los de siempre, auguran un desastre “que ellos solos pueden parar”, entre las maromas de unos extravagantes acuerdos, y el repudio a lo que ha sido hasta hoy el proceso más legítimo del país en los últimos 13 años. Algunos, reflejos especulares de este chavismo caudillezco y de montoneras quieren salir de él con el mismo método que el chavismo usa: el dedo. Para estos escandalizados y ansiosos venezolanos, no hay más tiempo que el que ellos tengan para montar una conjura, salir de los acuerdos unitarios, derrocar al candidato de la unidad, y colocar al José Vicente más acomodaticio posible como presidente de transición. ¿Y por qué?

 La respuesta forma parte del mejor repertorio de la necedad bochinchera venezolana: para evitar la violencia, garantizar la paz, y evitarle al candidato que se queme en el camino. Puro amor pues. Puro amor del bueno. Amor a la venezolana, diría yo, matricentrista, alcahueto, fraudulento e interesado. Porque todas estas afirmaciones son falaces.

La primera falacia son los resultados supuestamente catastróficos de las encuestas. ¿Cuáles? Las que el gobierno pone a rodar por el mundo a partir de una muy bien organizada operación propagandística, que nosotros nos tragamos entera. Y sus variantes locales, desde aquel que dice que Chávez es una especie de dios perdido en la tierra, hasta el otro que con cara de ejecutivo serio advierte, propone y anuncia, con la impertinencia que lo caracteriza, lo que no son sino verdades a medias.

La segunda falacia es que ellos tengan algún poder, fuerza o reputación para administrar la transición. Son unos terroristas de oficio, tal vez excluidos o relegados por procesos históricos que no pueden controlar. ¿Quién puede conducir mejor cualquier escenario de transición que aquel que tiene el aval de una victoria en primarias que congregaron a tres millones de venezolanos? ¿Quién le ha preguntado al candidato si quiere eximirse del riesgo?

La tercera falacia es que haya desplome de la opción democrática. Lo que hay son aspiraciones conspirativas de las viudas de sus propias frustraciones. Y eso tiene una tesitura moral tan baja, que debería merecer el repudio nacional y no este estado de ansiedad e incertidumbre de los que se interrogan sobre cuánta razón pueden tener.

Toda estrategia es perfectible y complementable. Pero a la mitad del juego no cooperan para nada ni los histéricos ni los fatalistas apocalípticos. Pregúntese ud. querido lector por qué algunos opinan y dicen con tanta extravagancia, y asómese a la ventana de la realidad para que aprecie si lo que algunos vociferan se parece a lo que se puede palpar de primera mano. Si no es así, por lo menos dude. Si todavía le preocupa algo, participe más.

Y dudar como nunca de aquellos que quieren poner al lado al candidato “para evitarle malos ratos”. Eso es perversidad pura. Él se lanzó porque quiere conducir al país en este momento, aquí y ahora, con todas las consecuencias. Si alguien le hubiera preguntado a Rómulo, él habría dicho lo mismo. Así es la política de la buena, no la de los pendencieros que andan por allí o por allá, falsos oráculos, con más de una mala razón para desanimar al país y descomponer el liderazgo. Ellos son más metástasis que la obvia, y contra ellos hay que prevenirse más y mejor.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *