Anibal Romero: Fundamentos de Teoría Estratégica

Anibal Romero: Fundamentos de Teoría Estratégica

Spread the love

Por Anibal Romero

La teoría estratégica tiene sus raíces en el ámbito militar, pero su relevancia trasciende los enfrentamientos bélicos, e incide sobre múltiples espacios de la interacción social. De hecho, la teoría estratégica es una disciplina de fundamental importancia para el análisis y manejo práctico de los escenarios de conflicto y competencia, tanto en la guerra como en los negocios, entre otros campos. De allí que toda institución, cuerpo militar o político organizado, empresa o corporación que deba existir en un marco competitivo, requiera poseer en su seno personas intelectualmente entrenadas en la teoría estratégica.

En lo que sigue, y de modo muy resumido, expondré algunos de los aspectos principales de la teoría de la estrategia, basándome para ello principalmente en las reflexiones del gran pensador prusiano del siglo XIX, Carl Von Clausewitz. Mi propósito es que las personas que lean estas notas, extraigan de las mismas principios y conclusiones útiles para su desempeño, en el terreno profesional que les sea propio.

La obra de Clausewitz tuvo sus orígenes en las experiencias del autor durante las guerras napoleónicas. Su obra clave, el tratado De la Guerra, es en muchos sentidos la expresión del medio intelectual y sociopolítico que el autor conoció de manera directa. No obstante la relevancia contemporánea de su obra me parece innegable.

Clausewitz produjo un estudio decisivo en momentos en que la naturaleza de la guerra experimentaba cambios importantes. En efecto, con la Revolución Francesa dos elementos cualitativamente nuevos entraron a formar parte del fenómeno de la guerra: en primer lugar, la movilización de las masas populares para la guerra; en segundo lugar, la necesidad de justificar ante esas masas los objetivos políticos de la guerra.

Durante esos años, a partir de los sucesos revolucionarios en Francia, la guerra toma un nuevo carácter, y es utilizada conscientemente para cambiar la historia y los sistemas sociales. La nación entera entraba ahora en guerra, sustituyendo a los ejércitos mercenarios del pasado. Por otra parte, los objetivos políticos del Estado revolucionario adquirían más amplias dimensiones, hasta incluir la construcción de un nuevo orden europeo.

Antes de la Revolución Industrial, la movilización total de los recursos nacionales para la guerra no era posible. Las economías de subsistencia no podían sostener operaciones militares a gran escala como las que acompañan la guerra moderna. Los ejércitos estaban compuestos por mercenarios, sin el impulso moral de los nuevos ejércitos nacionales. La Revolución Industrial en lo económico y la Revolución Francesa en lo político hicieron posible la movilización total de recursos que caracteriza la guerra moderna a partir de Napoleón. Clausewitz comprendió que la guerra no podía ser ahora sostenida sin la participación entusiasta de las masas; se trataba entonces de envolver a las masas —a través de la guerra— en un nuevo acto de creación social.

El valor de la obra de Clausewitz no es meramente histórico. Su significado práctico para nuestra época se encuentra sintetizado en una idea aparentemente simple, pero en realidad de enormes consecuencias políticas: la guerra —toda guerra— es y debe ser un medio, y no un fin en sí mismo. El tema central de su obra está resumido en estas frases: «La Guerra no es solamente un acto político, sino también un real instrumento político, la continuación del comercio político, la realización de la política por otros medios». Esta idea es reformulada así: «Nosotros sabemos que la Guerra tiene su origen en el intercambio político de Gobiernos y Naciones; pero en general se cree que tal intercambio queda roto al producirse la guerra, y que una situación totalmente distinta entra en vigencia, sujeta a sus propias leyes… Nosotros mantenemos por el contrario que la guerra no es otra cosa que la continuación de la actividad política con la mezcla de otros medios. Sostenemos que la actividad política continúa con el empleo de otros medios de modo de indicar que el intercambio político no termina con la guerra, que no se transforma en algo diferente, sino, que, esencialmente, continúa existiendo».

La guerra, de acuerdo con Clausewitz, es un acto de comunicación política, no exclusivamente de destrucción. A través de la guerra y el conflicto, y a lo largo de ellos, los adversarios comunican sus puntos de vista acerca de cuan lejos están dispuestos a llegar en la escala ascendente de destrucción, y de qué tan importantes son para cada uno los objetivos en juego.

Clausewitz define inicialmente la guerra como «un acto de violencia realizado con el objeto de obligar a nuestro oponente y cumplir nuestra voluntad». De esta definición sigue —desde una perspectiva estrictamente lógica— que toda guerra debe concluir en la completa victoria de un bando sobre otro, y también que «introducir dentro de la filosofía de la guerra un principio de moderación sería absurdo». Clausewitz denomina la guerra concebida de esta manera «guerra en abstracto» o «guerra absoluta». En abstracto, la guerra es la confrontación de dos adversarios cada uno de los cuales persigue una victoria total. Pero las guerras reales difieren de la «guerra absoluta», ya que en condiciones concretas no se produce el enfrentamiento de dos adversarios destinados a triunfar o a perecer del todo: las guerras reales no son como la «guerra absoluta», cuyo único resultado tiene que ser la completa aniquilación de las fuerzas del oponente y de su misma existencia. Las guerras reales se diferencian de la «guerra absoluta» debido a la «fricción» mediante la cual las condiciones concretas modifican los principios abstractos. El concepto de «fricción» se refiere a aquello que distingue la guerra real de la guerra en el papel o guerra en abstracto. En condiciones reales, la guerra en abstracto se modifica a través de las limitaciones políticas, económicas y sociales que se imponen sobre la movilización de las fuerzas y recursos para la guerra. Por otra parte, un elemento sicológico se añade al proceso de «fricción»: la indisposición de participar en la guerra presente en muchos individuos, y que debilita la fuerza del conjunto.

Finalmente, hay que tomar en cuenta que en condiciones reales el azar y lo imprevisible ocupan un lugar. Según Clausewitz, «no hay relación humana que esté tan general y constantemente en conexión con el azar como la guerra». En otras palabras, la guerra en su forma absoluta es un acto de violencia ilimitada; pero la realidad de la guerra y su forma ideal o «absoluta» no coinciden. Las limitaciones de la realidad se originan en la naturaleza de los beligerantes y el carácter de sus motivaciones. La guerra no es un acto aislado de la vida política, es el producto del conflicto entre Estados cuya organización es incompleta e imperfecta; y estas deficiencias, que ejercen su influencia sobre ambos bandos, introducen un principio modificador en la naturaleza abstracta de la guerra. Clausewitz constató que la mayoría de las guerras no han conducido a la derrota o aniquilación total de uno de los adversarios, sino que han sido limitadas tanto en su desarrollo y resultados militares como en sus objetivos políticos.

La profundización de estos argumentos condujo a Clausewitz a distinguir entre dos especies de guerra: En primer lugar las guerras cuyo fin es extinguir al enemigo o imponerle la paz; en segundo lugar, las guerras que se dirigen solamente a obtener conquistas marginales a expensas de otro Estado y que culminan en un compromiso. En este caso, la imposición de la voluntad de un Estado sobre otro no tiene las características radicales que en el caso de las guerras de aniquilación o aquellas en las cuales una paz impuesta es consecuencia del desarme del adversario o la extinción de su capacidad de resistencia. Los compromisos en la segunda especie de guerra son contraídos por Estados cuyas fuerzas militares no han sido aniquiladas, que siguen comportándose como entes soberanos, pero que prefieren aceptar un arreglo antes de correr mayores riesgos.

Esta distinción juega un importante papel en la obra de Clausewitz, obra que constituye un intento de analizar la naturaleza peculiar —que las hacía partícipes de la «primera especie»— de las guerras Napoleónicas, diferenciándolas de las guerras «de Gabinete», limitadas y dirigidas hacia un compromiso diplomático, características de los tiempos anteriores a la Revolución Francesa. Clausewitz concibe la guerra en sus dos especies como un instrumento racional de la política nacional. La guerra debe ser entendida como un instrumento, en el sentido de que debe ser llevada a cabo con un cierto fin u objetivo distinto a la guerra misma, que es un medio. En segundo lugar la decisión de hacer la guerra debe ser racional, en el sentido que debe basarse en una estimación de los costos (políticos, sociales, económicos, etc) en que se va a incurrir, y de las posibles ganancias que van a obtenerse.

De todo lo anterior se desprende que uno de los problemas cruciales de toda guerra es cómo definir la victoria. El Estado lucha por un conjunto de relaciones futuras que le permitirán, después de la guerra, coexistir con los otros Estados. Si el bando derrotado acepta el resultado de la guerra, ¿no es esto acaso la victoria? Si el bando que ha sido derrotado no acepta el resultado de la guerra, entonces la nueva situación es potencialmente muy peligrosa. La victoria tiene que ser definida políticamente, y no sólo militarmente. Una victoria puramente militar implica la aniquilación total del adversario, y éste no es objetivo común de los Estados. Para Clausewitz el Estado, como el individuo, para conservar su naturaleza debe convivir o coexistir con otros Estados, con otros individuos. Concebir un Estado único, así como un único individuo, es concebir una ficción. Como dice Hegel en su Filosofía del Derecho: «El Estado no es un real individuo sin relaciones con otros Estados, de la misma manera que un individuo no es realmente una persona sin relaciones con otras personas».

Según Clausewitz el criterio de la victoria es su aceptabilidad para el adversario. Una verdadera victoria es una victoria limitada. Por ello los fines de la política determinan siempre el objetivo estratégico, y frecuentemente frenan la ascensión de la violencia bélica hacia su forma «absoluta». Esto ocurre antes de la guerra, ya que cada adversario es movido por una intención política limitada; durante la guerra, porque el esfuerzo de guerra nunca es instantáneo —debido a la «fricción»– y la moderación puede limitar a uno o ambos contrincantes; y después de la guerra pues la paz supone un acuerdo político entre los adversarios. Corresponde entonces a la política dar un sentido al cálculo estratégico.

¿Cuál es la idea de la política que maneja Clausewitz? Podemos considerarla desde dos perspectivas diferentes pero complementarias: A) Política en un sentido objetivo, como un conjunto de realidades políticas dadas, es decir, como una realidad histórica determinada. La realidad política se refiere a la presencia de los fenómenos políticos, cuya esencia está en la polémica y la confrontación de voluntades distintas. B) Política en un sentido subjetivo; aquí pueden distinguirse: 1) La percepción que de la realidad política tienen los Estados y los líderes políticos y el análisis que hacen de la misma. 2) La capacidad de conducción política de los Estados y sus dirigentes y las intenciones de los mismos. 3) La política como una cierta concepción del mundo, como «ideología», como búsqueda de una determinada ordenación de los asuntos políticos. Todos estos puntos de vista sobre la política juegan un papel en la obra de Clausewitz.

Como dice Max Weber, «quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder «por el poder», para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere». Clausewitz entiende también la política como la manipulación de ciertos elementos de la realidad con el objeto de ganar el poder, que concibe como un medio. Para que esta manipulación de la realidad tenga éxito, la política debe basarse en una apreciación correcta de las condiciones sociales, políticas, económicas y militares en una situación concreta. Es en este punto donde la política entra en conexión estrecha con la estrategia, y es aquí también donde la teoría se une a la práctica.

En palabras de Clausewitz: «La Teoría exige … que al comienzo de cada guerra su carácter y contorno general sean definidos de acuerdo con lo que las condiciones políticas nos lleven a anticipar como probable». Clausewitz establece claramente que la política debe siempre decidir, pero no debe imponerle a la estrategia un objetivo militarmente inalcanzable: «… si comprendemos que la guerra tiene su raíz en un objetivo político, veremos que naturalmente este motivo original que la produjo debe continuar siendo la primera y más alta consideración en su conducción. No obstante, el objetivo político no debe convertirse en una especie de legislador despótico, y debe en todo momento adaptarse a la naturaleza de los medios». En ultima instancia, la política incluye a la estrategia, pero no se limita a ella: la política tiene que definir y escoger las metas de la guerra. Es decir, la política debe señalar el objeto de la estrategia con base en un estudio detallado de las posibilidades y limitaciones del uso de la fuerza militar en condiciones socio-políticas específicas.

La originalidad del pensamiento de Clausewitz reside no sólo en la fuerza con la cual defiende el principio de que el objeto de la guerra debe ser político, sino también en la lucidez con que expone la tesis de la interacción mutua entre política y estrategia militar. El estratega estudia la guerra como una posibilidad efectiva. Su objetivo no se limita al estudio de los métodos de combate que serán utilizados en caso de guerra, sino que incluye todo lo relativo a la función de diferentes formas de poder militar en un determinado contexto internacional. El contenido de la estrategia comprende no solamente cuestiones relativas a los planes de batalla. La estrategia se refiere al mantenimiento y empleo de la fuerza en sus diversas manifestaciones para la consecución de los objetivos.

La definición de estrategia formulada por Clausewitz es la siguiente: «La estrategia es la teoría del uso de los combates para lograr el objetivo de la guerra». La táctica, por otra parte, es la teoría del uso de las fuerzas militares en combate. Uno de los principios cruciales de la filosofía de la guerra de Clausewitz consiste en afirmar la necesidad de correspondencia y armonía entre estrategia militar y objetivo político. La idea-eje de su obra es la exigencia de que el fin político esté presente en las diversas etapas del proceso bélico: en su planificación, ejecución y conclusión: «La política está mezclada con toda la acción de la guerra y debe ejercer una influencia continua sobre ella». La política debe siempre decidir, pero la política no debe imponerle a la estrategia objetivos imposibles de alcanzar; de allí la importancia de que la política esté basada en un juicio correcto de las condiciones específicas de una determinada situación. La relación entre política y estrategia debe ser armónica. La continuidad política-estrategia se lee en ambos sentidos. Si el guerrero no puede proclamar otra victoria que la política, el gobernante o político establece sus objetivos con una libertad restringida por los instrumentos que debe manejar, por sus limitaciones y posibilidades concretas: «La política puede utilizar el instrumento militar sin ser esclavizada por él, mientras su voluntad política permanezca adecuada a su capacidad estratégica».

Sería grave que el diálogo necesario entre estrategia y política condujese o bien a la supremacía de la estrategia sobre la política, o bien al abandono —por parte de la política— de las consideraciones estratégicas. En el primer caso, la guerra perdería su sentido político, y podría fácilmente convertirse en un enfrentamiento puramente militar, en el choque de una violencia ciega. En el segundo caso se rompería la relación entre los medios y los fines, y los objetivos políticos no encontrarían los instrumentos adecuados para plasmarse en la realidad. La guerra es un instrumento, y el punto de vista puramente militar tiene que subordinarse al punto de vista político. Pero la política tiene que tomar en cuenta los medios militares, y debe hacer corresponder sus planes a las capacidades de esos instrumentos y a sus limitaciones estratégicas; «Así como una persona que no domina del todo un idioma a veces dice lo que no pretendía decir, de la misma manera la política frecuentemente ofrece guías para la acción que no corresponden a sus intenciones… esto demuestra que un conocimiento de asuntos militares es esencial para el intercambio político».

El fin político de la guerra, sostiene Clausewitz, es aquello que se pretende obtener con la guerra; el objetivo militar de la guerra es aquello que se busca conquistar en la guerra. Lo primero que debe hacer un gobernante (o cualquier actor social en una situación de conflicto) antes de decidir ir a la guerra es determinar el fin político (o el fin en general) de la misma, ya que de ello dependerán tanto la naturaleza de los objetivos militares como de los medios que se utilizarán para conquistarlos. Si los fines políticos son ilimitados, lo más probable es que los medios de lograrlos se caractericen por su radicalismo e intensidad, por el derrumbe de toda moderación y discriminación entre distintos «blancos» de guerra. Por el contrario, si el fin político es limitado y no persigue la extinción del adversario o su derrota total (supresión de todos sus medios de defensa), será necesario escoger con cuidado los objetivos militares de la guerra, de manera de evitar excesos que conduzcan a una intensificación y extensión del conflicto más allá de lo que inicialmente se buscaba.

La victoria en la guerra puede ser determinada simultáneamente en dos registros: 1) político, mediante la imposición de nuestra voluntad al adversario; 2) militar, mediante el desarme del adversario. Pero la victoria militar no es condición suficiente ni tampoco siempre necesaria para la victoria política. Este es un punto de importancia en la obra de Clausewitz, que ha sido con frecuencia interpretado incorrectamente. Clausewitz no cesa de insistir en su obra que la política debe definir el objeto de la guerra, que «la guerra tiene su propia gramática, pero carece de una lógica peculiar a sí misma». La «gramática» de la guerra es la estrategia, y la «lógica» de la guerra es la política.

El crítico militar británico B. H. Liddell Hart ha afirmado que la perfección estratégica consistiría en lograr el objetivo de la guerra sin necesidad de dar batalla. De hecho Clausewitz nunca descarta tal posibilidad, y su posición está expuesta en el siguiente pasaje de De la Guerra: «En el combate toda la acción se dirige a la destrucción del poder de lucha del enemigo, pero esto no es de ninguna manera necesario. Cuando, por ejemplo, la derrota (militar) del enemigo no es la única forma de alcanzar el objetivo político, cuando existen otros objetivos que pueden convertirse en las metas de la guerra, tenemos entonces que tales objetivos pueden transformarse en los fines de actos particulares de la guerra.

Pero aun aquellos combates que, como actos subordinados, están en sentido estricto dirigidos a destruir el poder de lucha del enemigo, no tienen necesariamente que plantearse tal destrucción como su principal objeto». La política tiene que decidir; el concepto de victoria es político, y el triunfo militar en batalla es sólo un medio para la conquista de la victoria.

Para aclarar aún más lo dicho anteriormente, y mostrar su aplicación a un caso histórico concreto, es antes necesario discutir tres aspectos de la relación política-estrategia que ocupan lugar prominente en el pensamiento de Clausewitz: 1) la noción del punto culminante de la victoria; 2) la noción de centro de gravedad del enemigo; y 3) la relación entre la ofensiva y la defensiva.

El punto culminante de la victoria es el momento en el cual un bando en guerra se da cuenta de que ha obtenido el máximo de ventaja posible en la guerra como un todo. A partir de este punto, la continuación del combate significa que los costos de la lucha serán mucho más difíciles de justificar con relación a los beneficios, y también que el riesgo de derrota será mucho mayor En otras palabras el punto culminante de la victoria se refiere a aquel momento en el cual una ofensiva exitosa comienza a incurrir en excesivas pérdidas, y a implicar un elevado riesgo de derrota final. Como principio estratégico el punto culminante de la victoria consiste en saber cuándo detenerse en la guerra, en apreciar correctamente hasta dónde es posible llegar sin correr riesgos innecesarios que pongan en peligro los éxitos ya obtenidos. Este principio tiene relación con la idea de Clausewitz según la cual una victoria puede ser mejor definida si es limitada. Existen numerosos ejemplos en la historia militar moderna de un beligerante que ha permitido que el entusiasmo generado por sus éxitos iniciales le lleve a extender sus acciones más allá de un punto en que la victoria se transforma en desastre: las conquistas japonesas entre Pearl Harbour y la batalla de Midway; las ofensivas de Hitler en Rusia; el avance de MacArthur hacia el Río Yalu en Corea del Norte en 1950, entre otros casos. Durante el siglo XIX los resultados de la invasión Napoleónica a Rusia ilustran el riesgo de extenderse más allá de lo que es posible estratégica y políticamente.

El centro de gravedad del enemigo es también un concepto de corte filosófico que tiene significativa relevancia política y estratégica. Para entender dónde yace el centro de gravedad del enemigo es necesario entender su guerra, es decir, es necesario ver la guerra desde la perspectiva del enemigo, y así determinar aquella área de intereses que es clave para el adversario, y cuya dislocación aseguraría su derrota. Es decir la determinación del centro de gravedad consiste en ver claramente qué guerra está luchando el oponente.

El centro de gravedad varía de acuerdo con las circunstancias. Según Clausewitz: «El centro de gravedad de Alejandro el Grande estaba en el Ejército, como también el de Gustavo Adolfo, Carlos XII y Federico el Grande, y la carrera de cualquiera de ellos habría terminado con la destrucción de su fuerza armada. En Estados sacudidos por divisiones internas, el centro de gravedad generalmente yace en la capital. En pequeños Estados, que dependen de Estados más poderosos, el centro de gravedad yace generalmente en los ejércitos de esos aliados. En una confederación, el centro de gravedad yace en el punto de unidad de sus diversos intereses; en una insurrección nacional, el centro de gravedad yace en la persona del líder principal y en la opinión pública. En contra de estos centros debe ser dirigido el golpe». De lo anterior se desprende que el centro de gravedad puede ser militar, político, económico-social, o sicológico. El centro de gravedad es calculable, es aquel punto de equivalencia entre el poder político y la fuerza estratégica, «objetivo único del ataque y último resorte de la defensa».

Las guerras revolucionarias y «asimétricas» de nuestra época, que son esencialmente las guerras del débil contra el fuerte en el plano militar, ejemplifican la relevancia que una correcta determinación del centro de gravedad del enemigo tiene para el triunfo. Como lo demostraron los casos de Argelia y Vietnam, por ejemplo, en una guerra revolucionaria la desproporción de recursos materiales a favor de los defensores del status quo es tal que la destrucción del cuerpo expedicionario extranjero (francés en el caso argelino, estadounidense en el caso vietnamita) es casi imposible. El centro de gravedad de las fuerzas anti-revolucionarias se encuentra en su propio país, concretamente en la voluntad nacional de mantener la intervención armada. En consecuencia, uno de los objetivos cruciales de los revolucionarios es dirigir sus acciones al debilitamiento de esa voluntad.

La lucha militar se subordina al logro de un efecto político-sicológico: los revolucionarios deben resistir militarmente lo suficiente para dar oportunidad a que la crisis política interna de sus enemigos madure. Se trata de infligir pérdidas que hagan insostenibles los costos políticos de la intervención. Para esto es necesario dislocar el factor que da unidad al frente interno del adversario. La derrota norteamericana en Vietnam fue el resultado de la apreciación correcta por parte de los líderes revolucionarios de que el triunfo final sería el producto no tanto de los combates militares, sino del efecto sicológico y político de la resistencia vietnamita sobre el frente interno (centro de gravedad) del enemigo.

La posibilidad de triunfo para el débil se relaciona también con la distinción entre dos formas de guerra: la ofensiva y la defensiva. El equilibrio entre el fuerte y el débil proviene de la desigualdad entre estas dos formas de guerra. Gracias a esta asimetría entre ofensiva y defensiva la fuerza del más fuerte no es directamente proporcional a la debilidad del más débil; dos antagonistas pueden equilibrarse por el hecho de que ambos son «el más fuerte»: uno lo es en la ofensiva, el otro en la defensiva. La asimetría entre la ofensiva y la defensiva permite a la defensa equilibrar una potencia (ofensiva) mayor que la suya: «… la defensiva es en sí misma más fuerte que la ofensiva», escribe Glucksmann. Las ventajas de la defensiva se derivan de su explotación del espacio, a través del uso de la retaguardia y de las alianzas, y del tiempo, mediante la movilización cada vez mayor de los recursos para la defensa: «… las fuerzas del defensor aumentan a medida que su combate se prolonga y la «sublevación nacional» lleva al extremo la ventaja de combatir en terreno propio. Si la ofensiva no es seguida de una rápida victoria, el tiempo juega contra ella.

Más profundamente, el defensor «posee» el tiempo. El que contesta, el defensor, no es tan sólo el primero en instaurar la dualidad del combate. Más aun, sólo él define el grado de radicalización que alcanzará la lucha y también es él quien debe hacer, necesariamente, del combate (y de su objetivo estratégico) el fin político; una vez desafiado, su independencia política depende de su comportamiento estratégico…»

En otras palabras, es el defensor el que hace durar la guerra; la fuerza de su resistencia determina las reglas del juego. Clausewitz hace uso de la ironía para explicarlo: «Un conquistador es siempre amigo de la paz. Su ideal sería entrar en nuestro Estado sin oposición.» Es decir, el conquistador quiere el triunfo pero no los costos del triunfo, ni las dificultades que implica alcanzarlo. Queda entonces en manos del defensor determinar los costos de la lucha: no resistir significa entregarse; resistir —cuánto, y hasta cuándo resistir— significa establecer las reglas del juego de la guerra. Es al defensor a quien corresponde hacer durar la guerra. Si bien el atacante posee la iniciativa en el espacio y decide dónde atacar, la iniciativa en el tiempo pertenece al defensor, que calcula cómo y cuándo responder.

La invasión napoleónica a Rusia en 1812 ejemplifica los diversos elementos de la relación política-estrategia discutidos hasta ahora. Un análisis de esta campaña muestra cómo un error político es capaz de influenciar decisivamente los resultados estratégicos de la guerra. Napoleón fue ante todo culpable de un error estratégico (la incorrecta apreciación del centro de gravedad del enemigo). Este error estratégico estaba en gran parte compuesto de un elemento puramente político: Napoleón asumió que con meramente colocarse —él y su ejército—en una de las dos capitales del Zar (Moscú o Petrogrado), obligaría al Emperador ruso a pedir la paz. «¿Qué puede ser más natural que decir que en los años 1805, 1807, 1809, Bonaparte juzgó correctamente a sus oponentes, y que en 1812 estuvo equivocado?», escribe Clausewitz. La razón estratégica estaba en contra de Napoleón, pues el centro de gravedad de la defensa no estaba en la capital sino en el ejército ruso.

Impedir la destrucción del ejército era entonces el objetivo primordial del alto mando ruso, y para lograrlo era necesario retirarse al interior del país: el espacio y el tiempo favorecerían a los defensores. La invasión misma, en las condiciones en que se llevó a cabo, había sido un error. Napoleón extendió su ambición más allá del punto culminante de la victoria, antes de consolidar sus anteriores triunfos. Su ofensiva rompió los límites de la prudencia política y la defensiva fue capaz de desgastar su agresividad aventurera.

Correctas decisiones políticas son usualmente la mejor garantía para una correcta decisión estratégica. En palabras de Clausewitz: «De forma de apreciar la escala real de los medios que es necesario emplear en la guerra, debemos ante todo definir el fin político desde nuestro punto de vista y también desde el punto de vista del enemigo; debemos igualmente considerar el poder y la posición del Estado enemigo así como del nuestro, el carácter de su Gobierno y de sus habitantes y las capacidades de ambos, y todo esto asimismo de nuestro lado».

De una manera general la guerra (y la política) es el enfrentamiento de (como mínimo) dos voluntades; cada uno de los antagonistas tiene metas, y planes para lograrlas. En la guerra como en la política es necesario tomar en cuenta los planes del enemigo, y ejecutar «nuestros» movimientos en forma flexible, de acuerdo a las variaciones que hayan introducido en «nuestro» plan las acciones del enemigo. Estas acciones son en buena medida independientes de «nosotros» y de «nuestros» planes: «Ninguna batalla puede tener lugar si no existe mutuo consentimiento… esta idea… constituye toda la base de un duelo». Una guerra es, en consecuencia, un duelo, y las acciones militares en este duelo son también una manera de comunicar propósitos políticos. La fuerza e intensidad del combate, sus características, hasta el tipo de armas utilizadas, son todos signos de un intercambio que no es puramente militar, sino sustancialmente político: el problema del poder está en el centro de toda guerra.

El mensaje cuya relevancia he intentado destacar en estas notas puede resumirse como sigue: La estrategia tiene como propósito poner en manos de los decisores, en situaciones de competencia y conflicto, un instrumento para la acción. La eficacia de las decisiones en escenarios conflictivos se sustenta en la precisión del análisis de las condiciones imperantes en determinadas circunstancias. La relación entre política y estrategia ilumina a su vez la relación entre teoría y práctica. Los decisores y actores en contextos conflictivos y de competencia deben llevar consigo, nos dice Clausewitz, «todo el aparato mental de su conocimiento, de manera de ser siempre capaces de tomar las opciones adecuadas. Su conocimiento debe, mediante esta completa asimilación con su propia mente y vida, convertirse en poder real».

Bibliografía:

-Clausewitz, Carl Von: On War (Princeton: Princeton University Press, 1976).

-Glucksmann, André: El discurso de la guerra (Barcelona: Anagrama, 1969).

-Hegel, J. W. G.: Philosophy of Right (Oxford: Oxford University Press, 1952).

-Liddell-Hart, B.H. : Strategy. The Indirect Approach (London: Faber, 1967).

-Weber, Max: El político y el científico (Madrid: Alianza Editorial, 1972).

* Escrito en el año 2006.

Editado por los Papeles del CREM. Responsable de la edición: Raúl Ochoa Cuenca.

«Las opiniones aquí publicadas son responsabilidad absoluta de su autor».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *