por: Víctor Maldonado C.
O el extraño caso de las toallas sanitarias…
Cada cierto tiempo uno puede conseguirse de frente con la perplejidad de los funcionarios oficiales. Muchos de esos burócratas no tienen cómo explicarse los resultados. No entienden de malos diagnósticos ni de convicciones erradas. Ellos tienen fe en que la fusión entre la situación y la voluntad manifiesta del líder provoca consecuencias incluso milagrosas. Sin embargo, como lo hemos dicho miles de veces, la realidad se muestra tal y como es, con una terquedad para la cual no están preparados estos titanes de la revolución. Ellos se quedaron en la consigna de que “si la naturaleza se opone… peor para ella porque la someteremos y haremos que nos obedezca”. ¿Y si no obedece?
Dentro de las márgenes de la economía política, algunas cosas son inexplicables, sobre todo para aquellos que no las quieren comprender. Nos referimos al viejo problema de la inevitable mediación entre medios y fines. Este gobierno, encorsetado con sus anacronismos ideológicos, decidió convertir en dogma irrefutable un complicado sistema de controles. Asumieron con una candidez que roza con la locura, que solo ellos podían ser los verdaderos y genuinos intérpretes de los deseos del pueblo, y por supuesto los mejores veladores de sus intereses. Y que contra ellos y sus buenas intenciones conspiraba el resto de la sociedad, sobre todo los empresarios vistos como los adversarios irreductibles del bienestar. Por eso los controles, para atajar las malas intenciones y lograr los resultados planificados y anunciados públicamente. Tres fueron las excusas para el régimen económico socialista: Proteger las reservas internacionales, evitar la inflación y garantizar el abastecimiento soberano. ¿Lo lograron? Eso no importa porque “si la naturaleza se opone… ya sabemos que hay un enemigo que encuentra las mil y una maneras de sabotear…”
Sin embargo, pasan los años y lo único que han logrado es su propio asombro y una carestía que recorre abastos, bodegas y supermercados de todo el país. ¿Quién puede ser el culpable de esta conjura nefasta contra el pueblo? La respuesta no puede ser otra que la misma que han repetido una y otra vez todos los que en algún momento han transitado por las etapas del fracaso y del descalabro socialista. El culpable es el especulador. El candor con el que se convencen de la certeza de esta afirmación a veces me hace sentir una inmensa lástima por ellos. El afirmar la existencia de “la mano pelúa” del especulador tiene para mí el mismo valor que creer en los ovnis, el chupacabras o el yeti. Todos ellos forman parte de la misma cofradía de ilusos que pierden miserablemente el tiempo buscando aquí y allá evidencias que nunca encuentran y que cuando hallan algún indicio por más insignificante que este sea, reverberan de emoción e insisten en transformarlo en conocimiento científico.
Lo mismo pasa con el caso que nos atañe. Provocan compasión y conmiseración los esfuerzos del presidente y sus burócratas, leyendo y subrayando libros, tratando de explicar y haciendo cursos de aprendizaje veloz sobre “economía política” mientras la casa se les cae encima, y las mujeres venezolanas arden de arrechera al imaginar que deben buscar por toda Caracas el último paquete de toallas sanitarias con alas y esencia de manzanilla que hasta hace muy poco inundaban los estantes de cualquier comercio. ¡Tiene que ser el especulador! ruge el burócrata de turno, y salen los batallones de funcionarios rojitos a cometer el ridículo de cerrar un negocio porque en la parte trasera encontraron cuatro cajas del producto.
Pero funciona. El especulador les permite evadir una verdad que ellos guardan con celo: Su política económica es un desastre de confusión y desconfianza. Los controles han provocado el colapso de su propio régimen de administración y la gente común y corriente percibe que lo más razonable es vivir al día. Que no tiene sentido confiar en la integridad de este gobierno y que por lo tanto, en aras de la seguridad familiar hay que salir y abastecerse mucho más allá de lo razonable. El gobierno nunca va a reconocer que su política ha convertido a los venezolanos en especuladores cotidianos para defenderse de la inflación y las consecuencias de la devaluación del antiguo bolívar fuerte. La gente sale a la calle con poca fe. No espera nada ni del gobierno, ni de su ideología. Tampoco cree que este gabinete y su política económica puedan sacar al país adelante. No tienen confianza y entonces adoptan la única conducta racional posible: Comprar toallas sanitarias por lo que queda del año, para no caer en un infame estado de necesidad, porque no se puede tocar la puerta del vecino pidiendo por caridad un modes como si hablaran de un cigarrillo. No todavía.
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