Por Eduardo Martínez
Cuando un economista habla del “mercado” no se refiere particularmente al recinto donde vamos a adquirir la compra de la semana.
Es decir, no nos referimos al mercado de Coche, de Quinta Crespo o cualquier otro.
El mercado -del cual hablamos– es el lugar figurado en el cual compradores y vendedores se encuentran para realizar un intercambio. El vendedor ofrece un producto o servicio, y el comprador lo adquiere pagando un precio por ese producto o servicio.
Cuando hay un “libre” mercado, la transacción es una negociación en la cual el precio se pacta en forma satisfactoria para ambas partes.
En ese aspecto, decimos que opera la Ley de la Oferta y la Demanda, por cuando el precio es establecido entre los compradores y los vendedores sin la intervención de terceras personas o entes.
Hay varias condiciones a tomar en cuenta para la existencia de un libre mercado.
Sin entrar en detalles economicistas o teóricos, podemos señalar que en la relación comprador-vendedor debe existir un equilibrio de poder entre ambas partes.
Ese equilibrio es posible, cuando existe un número suficiente de vendedores y compradores en una proporción tal, que se logre en el intercambio el mejor precio posible.
Si hay pocos vendedores, la aplicación de la Ley de la Oferta Demanda nos dice que los precios van a ser altos. Por ello, es imprescindible que existan una libre competencia entre muchos vendedores.
En caso contrario, cuando hay más productos en venta que compradores que lo quieren comprar, los precios serán más bajos.
Este ambiente necesario para la existencia de un libre mercado, tiene varios enemigos. Entre estos, los monopolios –por una parte- y la aplicación de políticas de una “economía de planificación centralizada” -por otra parte.
En una economía de planificación centralizada, aplicada por los regímenes comunistas y socialistas, el Estado establece quién produce, dónde lo produce, cómo lo produce y a que precios venden los productos y servicios.
Estas decisiones de producción y venta la realiza siempre un burócrata detrás de alguna oficina ministerial.
Las consecuencias de la aplicación de políticas centralistas están a la vista, conducen a la escasez, al mercado negro, la corrupción y el desestímulo a la iniciativa privada.
El otro enemigo del libre mercado son los monopolios y sus familias más cercanas: el duopolio y los oligopolios.
La existencia del monopolio coloca en la voluntad de una sola empresa la producción de un bien o prestación de un servicio. Está en una posición de fuerza, con la cual impone precios, cantidades producidas, calidades y las condiciones de comercialización. El consumidor, que es quien compra, no le queda otro recurso que aceptar esas imposiciones.
En las sociedades donde existe libre mercado, el Estado debe garantizar el equilibrio entre la empresa que es un monopolio y los consumidores.
Eso se logra con el establecimiento legal de “regulaciones”. No son otra cosa que una herramienta para garantizar el equilibrio entre un único vendedor –en posición monopólica- y los compradores que asisten al mercado individualmente.
En una próxima entrega, seguiremos hablando del mercado.