Por Eduardo Martínez
En estos tiempos, los venezolanos nos enfrentamos a capítulos de la historia que pudieran ser épicos e importantes. Sin embargo, eso va a depender de la actitud que asumamos. Algo que todavía no está del todo claro.
Los pueblos siguen a sus dirigentes, o dejan de seguirlo de acuerdo a las expectativas y necesidades de los ciudadanos frente a los logros que esa dirigencia obtiene.
El liderazgo debe tener la fortaleza de enfrentar las amenazas, y una de las más graves amenazas, es cuando el colectivo emprende un camino equivocado. En ese momento, es cuando los líderes deben demostrar la naturaleza y entereza de su liderazgo.
Pero no siempre podemos achacar a los ciudadanos el que tengan sobre sus hombros las peores culpas. Hay un caso peor. Y eso ocurre cuando son los líderes quienes emprenden el camino equivocado.
En este caso, la situación se presenta más difícil cuando los líderes emprenden el camino que no corresponde. Por cuanto el colectivo debe reaccionar coherentemente. Lo cual es difícil de lograr, porque una marea humana impulsada por pensamientos comunes, sin alguien que los guíe, corre el riesgo terminar en el caos y la anarquía. Ha ocurrido muchas veces.
A pesar de esos riesgos, también podemos señalar que a la par de ese caos y anarquía, corre pareja la posibilidad del surgimiento de nuevos líderes que guíen a la ciudadanía. Lo que sin dudas llevaría un buen fin el gesto popular. Son los momentos cuando los pueblos se crecen y se sobreponen a los problemas, por más grandes que estos sean. Eso tambi[en suele ocurrir.
Caos y anarquía, por una parte; la oportunidad del surgir un nuevo liderazgo, por la otra; dibujan la dualidad del momento que vivimos.
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