Resulta, sin embrago, que todos los experimentos socialistas trataron de lograr la industrialización, como requisito previo para el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes de esos países. El caso más emblemático fue la antigua Rusia Soviética donde, primero Lenín y luego Stalin, aceleraron el paso para transformar a un país agrario y semi feudal en una verdadera potencia industrial, especialmente en lo relativo a la industria pesada, base de cualquier desarrollo ulterior. Algo similar sucedió en la Alemania Oriental y también en Checoslovaquia, naciones estas que alcanzaron una expansión industrial considerable. Tal vez la explicación de esta obsesión con el desarrollo de la industria tiene que ver con el hecho de que para el marxismo lo único que crea valor es el trabajo, plasmado en la industria, toda vez que los servicios entrarían en lo que en esa doctrina se llama la esfera de la circulación.
Un breve recuento del tránsito del ensayo socialita en Venezuela pasa por valorar que el presidente Chávez, muy cauto al principio de su gobierno no habló de socialismo. Estuvo el presidente en aquellos tiempos girando sobre conceptos vagos tales como desarrollo endógeno, cooperativismo y empresas de producción social hasta aterrizar en lo que es verdaderamente la esencia del socialismo marxista-leninista: la estatización de la economía, tal como ha venido sucediendo con particular fuerza desde 2007. También se planteó la necesidad de un crecimiento sostenido de la economía, la diversificación de la producción y el impulso al sector exportador no petrolero. Todos estos esbozos y listado de buenas intenciones chocaron con la política económica que instrumentó el gobierno, la cual destruyó la industria nacional e hizo de Venezuela un gran depósito de productos importados.
Tal vez sin saberlo, el ministro Giordani a quien el presidente Chávez seguía ciegamente, impuso la tesis de que había que fijar el tipo de cambio para bajar la inflación sin percatarse de que esa era la vía más rápida para hacer de Venezuela una potencia importadora como en efecto ha ocurrido. Luego, el gobierno, dejando atrás todo aquello del desarrollo endógeno, optó por recurrir a las importaciones como forma de suplir con bienes importados lo que ya no se podía elaborar en Venezuela. Como se documenta en el gráfico, el peso de las importaciones en la oferta total ha vendo aumentando de forma sostenida. Pero no se trata de la importación de bienes de capital sofisticados que el país no puede producir y que requiere para su desarrollo. Buena parte de esas importaciones son alimentos que fácilmente se pueden producir en Venezuela y más recientemente gasolina y otros derivados del petróleo en vista del estado calamitoso en que se encuentra PDVSA. A ello hay que agregar una elevada porción de baratijas que son rentables de importar en virtud del anclaje del tipo de cambio que el ministro Giordani ha impuesto durante catorce años, para desgracia de Venezuela.