Por Isabel Vidal de Tenreiro
Jesús vuelve nuevamente a anunciarle a los discípulos lo de su muerte que ya estaba bien próxima (Mc. 9, 30-37).
Y es importante notar que cada vez que Jesús hablaba de esto, terminaba asegurando que al final resucitaría. Pero los discípulos ni entendían, ni se daban cuenta de la conclusión. Hacían igual que nosotros: se aterraban por el sufrimiento y la muerte, y se quedaban con la primera parte del anuncio, olvidándose del triunfo final: la resurrección.
Por cierto, esta vez sí llegaron al colmo: ante ese anuncio tan grave, se pusieron a hablar sobre quién de ellos era el más importante y quién sería el primero, cuando ya Jesús no estuviera.
Este atrevimiento de los apóstoles debiera servirnos de advertencia para darnos cuenta de cuán lejos puede llevarnos el tratar de huir del sufrimiento.
Por eso, Jesús les llama la atención. Y una vez en casa, haciéndose el inocente, les pregunta: “¿De qué discutían por el camino?”. Por supuesto, se quedaron atónitos sin poder responder. Luego de este silencio, les dijo: “Si alguno quiere ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Es lo que precisamente el Señor les venía anunciando de su pasión y muerte. Él, Dios mismo, el Ser Supremo, el verdaderamente más importante y primero de todos, se rebajaría a la condición de servidor de todos, para darnos el mayor servicio que nadie pudiera darnos: entregar su vida misma, con un sufrimiento indescriptible, en rescate de cada uno de nosotros.
Ahora bien, ¿por qué matan a Jesús, sin realmente tener culpa? ¿Por qué condenan a los que no tienen culpa? Muchas son las explicaciones y motivos que pueden aludirse, basándonos en la Biblia.
Una de éstas explicaciones la trae el Libro de la Sabiduría: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos… Condenémosle a una muerte ignominiosa” (Sb. 2, 12.17-20).
La conducta del Justo (Jesucristo, Hijo de Dios) y de todos los que tratan de ser justos (santos), es como el espejo de la maldad de los malos. Y estos reaccionan maniobrando contra los buenos, calumniando o criticando, para tratar de quitarlos del medio.
Esto fue así muy especialmente para Jesús, pero lo es también para todo el que trata de seguirlo a Él y de hacer el bien. De allí que nos recuerde: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc. 8, 34).
Y al final, los Apóstoles terminaron por entender lo que antes no entendían, al punto que dio su vida por Cristo y por el Evangelio. Y nosotros… ¿ya hemos comprendido estas palabras?
Isabel Vidal de Tenreiro
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