Lo que ocurre en los últimos días en los predios de la Universidad Central de Venezuela (UCV), va más allá de un simple allanamiento a la autonomía universitaria. No es otra cosa que la culminación de un proceso para la intervención permanente de los recintos universitarios con el fin de eliminar la autonomía.
Si analizáramos uno a uno, los episodios en el período 1999-2021, nos daríamos cuenta de que se fue asfixiando el que hacer educativo lentamente, año tras año.
Desde el primer día, el arma principal de este ataque ha sido la deficitaria asignación presupuestaria. Los profesores, empleados y obreros fueron presa de bajos sueldos, que además vinieron siendo carcomidos por la inflación. Un virus silencioso que también afectó directamente a becarios, la reposición de equipos, el mantenimiento de la dotación existente, y la atención a la infraestructura. No solo en la UCV, sino en cada una de las universidades en toda Venezuela.
Para el régimen, el problema presupuestario se redujo a los sueldos, aumentados unilateralmente sin la participación de los gremios docentes, de empleados y obreros. Al final, no ha habido dinero para más nada.
Cuando hoy la infraestructura universitaria se cae ha pedazos, resulta un desparpajo que en la incursión nocturna y subversiva de esta semana, se compare la UCV con el Retén de Catia. Una comparación doblemente insultante.
Por una parte, no asumió su responsabilidad en el deterioro de la edificación. Por otra parte, no ocultó la pretención de convertir las Alma Maters de la educación universitaria en un retén, una cárcel de los universitarios, de las ideas y los conceptos, de la inteligencia y la investigación.
El toro de la universidad, indómito e irreverente, característico de la autonomía, está casi herido de muerte. Le han puesto banderillas y ha sido picado. Solo que faltaba que un matarife, sin la luces ni siquiera en el traje, viniera solo con la muleta roja en una mano y la espada de la hegemonía en la otra para asesinarle.
Eduardo Martínez
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