Hemos llegado a tal nivel de aturdimiento que cualquier advertencia sobre el curso del país es respondida con esa frase sin sentido que nos restriega en la cara que “ahora tenemos patria”. Difícil saber qué pueda significar eso en el imaginario colectivo de los chavistas “uña en el rabo”. Ellos, al fin y al cabo, han construido una historia a la medida de sus resentimientos. Sostienen, por ejemplo, que Paez fue un traidor, Vargas fue un pendejo, Gómez un lacayo y Cipriano Castro un momento culminante de nuestra nacionalidad. A Chávez se le iban ocurriendo esas enmiendas a la verdad mientras iba creyéndose su propio culto a la personalidad que lo hacía infalible en sus juicios.
Con esa misma obsesión firmó el acta de defunción de lo que él llamó la IV República, desconociendo la transformación que había ocurrido desde el gomecismo hasta la fecha en que él insurgió en nuestra tranquilidad. Al “arañero de Sabaneta” nunca le “cayó la locha” y probablemente nunca se preguntó cómo había sido posible que un pobre muchacho de un pueblo olvidado del interior de la república pudiera soñar con ser alguien y terminó siéndolo porque había escuelas, liceos y movilidad social. Nunca quiso reconocer que él mismo era la mejor demostración que hubo un proyecto político de modernización y democratización inclusiva que uso el petróleo para generar un sinnúmero de oportunidades para todos.
Esa IV República fue generosa, tolerante, protectora e inclusiva con Hugo Chávez hasta el punto de confiarle armas, tropa y honor. Todo eso lo defraudó a causa de esa personalidad destructiva, propia de los caudillos latinoamericanos, que siempre son incapaces de seguir construyendo sobre los aportes de los demás. El Teniente Coronel, un privilegiado del sistema, proclamó que había que refundarlo todo porque “no teníamos patria”. Lo peor no fue eso. Lo más degradante fue que las clases medias e instruidas le creyeron, compraron sus ideas, y lo llevaron al poder.
Para Chávez tener patria fue un acto de apropiación indebida apuntalado por una demoledora maquinaria de propaganda. Llegó con el fin de quedarse para siempre, y para lograr ese objetivo usó sin empachos las siguientes palancas del poder: el control absoluto y caprichoso de las Fuerzas Armadas; la fusión ideológica de todos los poderes públicos; el aturdimiento electoral; el enfrentamiento constante con la sociedad civil, y su sustitución por parapetos leales; la distribución irresponsable de la renta nacional; y la alianza supuestamente irreversible con Cuba. Para sus sucesores el “tener patria” es defender privilegios, explotar la demagogia y vivir de la memoria y del carisma póstumo de su predecesor. No hablemos de la cohesión que pueda significar la corrupción cruzada que los hace a todos ellos víctimas de sus propios chantajes. Lo cierto es que la patria del chavismo es excluyente, sectaria, negada al diálogo, insensata y dispuesta a todo para mantenerse en el poder.
Parafraseando a J.L. Borges tengo que advertir que todo este modelo de represión y conservación autoritaria del poder tiene un solo defecto. No es sostenible económicamente. Por allí, en las grietas, está la economía que acecha, hubiese podido decir el excelso poeta. Ellos se creen ineluctables e irreversibles, pero lo cierto es que la causa eficiente de su sostenibilidad no es el carisma ni la cohesión ideológica. Se fundamentó siempre en la capacidad de pago que posibilitaba la renta petrolera. La lealtad se lubricó con prebendas y transferencias directas de recursos. El poder del chavismo se basó en una capacidad de extorsión que creían infinita, y que se expresaba no solo en las misiones y grandes misiones, sino también en el bozal de arepa que sostenía la fidelidad de las fuerzas armadas y el resto de los poderes públicos. Lo mismo ocurrió con aliados internacionales, fogosos y asiduos en la misma medida que recibieron su cheque. Pero ahora la situación es otra.
Las manifestaciones de calle son el producto y la consecuencia de un hartazgo acumulado y de la sensación de que “no hay plata para tanta gente”. La gente se queja, y con razón que no tienen vida, ni esperanzas de vivir mejor, ni sosiego. El régimen es inflación, escasez, inseguridad, y para colmo insultos mezclados con ración de prohibiciones moralinas, que han llegado a incluir hasta los tatuajes. La gente sabe que de esta no salen si no buscan una salida a este “para siempre” que ofrece patria difusa. La gente presiente que algo no anda bien, y que incluso puede llegar a ser peor.
Los venezolanos están acertados en sus intuiciones. El tejido industrial está devastado gracias a la aridez de divisas que acumula deudas en todos los sectores e impide que operen con las complementación que se necesita para ser productivos. Faltan insumos básicos y repuestos esenciales. El abastecimiento del comercio está en sus límites. La industria no puede suplir lo que le impiden producir y las importaciones están negadas por un régimen de controles que solo tiene la intención de disimular la escasez de divisas que impide al país estar abastecidos. En pocas palabras: no se puede producir y tampoco se puede importar y esa conjunción tan retrógrada solo puede hacer más evidente una crisis de gestión que es irresoluble dentro de los parámetros del socialismo del siglo XXI.
Este socialismo en tránsito al comunismo total no entiende de magnitudes. Olvida, por ejemplo, que ya somos 28,9 millones de habitantes. Y que todos comemos y deberíamos tener un empleo, estar estudiando o vivir una vejez digna. No quiere reconocer que ese capitalismo de estado por el que sienten tanta admiración nos condena a la miseria y al racionamiento. No entienden que el valor per-cápita de todas nuestras exportaciones fueron solo 6,46 dólares diarios en el 2013. El régimen puede multiplicar estos escuálidos montos por el cambio que más le convenga, pero lo cierto es que eso no alcanza para “vivir viviendo”. Sin embargo ellos insisten en cercenar el aporte privado y ser ellos los guardianes de esta precariedad. Y mienten con descaro cuando hablan de riquezas y de país potencia, porque con esos ingresos no somos ni lo uno ni lo otro.
No caigamos en la exquisitez de descontar de ese monto lo que debemos. El endeudamiento ha sido brutal pero además mal invertido. Se dedicaron a pedir prestado para financiar esa orgía de populismo que iba creciendo en la misma proporción que transcurrían cadenas y procesos electorales. Se rumbearon todos los fondos sin que se aprecie la inversión social y ese cambio que debió haber ocurrido cuando se invierten con sensatez y visión de futuro. ¿Donde están y cuál es la rendición de cuentas de los más de 500 mil millones de dólares supuestamente dedicados a la inversión social? ¿Cómo justifican la exageración de haber dedicado el 56,62% de los ingresos brutos del país en eso que llaman inversión social sin que haya un cambio estructural apreciable, tangible?
El régimen es malo en el manejo de magnitudes. Olvida por ejemplo que mantener un consumo per-cápita de 90 kilos de carne por año supone el disponer de unos 5,3 millones de reses en pie, capaces de producir unas 2.500 toneladas de carne por año. Y para eso se necesita un tejido agroindustrial que es mucho más complicado que los afanes confiscatorios del régimen. Tampoco se pasan por el reto de reconocer que necesitamos 650 millones de pollos para sostener el consumo de 45 kilos anuales per-cápita. O que hay que pescar 30 millones de pescados de unos 10 kilos cada uno para que los venezolanos puedan comérselos. O que necesitamos sembrar 300 mil hectáreas para comer arroz, y unas 200 mil hectáreas de caña para tener azúcar. Y que necesitamos maíz suficiente para garantizarnos las 6 millones de toneladas de harina de maíz que consumimos anualmente. Y digo todo esto para proponer la siguiente pregunta: ¿Ustedes ven al gobierno en eso? ¿Alguien ve al gobierno ocupado o preocupado al menos en manejar y resolver esas magnitudes?
El gobierno ni se preocupa ni se ocupa de la economía. Ni la entiende ni sabe que no se resuelve por decretos ni controles. Que contrario a eso, los controles acaban con cualquier posibilidad de salir de esta condición terrible de estancamiento, escasez, inflación y endeudamiento. El régimen no entiende que la economía opera como un sistema donde es tan importante el repuesto para el tractor como la disponibilidad de fertilizantes o el empaque. Nicolás no entiende que el tiempo que se pierde nos puede hacer llegar tarde a las ventas de las cosechas de trigo, y que eso solo nos asegura que no habrá pan o pastas en las mesas de los venezolanos. Tampoco comprende que sin lubricantes no hay distribución posible porque los camiones necesitan ese insumo para poder circular. En fin, no entiende nada que sea más complejo que esa alusión constante a consignas vacías como esa que nos restriega que ahora si tenemos patria.
El saldo es tenebroso. Porque no hay patria ni soberanía posible con hambre y sin empleo, aunque la maquinaria de propaganda proponga lo contrario. Y eso es lo que hay y habrá.
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