por: Víctor Maldonado C.
“En Venezuela no hay hombres sino hijos”
Alejandro Moreno
En una entrevista apologética concedida recientemente, el presidente se atrevió a reorganizar por enésima vez su constelación familiar. Al entrevistador le correspondió ser “como un papá” y a un trío de ministros les tocó el privilegio de ser “como sus hijos”. Es muy probable que ante la hipotética pregunta formulada a los que recibieron semejante tratamiento la respuesta hubiera sido todavía más patética: “lo queremos como una madre”.
Alberto Grusón y Verónica Zubillaga escribieron alguna vez un artículo que rápidamente se convirtió en un clásico de la sociología vernácula. Lo llamaron “La Tentación Mafiosa” para hacer referencia a las dificultades que tenemos para construir sociedad democrática, precisamente porque todo el espacio público lo confinamos en una matriz de significados que se afinca en el excesivo protagonismo de la figura materna como un arquetipo omnipresente, del que se derivan necesariamente relaciones sociales deformadas por la alcahuetería, la conchupancia, la exclusión intolerante de los otros, y lo que es peor, la ausencia casi absoluta de límites provistos por el imperio de la autoridad o de algún sentido de realidad.
Más allá de la zalamería y de la extravagancia, hay que advertir que la referencia familística encierra una forma de ser que exige incondicionalidad y lealtades automáticas. Enmarca un modelo de relación posesivo y altamente demandante, que a cambio permite la exclusión sistemática y depredadora de todos aquellos que no forman parte de la familia, y el saqueo metódico de los espacios públicos bajo la consigna falaz de que todo está permitido excepto la traición.
El líder cumple perfectamente con la responsabilidad de encarnar el arquetipo de la madre posesiva y demantante, pero además es la versión más refinada de la matrisociailidad exacerbada que produce al malandro. Éste se erige como el justiciero comunitario que impone su propia ley, y exige el respeto del resto, en razón de ser el articulador que permite aprovechar las oportunidades que se presentan al poder formar parte del clan de leales que gravitan a su alrededor. En nuestro caso, la madre es también el malandro mayor.
Grusón y Zubillaga iddentificaron una lógica que se trama entre la lealtad incondicional y la necesidad de imponerse por las buenas o por las malas. La tentación mafiosa es el intento de expoliar metódicamente el mundo de lo ajeno en aras de sustentar espléndidamente un grupo reducido de propios y cercanos. Por eso las diferencias tan notables en el tratamiento de unos y otros, con sus odiosas consecuencias en términos de exclusión y desventajas.
Estos “hijos de mamá” hacen lo suyo a la vista de todos los demás. Abuso de posición, agavillamiento, aprovechamiento fraudulento, enriquecimiento ilícito, malversación, manejos irregulares del patrimonio público, peculado doloso o tráfico de influencias, cualquier cosa puede ocurrir sin que pase nada, a menos que ello ocasiones vergüenza o problemas a “la madre”.
Este contubernio no es ramplón, se disimula con el fin de mantener impoluta la imagen y el prestigio de la familia. Si alguno se excede y provoca más males que bienes, se le saca disimuladamente de la escena. En la lógica malandra, a éstos desadaptados se les llama chigüires. Tal vez el gobernador súbitamente enfermo y por lo tanto incapacitado para el cargo pueda ser un buen ejemplo de cómo la familia se encarga. Para el resto, plan de machete, gas del bueno, inhabilitaciones, cárcel o exilio. Para los propios el contralor administra la cara lavada de la familia con una placidez y sutileza que contrasta con la iracundia con la que emprende la persecución de los enemigos del régimen.
De eso se trata. De una clara demarcación entre los propios y los ajenos. Del uso cotidiano de dos tipos de medidas que se usan para administrar la permisividad que contrasta con todos los obstáculos previstos para el resto. Esa es la esencia de la mafia, la retribución de la lealtad con una incondicionalidad monstruosa, mientras cada cierto tiempo se exhibe la suerte de aquellos que han sido capaces de cometer el error fatal de la traición, porque lo único malo sería dejarlos realengos.
Las mafias están inhabilitadas para pensar en términos de bienestar colectivo. Les va mejor el saqueo, como si el resto del mundo estuviera allí para la expoliación y su beneficio. Por eso no extraña nada que el manejo de las finanzas públicas sea tan primitivo. Y tampoco que cuando los recursos no son suficientes, salgan de cacería para apropiarse del patrimonio privado hasta que todo sea una única ruina.
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