El análisis de la alocución presidencial es francamente desolador. En su afán de imitar a su predecesor Nicolas cometió un error de forma que tuvo que ver con la duración del discurso. No solo que fueron cerca de cinco horas de larga perorata sino que esa extensión insoportable no se tradujo en una rendición efectiva y tampoco en el relanzamiento del gobierno. Más bien fue el ejercicio forzado de una infeliz contumacia, abundando en lo mismo de siempre, insistiendo tercamente en todas aquellas decisiones que nos han traído hasta aquí y que prometen llevarnos a un más allá lleno de mayores dificultades. La pregunta pertinente es ¿por qué? Y la respuesta no es fácil porque nos coloca en situación de tener que juzgar la insensatez y un ejercicio deliberado de destrucción. La estupidez es muy buena compañera de la perversidad, y en Venezuela ese vínculo tiene una cadencia casi marcial.
Hay varias razones. El gobierno está entrampado con el legado de Hugo Chávez. El extinto presidente ha sido invocado como el nuevo oráculo de los nuevos tiempos. Sus frases, descontextualizadas y dotadas de una autoridad que nunca tuvieron, son el corsé del que no puede salir el régimen a menos que quiera pagar un alto costo de deslegitimación con sus propios grupos de radicales. Que lo haya dicho Chávez no lo hace cierto ni eficaz. Esta dimensión de la trampa se torna más complicada porque el origen es contradictorio, emocional, desquiciado y poco efectivo. Hacer un gobierno como si se tratara de ejecutar un testamento provoca, entre otras cosas, una inflexibilidad muy inconveniente para afrontar el futuro. Los problemas no se resuelven preguntándose cada vez que dice el librito azul o que pensaba el difunto al respecto. Tampoco funciona con Bolívar y la enajenada práctica de transformarlo en jaculatoria.
Pero no solo es la dimensión ideológica la que los enmaraña. Este régimen autoritario es una intrincada red de compromisos personales y de desbalances de poder. Eso hace del gabinete una ocupación perpetua que a lo sumo es susceptible de ser rotada, pero en muy pocos casos sustituida. Diosdado ha convertido el parlamento en su propia trinchera y de allí no lo saca nadie. Y cada ministro es la expresión de una lealtad, una deuda, un nepotismo en proceso de desarrollo o un secreto que a algunos los ha transformado en roles críticos. Nadie se mueve muy a pesar de que lucen agotados, petrificados en ideas fracasadas, exhibiendo con sordidez un “sprit de corps” que retroalimenta los errores y que les hace castigar cualquier disidencia con altísimas penas. Nadie se mueve a pesar de saltos cuánticos como el del flamante titular del despacho de educación, que sin embargo es un botón de muestra de los muchos desaciertos que contiene el grupo de ministros. La desfachatez y el atrevimiento nos siguen colocando más allá del barranco, en caída libre, mientras los responsables están tratando de evitar ser los primeros en caer. La incapacidad pertinaz es parte de la malversación de las oportunidades del país.
La tercera dimensión de la trampa es el tutelaje cada vez más explicito de las FFAA. Este es un régimen de militares, que piensa en términos de objetivos militares y que está siendo administrado por una institución intoxicada de pensamientos radicales. Los militares están cometiendo el error de exhibir su poder. Desaparecido el líder y comandante no se han conformado con mantener privilegios, disposición y capacidad de conducción, sino que algunos han caído en la tentación de hacerse evidentes. Ahora son ellos los que están a cargo de la instrumentación de la guerra económica y de asegurar el rumbo al socialismo. Pagarán el costo de los desaciertos, pero nos lo cobrarán a nosotros con mayor represión y más arbitrariedad. La economía no es un objetivo militar que se pueda alcanzar sin importar consecuencias y efectos colaterales. Así no funciona, pero ellos por “incapacidad entrenada” están inhabilitados para verlo así. Nicolás está entrampado en una guerra que nunca debió invocar porque lo condena a perder prestigio, poder y eficiencia en el mediano plazo aunque en el corto haya podido ganar elecciones y algo de tiempo.
La cuarta dimensión de la trampa es la imposibilidad de desasirse de los compromisos establecidos con los grupos violentos y de cómo estos colectivos violentos entienden el mandato y el permiso para operar con impunidad. No hay pacificación sin contención, desarme, medidas policiales, inteligencia, represión, justicia, castigo y alguna intención de reinserción controlada a la sociedad. Nada de esto se está considerando y el régimen una y otra vez cae en el timo de confiar la calle al miedo y a la inseguridad como mecanismos de control de la disidencia. Por eso antes que ofrecer firmeza pide paz, una condición que solo será el resultado de un largo proceso de reinstitucionalización republicana y apego irrestricto a la ley. El régimen está enredado en los beneficios populistas de tolerar el delito y de no declararle la guerra al hampa. El populismo y la demagogia le han hecho ver que es más vendible el encabezar la falsa batalla contra la especulación y apresar a comerciantes pacíficos y desarmados.
La quinta paila de esta trampa es la indebida lealtad al modelaje Cubano y el precio que están pagando por las labores de inteligencia y control político que el castrismo les presta y que les cobra con sumas astronómicas. El ser imagen y semejanza de Cuba, el mimetizarse con el castrismo les hace crueles y traidores a la patria. El momento más patético del discurso de Nicolás Maduro (y eso que hubo muchos momentos que merecen tal reconocimiento) fue cuando aludió a los hermanos Castro, celebró sus éxitos y agradeció su respaldo. La subordinación emocional es más que evidente, por eso mismo lo único que no quiere debatir Maduro es el monto del compromiso con Cuba y lo que esto significa en términos de erogación de las divisas que les transferimos a ellos pero que necesitamos para sortear nuestras propias dificultades. Empero, el régimen está erotizado y entregado a la voluntad de los viejos líderes cubanos. Nuestro presidente habla como ellos, piensa como ellos, actúa como ellos, sigue su guión y no tiene empacho en decirlo públicamente.
Todas estas dimensiones configuran una condición de mucho peligro para la estabilidad política del régimen. Pero su suerte dependerá de cuál sea la interpretación que la alternativa democrática quiera darle a esto que está ocurriendo. El régimen tiene sus debilidades, hay que descubrirlas y explotarlas antes de que sea demasiado tarde. O el castigo será ser el apéndice perfecto e inútil de toda esta destrucción. La trampa está en aplaudir antes de tiempo, dialogar sin establecer condiciones, despolitizar lo público y dedicarse a gobernar municipios y gobernaciones forzando la normalidad y cohonestando con el silencio o la sonrisa ingenua todo lo que está ocurriendo.
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