Víctor Maldonado.La mano


Por: Víctor Maldonado C.

“No cantan. Sus dedos vagan roncos…”

Miguel Hernández

“Meterle mano” debería ser uno de los slogans de esta tragedia. En Venezuela esa frase tiene un significado vil. Alguien que lo practique está avanzando más allá de lo permitido. Alguien que lo permite lo está haciendo a riesgo. En cualquier caso siempre está involucrada la picardía y el barajo del momento. Un metedor de mano es una especie de carterista del alma, aprovechador de oficio, idólatra de los excesos que cuando todo concluye, simplemente da la espalda para tantear otras oportunidades.

Esta circunstancia siempre fue una trama entre dos hasta que llegó Chávez. En trece años han sido muchas las veces que ha metido la mano y sacado ventaja. Primero fue con ese extraño juramento sobre una moribunda constitución, una mano sobre ella y la otra, artera, guardando en secreto la obsesión de permanecer a perpetuidad disfrutando de las delicias del poder. Muy tarde reconocimos que reforma y refundación fueron solo eufemismos que perseguían allanar los obstáculos que la carta magna de 1961 preveía para que esto no fuera posible. Muchas han sido las oportunidades en que las instituciones han sido violadas y luego dejadas de lado para transformar la república civil en un harem de eunucos donde la única palabra que tiene sentido pronunciar es el nombre del autócrata.

No fue fácil defender los espacios. En algún momento el pito le sonó a PDVSA y ya sabemos los resultados. Ahora está desvencijada, endeudada y sin reputación empresarial, suerte de vieja desdentada que todavía vive de los mejores momentos que tuvo en el pasado. Por allí también pasó su mano. ¿Recuerdan el millardito? Hasta la fecha han sumado 160 mil millones de dólares que han pasado por su mano sin ningún control y también sin ningún impacto. Promesas grandilocuentes han sobrado. Refinerías inmensas, gasoductos que atraviesan continentes, millones de casas, puentes y autopistas, satélites, gallineros verticales y fundos zamoranos. Ni uno ha sobrevivido a su verborrea. Ninguno se puede sacar de la mano para presentarlo al país. Ha preferido meterle mano a obras ajenas. Y entonces su discurso se transformó en ese oscuro mantra satánico que ordenaba expropiaciones a lo largo y ancho del país. Cada obra buena convertida en un charco donde lo único refulgente es ese rojo sangre que alude una y mil veces al crimen contra el progreso que significa el arrancarte lo tuyo para volverlo terreno baldío. ¿Recuerdan el Sambil? ¿Saben de quién es la Torre Confinanzas y en qué se ha convertido? Por allí también ha pasado su mano.

A veces la mano señala. Cuando eso ocurre los indicados terminan presos, asoladas sus propiedades, y en el mejor de los casos, obligados a un destierro que tiene por detrás una maquinaria de improperios organizada para garantizar esa muerte moral que fundamenta todo esta patria socialista. La mano que cierra el calabozo no tiene memoria. De eso se trata, de la condena al olvido y del miedo que todos tienen de quebrantar la orden de muerte en vida a la que han sido condenados los enemigos de esa mano. Tampoco allí hay redención.

No bastó con eso. Había que meterle mano a los restos del Libertador. ¿Por qué no? Y así se hizo en una gélida madrugada. Lo cierto es que esa mano inquieta le mete a todo. Alguna vez en Los Próceres se vio como esa mano todopoderosa llegó manejando el carro que antes había sido del jefe de un cartel. ¿Por qué no? Y luego, la misma mano sobaba con lujuria un lingote de oro sustraído de las reservas nacionales. ¿Por qué no?

Ahora esa mano quiere más. Está antojada con las prestaciones sociales de los trabajadores. Las quiere para sí, para seguir con este jolgorio lleno de trucos de chistera. Ya sabemos de su voracidad y de la experiencia que tiene en desaparecer cosas. ¿Por qué no? ¿Por qué no va a disponer de lo que no es suyo si eso es lo que ha hecho siempre? La mano quiere esos nueve millarditos adicionales para seguir esta fiesta de desapariciones y traslocaciones. Las toca aquí y de repente reaparecen en las manos de Evo, Fidel, Ortega, Cristina. Las toca aquí y simplemente se convierten en un container lleno de arena que justifica los bolsillos llenos de cualquiera de los boliburgueses. O tal vez piense que una pirámide sea el monumento que se merece una mano tan diestra como la suya. Una pirámide hecha con las prestaciones sociales del pueblo, como contribución humilde al eterno descanso de sus afanes, tal vez entre Capanaparo y Puerto Paez. ¿Por qué no? Si es lo único que queda por expropiar, el sueldo de la gente, que debe pasar por sus manos para que sea definitivamente del pueblo.

Víctor Maldonado C

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