por: Víctor Maldonado C.
“la muerte soy, oiga que soy la muerte”
El Gran Combo
No se puede dejar pasar, así como así, el inmenso fracaso que representan las 19.336 muertes violentas ocurridas en el año 2011. La cifra acumulada es todavía peor. Estamos hablando que el proceso carga sobre sus hombros la infausta suerte de 159 mil 981 personas asesinadas y otras 799 mil 905 que resultaron gravemente heridas en hechos violentos. No hay país que se pueda sentir feliz si sus ciudadanos tienen que resignarse a sufrir los efectos de una guerra no declarada, que ocurre sin que el gobierno encuentre la forma de detener sus efectos. Recientemente el ministro del ramo, Tarek El Aissami, confesó que no había encontrado la fórmula que le permitiera romper esa inercia que lleva las cifras de decesos a niveles insostenibles. Y la interrogante que queda en el ambiente nacional es por qué no han podido, ni él, ni los anteriores, ni el gobierno, ni sus geniales ideas, ni la pretensión de la conciencia revolucionaria, ni el compromiso exigido por el líder. ¿Por qué esta revolución no puede darnos siquiera la paz de la que hacen gala otros regímenes no democráticos?
La respuesta es dolorosamente sencilla. El gobierno ha patrocinado el clima de violencia que asola a los venezolanos y que ahora se vuelve contra el régimen en forma de reclamo social. Tres han sido los mecanismos principales para la promoción del crimen: el discurso de la impunidad, la desinstitucionalización de la República, y la sustitución de la ética del esfuerzo por la que fomenta la vagancia y el ocio improductivo. Desde sus inicios el presidente centró sus esfuerzos en elaborar un argumento lleno de permisividad y justificaciones demagógicas al delito. Su primer gobierno se estrenó con la apología al robo por necesidad. Y el resto de sus trece años han sido la molienda de todo aquello que antes parecía formar parte de la decencia. Esa misma explicación sirvió para estimular la vigencia de grupos armados y colectivos que han cometido toda clase de abusos en nombre de la revolución. Pero no se detuvo allí, pues se propuso crear una iconografía de la violencia y de sus epígonos entre los cuales no dejó de estar el Che tomado de la mano con TiroFijo. Trece años machacando que la alternativa al socialismo solo podía ser la muerte, mientras desde la presidencia se mandaba a la mierda a quien no estuviera de acuerdo, se apoyaban programas especializados en la infamia, se llenaban las cáceles de presos políticos y se destituían ipso facto a jueces que decidían de acuerdo a la ley. Ese discurso transformó a Danilo Anderson en un héroe de la patria, y lleno de afrentas al Cardenal Velazco. Y cuando calló, lo hizo para dedicar un minuto de silencio al jefe de la narco guerrilla conocida como las FARC. El presidente ha sido el principal causante de que nadie en el país crea que el crimen no paga. Porque aquí el crimen está lleno de ganadores, como aquellos antihéroes de Puente Llaguno o el largo etcétera que cada uno de nosotros imagina mientras lee estas líneas. Aquí el crimen es la punta de lanza que ha usado está revolución para derrocarlo todo, para deshacerlo todo, para hacer tabula rasa y luego montar el tan ansiado socialismo, y sus hombres nuevos, tal vez depurados en esa sangría imparable, que sin embargo tanto preocupa al hoy caído en desgracia ministro Tarek.
Ese discurso vino acompañado de acciones. El imperio del más fuerte ha sustituido al imperio de la ley. El ministro con pistoleras y pistolas ha sucedido al magistrado democrático. El insulto de cualquier funcionario del gobierno, es la respuesta a cualquier intento de interpelación en la Asamblea Nacional. Todo un espectáculo ver a Giordani escondiéndose detrás de la descalificación y las falacias. O a Diosdado, rescatado del exilio interior, provocando, mientras sabe que resulta inalcanzable porque cuenta con el apoyo de su máximo caudillo. El demoler todas las normas y acuerdos de la decencia y el hacer trizas todas las prácticas republicanas de balance y respeto, han acompañado el discurso y envían señales claras de que aquí todo vale del lado de la revolución. Por eso, la organización bolivariana de motorizados es la última palabra, y no la ley que intenta regularlos.
Y para colmo, el gobierno se ha inventado mil y una misiones que estimulan el ocio, ofreciendo plata sin trabajo, traicionando de esta forma cualquier esfuerzo que se haga para transmitir el mensaje de que sólo el trabajo honesto puede hacernos salir adelante. Por eso nuestras noches son tan tenebrosas.
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