Hoy se cumplen 64 años de la fundación de la OPEP.
Por Rómulo Betancourt
Otro de los pilares de la política petrolera nacionalista iniciada en 1959 fue la de integrar con los gobiernos del Medio Oriente la Organización de los países productores de Petróleo (OPEP). El 24 de septiembre de 1960 fue hecho público el Pacto de Bagdad, que dio origen a la OPEP. La integraron en sus comienzos Venezuela, Irak, Kuwait y Arabia Saudita. Los demás países productores se han ido integrando a esa organización. Es un frente unido de naciones petrolíferas, orientado a la defensa común de precios altos para el «crudo» que extrae de sus pozos el cártel petrolero internacional. Otra finalidad de ese organismo es la de conjugar esfuerzos para obtener la mayor participación posible en el producido de la riqueza minera extraída de sus suelos. Responde ese organismo a la estrategia que están siguiendo los países en proceso de desarrollo de coaligarse para la defensa de sus derechos, regateados y atropellados por las grandes potencias industriales y por las empresas monopolistas internacionales. Y como toda organización de ese tipo, forjadas en tiempos muy recientes, no han sido fáciles y sin obstáculos poderosos por vencer las tareas de la OPEP. Nunca fue vista esa entidad con simpatía, sino con hostilidad apenas disimulada, por las grandes empresas del petróleo. La diplomacia de Estados Unidos e Inglaterra hizo su trabajo de zapa en la región meso-oriental, para desanimar a gobiernos sobre los cuales ejercen conocida influencia en el sentido de que abandonaran a la Organización. Pugnas y rivalidades internas ha habido y habrá dentro de la OPEP. Pero su pervivencia, seis años después de haberse fundado, es hecho revelador de que los escasos países productores y exportadores importantes de petróleo -Venezuela, los del Media Orinte y los del Norte de Africa- tienen lúcida conciencia del valor de csa privilegiada riqueza, y de que sólo coordinando su acción defensiva pueden lograr de ella una participación justa.
Esta politica de petróleo seguida por los gobiernos democráticos venezolanos a partir de 1959 ha sido objeto de una oposición obstinada de parte de los más diversos grupos, individualidades y periódicos. Desde los comunistas hasta los más recalcitrantes reaccionarios la han impugnado con agresiva intemperancia. Los pupilos de Moscú, tutelaje ejercido durante algunos años por la interpósita mano de Fidel Castro, nos han acusado de «entreguistas». Los reaccionarios -algunos por simple afán de combatirnos, otros por sus nexos más o menos disimulados con los consorcios aceiteros- disparaban con balas distintas .
De acuerdo con sus tesis, estábamos cometiendo algo más vituperable que un error administrativo, casi un crimen de lesa patría, al cobrar mayores impuestos a la industria; al fundar una Compañía estatal, la CVP; al vincularnos con los árabes en el bastión defensivo de la OPEP; al negarnos a seguir en la subasta de lo que le quedaba al país de fuentes del mineral, mediante el sistema de acusado de perfil colonial de las concesiones. Las Compañías -clamaban con agorero acento de Casandras aterrorizadas- van a abandonar a Venezuela, liando sus petates e instalándose en esas zonas tranquilas pródigas en mineral y acogedoras sin condiciones al capital extranjero, que son los países árabes y los norafricanos .
El artificial andamiaje de esa argumentación se vino al suelo, en estrepitosa forma, cuando estalló, el 5 de junio de 1967, la guerra árabe israelí. Ella vino a demostrar la inseguridad que para la producción petrolera existe en el Medio Oriente y en el Norte de Africa; y cómo Venezuela continúa siendo el país suministrador básico para Occidente y el que ofrece más estables garantías. Un recorrido sumario por lo que sucedió antes, durante y después de la «guerra relámpago»; un rápido recuento del papel que jugó y sigue jugando el petróleo en la aún irresuelta crisis del Medio Oriente, confirmará la afirmación que se ha hecho.
* Tomado del libro “Venezuela Política y Petróleo” de Rómulo Betancourt, páginas 960 y 961, Tercera Edición (1969), Editorial Senderos, Bogotá.
* Fotografía cortesía de La Gran Aldea.