Por Ricardo Israel
El mundo carece de una buena gobernanza internacional, y parte importante del problema se debe a la gran paradoja del siglo XXI, ya que la arquitectura de los organismos mundiales está en manos de instituciones que corresponden a otra época histórica. En efecto, se vive en la era conocida como globalización, mientras que la mayoría de los organismos que gobiernan el planeta fueron creados al fin de la segunda guerra mundial y la posterior guerra fría.
Aún más, aquellos de orden financiero creados en fechas más recientes, no alteran y al contrario confirman lo dicho, ya que operan o al interior de instituciones creadas en esa época o que funcionan con aquella lógica de poder.
No solo ocurre con casi todas las instituciones temáticas como la Organización Mundial de Salud, la UNESCO en la cultura o la FAO en agricultura y alimentación, sino también con los organismos territoriales del sistema de las Naciones Unidas como por ejemplo la CEPAL.
Lo anterior tiene lugar en un mundo en constante transformación, y una también constante falta de adaptación a esas modificaciones, como lo reflejan los ritos anuales de la Asamblea General de la ONU, a pesar de que su composición ha variado enormemente, toda vez que en 1946 eran pocos los países africanos independientes y hoy son 54.
Esta situación de falta de adaptación al mundo real, en forma y en fondo, no solo se manifiesta al interior de la ONU, sino también fuera de esta, en aquellas agrupaciones que vinculan países por afinidad o por región. Es el caso de la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Africana, la Liga Árabe, o la actual Unión Europea, que simplemente no tiene un peso internacional correspondiente al peso económico, histórico y cultural de los países que las integran.
Al interior de la ONU, el poder se concentra en el Consejo de Seguridad, el cual tiene el anacronismo que aquellas potencias con derecho a veto permanente representan a los ganadores de la segunda guerra mundial, que explica que ni Alemania ni Japón lo integren. Ese propio poder de veto lleva a que potencias como Estados Unidos o Rusia se lo salten con frecuencia al igual que ex potencias coloniales como Francia o Reino Unido cuando intervienen en excolonias africanas.
El sistema de la ONU no solo tiene un componente político sino también uno económico, ya que el origen tanto del Banco Mundial como del Fondo Monetario Internacional se remonta a julio de 1944 y la Conferencia de Breton Woods.
Ambas surgieron como instituciones a las que acudían los países a través de los gobiernos, pero han perdido relevancia en un mundo en que los capitales se mueven con velocidad apretando la tecla de dispositivos como computadores o teléfonos personales. Evidencia que reflejan otra era se encuentra en estatutos que todavía se permiten situaciones en que antiguas potencias coloniales como Bélgica mantienen derechos accionarios que no palidecen frente a países que sobresalen en su poder económico.
El resultado es en general irrelevancia y muchas críticas a una burocracia excesiva, costosa, y en general, ineficiente. Es también un sistema que hoy se caracteriza por sesgos, incluso cuando debiera carecer de ellos por la naturaleza de su actividad, tal como ocurre en la Unesco, y, sobre todo, en el área de los Derechos Humanos, que se concentra en forma obsesiva en Israel y no en violadores sistemáticos de esos derechos universales como lo demuestra el caso de países que han integrado su Consejo tales como Pakistán, Siria, Irán, Cuba o Venezuela.
La propia burocracia de esas instituciones, que fue marginal y estuvo contenida durante la guerra fría, se ha convertido en una alternativa de poder que no siempre rinde cuenta a sus mandantes (los Estados integrantes) y que en ocasiones ha buscado imponer agendas con los valores a través de los cuales cree que debe regirse el mundo. Mas aun, más de alguna vez a través de resoluciones menores, acuerdos, programas, utilizando el “soft law” como atajo al Derecho Internacional, y saltándose el mecanismo de los Tratados propiamente tales, ha presionado de formas diversas a los Estados miembros, a veces usando fallos puntuales de cortes internacionales, para conseguir sus propósitos.
En resumen, empezando por las propias Naciones Unidas, la arquitectura de las organizaciones internacionales no es la más adecuada o aconsejable para el mundo del siglo XXI. Es un sistema ineficiente y obsoleto, por lo que se necesita una nueva estructura e institucionalidad que refleje en lo económico y en lo político, la actual diversidad y multipolaridad.
¿Se puede hacer? Si, se puede, a lo que habría que agregar que fundamentalmente depende de USA. ¿Pero, porque Estados Unidos?
No solo porque todavía es la primera potencia, todavía la superpotencia número uno, sino también sigue siendo el principal financista de esas instituciones. Es también su historia, toda vez que los dos grandes intentos del siglo XX fueron su obra, tanto la extinta Liga de las Naciones de la primera mitad del siglo como las Naciones Unidas, de la segunda mitad.
No hay otro u otra. No parece que China o Rusia, tengan el interés de hacerlo como tampoco dos países que como Francia y el Reino Unido se alejan de los primeros lugares, en cuanto a poder.
USA, además, necesita el desafío, toda vez que le permitiría tener algo de lo que hoy carece, en la forma de una política exterior de unidad, bipartidista, como también ordenaría su política exterior, con el automatismo y la claridad que su gran rival para el cetro de la principal superpotencia es China.
Fuera de China, no hay otro país que pueda aspirar a disputarle a nivel global el primer lugar a USA, con el agregado que cuenta con recursos económicos cada vez mas crecientes. No hay otra rivalidad que tenga la capacidad de definir la geopolítica del siglo XXI, además que todo indica que área por área, sector por sector, China parece estar moviéndose igual que Estados Unidos el siglo XX cuando se propuso quitarle el cetro al imperio británico.
Hoy, USA puede hacerlo, no sabemos si dentro de algunos años podrá o querrá. Hoy, no solo puede hacerlo, sino que también todavía es influyente en todos los indicadores de poder, desde los militares a los culturales, desde el hard power al soft power
Le daría además un sentido de misión a Estados Unidos como también una política exterior bipartidista, una de Estado de la cual hoy carece. Hoy, tiene lo opuesto, ya que en áreas básicas lo que predomina es la casa dividida de la que hablaba Lincoln.
La polarización actual de USA es tal, que no solo la encontramos muy dividida, sino también con visiones contrapuestas en torno a su pasado y a su futuro, un país donde sus elites parecen haber perdido no solo su unidad sino también su sentido de misión en torno a la superioridad de sus sistemas económico y político, a diferencia de que en la elite china donde parece abundar esa supuesta superioridad, desde lideres empresariales hasta activistas del Partido Comunista.
Por, sobre todo, es la constatación que la actual estructura y su arquitectura de organizaciones internacionales ya ha cumplido su función histórica, y hoy, parece crear tantos problemas como los que resuelve, con el añadido que cada vez el actual sistema proporciona menos certidumbre y respeto a las reglas del juego, es decir, tal como lo ha demostrado la invasión de Ucrania, el sistema internacional no garantiza estabilidad.
Y si algo ensena la historia, es que, tanto en lo económico como en lo político, en un escenario como el descrito, hay inevitablemente fuerzas que empujan hacia el conflicto.
Ningún otro país podría tener el interés de Estados Unidos para buscar una reforma de esta magnitud del sistema internacional. Tampoco nadie tiene su historia, y todavía, el poder, aunque ignoramos si posee la voluntad de ejercerlo.
La gran duda es esa, tiene todavía USA la voluntad de seguir ocupando el primer lugar, y si es así, ¿por cuánto tiempo?
Si la tiene, creo que el primer paso para enfrentar una situación donde el poder económico de China lo hace tan o más complicado que la guerra fría, es tener una estrategia cuyo primer paso se me ocurre es una nueva arquitectura internacional, más acorde con la era histórica que nos ha tocado vivir, y que hoy perjudica a Estados Unidos.
Y quizás haya un Premio Nobel de la Paz como recompensa para quien encabece la iniciativa.
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