Ricardo Israel: Derecha e izquierda en el Siglo XXI

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Por Ricardo Israel

Con ese título tuvo lugar un Foro este 26 de abril en Miami, organizado por el Interamerican Institute for Democracy y el Adam Smith Center for Economic Freedom (Florida International University). El momento fue oportuno toda vez que hace dos días Macron fue reelecto, pero el sector político de su rival obtuvo su mejor votación histórica. Fue la ratificación de la obsolescencia de socialistas y republicanos, que por décadas definieron la política francesa.

El propio nombre de derecha e izquierda surgió en los albores de la Revolución Francesa para indicar la ubicación de monarquistas y revolucionarios en la Asamblea Nacional de 1789. Su duración fue todo un logro, ya que durante mucho tiempo fueron la mejor descripción de opciones políticas y un facilitador del entendimiento para muchas personas, sobre todo en periodos electorales, y en todo el mundo.

En Francia y otros países fueron -al menos en esta segunda vuelta- reemplazados por globalistas versus patriotas como una representación de las alternativas en juego.

Coincide con otros cambios y es expresión de lo que mejor se llama Posdemocracia, y el pos o post se usa siempre que todavía no se dispone de buenas herramientas conceptuales para explicar una transformación importante. La Democracia tiene indudablemente dos grandes virtudes: en primer lugar, es un universo conceptual que se originó en la Grecia clásica y donde existe cierta unanimidad en lo que es y no es, además que, en segundo lugar, es parte del Derecho Internacional e interno de muchos países, en la forma como la define por ejemplo la Carta Democrática Interamericana. Por ello, los apellidos que se le agregan son normalmente más bien una distorsión inaceptable, y hasta una burla.

Al mismo tiempo, y también sin duda, está en problemas y con crecientes cuestionamientos aún en sus mejores expresiones nacionales y claramente en retroceso en América Latina, donde la cantidad de dictaduras más bien aumenta que disminuye en estos días, incluyendo el control de gobiernos a través de la delincuencia organizada, y el enfrentamiento más que ser de derechas e izquierdas, es claramente entre democracia y dictadura, entre el respeto a los derechos humanos y su violación.

Las libertades se nos aparecen en peligro y los Estados son conquistados no por el asalto al poder de los equivalentes a los bolcheviques del siglo XX, sino que la buena o mala democracia es destruida desde adentro, muchas veces a través de la utilización de los tribunales de justicia o con el cambio de la constitución y la modificación radical de las reglas del juego. Es una agenda que no necesita de la guerrilla para avanzar.

Se aprecia un desafío a la democracia desde las autocracias y los regímenes iliberales. También la afecta la polarización, ya que necesita del diálogo y el compromiso para florecer, siendo además el dinero sucio, incluyendo al de la droga, un problema serio para la democracia. Por su parte, el islam político es una negación de ella como también lo es el populismo autoritario.

Coincide también con un periodo de reacomodo en la escena internacional, no solo por la invasión rusa a Ucrania, sino sobre todo, por lo que va a caracterizar a este siglo XXI, cual es la lucha geopolítica entre China y USA por el cetro de superpotencia, que no es una repetición de la Guerra Fría del siglo pasado, al menos por un doble motivo: el primero es el poder económico de China y el segundo, es que en la palanca de desarrollo, más que competir dos sistemas, lo que hay es el mercado, pero la diferencia es si el proceso se conduce desde la libertad o desde el dirigismo. Rusia y Putin lo que hacen es demostrar cuan equivocado estuvo Fukuyama al pronosticar el Fin de la Historia, ya que esta regresa y reaparece, al menos como variable geopolítica.

La propia Declaración Universal de los Derechos Humanos parece tener muchas dificultades para imponerse a posiciones que debieran ser marginales o limitades al intercambio académico, y que han pasado a ser masivas, como, por ejemplo, la crítica destemplada a algunas opiniones consideradas inaceptables. Del mismo modo, las Redes Sociales agrupan a los que piensan igual y empujan a la confrontación, lo que se agrava cuando desde las propias empresas de alta tecnología, ejecutivos y propietarios ejercen la censura.

La aparición de la autoproclamada superioridad moral perjudica enormemente, toda vez que introduce en el debate político criterios cuasi religiosos, con lo que las diferencias ya no se procesan entre adversarios, sino entre buenos y malos, con los cuales no hay ni puede haber compromiso.

En definitiva, el centro político en la forma de centro derecha o centro izquierda es barrido en muchos lugares, desde el momento que más que aspirar a la mayoría, en muchos lugares, hoy se busca sumar a las diferentes minorías. Coincide, además, con la reaparición del fascismo no como ideología o gobierno, sino como táctica de cancelación al que piensa distinto y de funas a quienes nos son desagradables, afectando no solo a la libertad de expresión sino también imponiéndose en lugares tan inesperados como las universidades.

Le es difícil prosperar como alternativa de compromiso a la tradición de debate informado que representaban en la política tradicional la derecha e izquierda, como alternativas de libertad versus igualdad. Aparece confrontando a ambas un peligro totalitario, diferente a lo que se conoció en el siglo XX, pero no por ello menos peligroso. Es una nueva forma de totalitarismo, a partir de la recreación de la distopia del Orwell de 1984. Es también una forma de mostrar la vigencia analítica de Hannah Arendt, y no solo por la banalidad del mal, sino también por la actualidad de lo que escribiera acerca de los orígenes del totalitarismo. El tema es lo mucho que afecta a la democracia la hipocresía y el doble estándar de lapidar al rival, pero justificar al amigo por la misma falta/error.

En esta desaparición de lo que representaron alguna vez izquierda y derecha y la familiaridad de su antigua representación, hay sin duda un desencanto con la modernidad y un deterioro de la idea de que los ciudadanos deben controlar al poder, todo poder, desde el momento que la expresión máxima, es cuando quienes tienen poder no necesitan reprimir, ya que cuentan con la aceptación entusiasta de los sujetos que debieran cuestionar lo que les ocurre. El control del lenguaje apunta no solo a la visión religiosa de la política, sino también a un pensamiento “correcto” que no acepta disidencias, y, por lo tanto, no se permite un debate en igualdad de condiciones, ya que no se reconoce como legítimo al interlocutor.

Parte de este nuevo escenario es la posverdad con su gran cantidad de terraplanistas en casi en todos los temas y en todo debate de importancia pública, con la peligrosa ubicuidad de las noticias falsas, en un ambiente de creciente pérdida de importancia de los medios tradicionales, ayudado por comunicadores que son percibidos como sesgados y no como defensores del bien común.

Somos testigos de una post democracia que no acepta los límites propios de la democracia, y donde no hay igualdad de armas entre razón y emoción, sino que esta ha doblegado casi del todo a la primera. Es una reedición, felizmente a nivel discursivo por ahora, de lo que se conoció en China con la Revolución Cultural de Mao, solo que no es contra Confucio, sino que en la actual versión occidental es contra el proceso que hemos vivido los últimos siglos, conocido como Ilustración, el que también tiene su propia elite y vanguardia y que a veces se muestra en la lucha contra símbolos y monumentos, tal como ocurriera en la versión china.

Son nuevas elites que buscan imponer su propia versión de revolución cultural, y, por lo tanto, nuevas oligarquías, que desde estas nuevas formas de poder han arrinconado a los demócratas en la defensa de la tradición democrática y/o de la tradición liberal, en la manera como se entendía la defensa de estas corrientes. Es un arrinconamiento que conduce a la autocensura y al mono discurso, y donde la tradición de intercambios al interior de reglas aceptadas por la versión de izquierda y derecha de esas reglas de civilidad, hoy se presenta como obsoleta, ya que los hechos han sido reemplazados por narrativas.

En esa lucha, el intercambio de izquierdas y derechas democráticas y su encuentro en un punto intermedio del centro, ha perdido importancia y relevancia, al ser reemplazado por narrativas. El éxito de estos relatos es que no es necesario convencer sino imponer, aunque no se haga por medios violentos o dictatoriales. Su éxito se manifiesta en el número de personas que no ven alternativas, sino que aceptan a las narrativas sin resistencia, como algo ¨natural¨ de los tiempos que se viven.

El anterior es el contexto donde se cuestiona a ciertas derechas e izquierdas en el siglo XXI. El problema es que conduce inevitablemente a la captura progresiva del Estado como también de las instituciones democráticas, a la política como nueva religión, aunque sin Dios, y que los dueños de la verdad en el siglo XXI están resultando ser tan perniciosos e intolerantes como lo fueron en siglos pasados.

«Las opiniones aquí publicadas son responsabilidad absoluta de su autor».

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