Por Eduardo Martínez
El fallecimiento de un Papa, y el proceso de elección de su sucesor, es un buen momento para reflexionar sobre lo que es la Iglesia Católica. Y decimos “es” y no “fue” o “ha sido”, por cuanto el primer elemento para reflexionar es su permanencia y vigencia en el tiempo.
Después de más de dos mil años, 20 siglos completos, y avanzado su siglo 21, la Iglesia tiene un hilo de continuidad que no se ha roto.
Desde el punto de vista organizacional, sus estructuras han evolucionado, perfeccionado, mejorado, y aunque tuvieron amenazas, nunca en esos 2000 años la Iglesia desapareció, ni ha tenido la necesidad de ser refundada.
En todos estos años, muchos años, han habido guerras desde locales a mundiales, bombas atómicas, invasiones, y siempre la guerra ha perdurado.
En alguna ocasión, un obispo llamó mi atención con un punto de observación bastante ilustrativo de esa continuidad. La expresó en los siguientes términos: si nos vamos a lo profundo de Venezuela, y nos encontramos con un curita de un pueblo, él, y su aparición en ese pueblo, nos llevará directamente a Jesucristo.
Ahondando en su explicación, indicó que si investigamos quién fue el obispo que impuso sus manos cuando ese curita fue consagrado como sacerdote, y a la vez, quién le impuso las manos a ese obispo, y así sucesivamente, en un hilo milenario de continuidad llegamos a los Apóstoles y a Jesucristo.
Tanto es así, que Valdimir Lenin, cuando propone cómo será el Partido Comunista, copia -y lo señala- a las organizaciones que consideraba perfectas: la Iglesia Católica y la Compañía de Jesús. Esta última fundada por San Ignacio de Loyola. La primera que se mantenía por casi 2000 años, y la segunda que cumpliría 500 años.
Con esta propuesta, Lenin pensaba en una organización que durara para siempre, que fuera eterna. Para lo cual copió lo que llamaría “el centralismo democrático”. Algo que en teoría definió como: se discute de abajo hacia arriba, se decide arriba, y se impone hacia abajo. Lo que puede parecer que describe a la Iglesia, pero que terminó siendo una falacia.
(Una falacia significa “engaño” (del latín), y es “una tesis que parece válida, pero no lo es”).
Si algo demostró el comunismo durante el Siglo XX, y que extemporáneamente se sigue demostrando puntualmente, es que el símil solo ha servido para que los comunistas se apoderen de un país, y a la vuelta de la esquina, el centralismo democrático sirva para eliminar esa parte de la “discusión” con el objetivo de convertirse en una férrea dictadura.
Sin embargo, por su propia naturaleza, a Lenin le faltó “algo”. Lo que hizo -la historia lo demuestra- que su idílica organización no llegara a cumplir 100 años. Aunque Lenin intentó irse por las ramas.
Este punto puede ser ilustrado con las teorías organizacionales de las empresas de estos tiempos. Las teorías gerenciales señalan que las empresas deben tener algo parecido a la propuesta centralista de Lenin, una organización de naturaleza piramidal con un único jefe a la cabeza, un cuerpo de directores, y luego divisiones geográficas y de apoyo para operar local, nacional y/o transnacionalmente.
Luego los teóricos de la organzación, cuando las empresas comenzaron a hacer aguas, se dieron cuenta que “algo” les faltaba. Lo que les llevó a proponer que las empresas debían tener “lemas”, “propósitos” tipos de mandamientos, y una estructurada concepción de su lugar en el mundo y los mercados. Y solo recientemente, una “responsabilidad social”.
Adicionalmente, y como copia de un modelo político, a publicitar sus productos y “propagar” su credo empresarial y organizacional.
La Iglesia Católica, desde sus primeros tiempos, se dedicó a “propagar” la Fe. Lo que se atribuye a San Pablo. Y aquí encontramos la piedra angular de la vigencia en el tiempo de la Iglesia, y no porque solo se propague, sino por una poderosa palabra de tan solo dos letras: la FE. Eso es lo que marca la diferencia.
El comunismo, y perdonen lo reiterativo en las comparaciones, se empeñó sin éxito perdurable en fabricar una FE. Abjuró de las creencias del Mundo occidental al cual pertenecía, de declaró abiertamente ateo, y quiso sin éxito hacer desaparecer dos milenios de historia y tradición. Intentó cambiar los paradigmas.
Para sorpresa de Lenin, si es que todavía existe en un algún plano como para sorprenderse, la Iglesia Católica no venía del año cero cuando nació Jesucristo. Las creencias se remontan a los tiempos bíblicos.
Los católicos llevamos en nuestro adn -hoy en día- más de 5000 años de tradición judía. El cristianismo no obedeció a un proceso de reingeniería. Por el contrario, evolucionó de acuerdo a los principios y desde los orígenes mismo del judaísmo.
En este sentido, la Iglesia Católica es una escuela de vida, basada en una Fe, con valores milenarios que son la base fundamental de la cultura occidental.
El otro punto a considerar, es que como herencia de los aportes del judaismo, la Iglesia Católica se ha fundamentado en la “palabra revelada”. En nuestras creencias, lo que aparece escrito en la Biblia, nos vino por revelación directa de Dios.
Dibujar en las paredes “ojitos”, y decir que vive, para hacer creer que nos ven, no pasa de ser un infrutuoso intento de sembrar una fe en algo que no es tal. Como todo lo que se pinta en las paredes, vivirá para ser borrado por el paso del tiempo. Al final, no está esculpido sobre roca, solo pintado. Irremediablemente, eso se caerá.
En resumen, el eslabón faltante -tal vez- está bien ilustrado en el fresco de la Capilla Sixtina de Miguel Angel denominado “la creación”. Que no es otra cosa que “la chispa” entre lo divino y lo terreno.
Al comunismo, le faltó eso: la chispa divina.
Un día de estos seguiremos…
@ermartinezd