Por Eduardo Martínez
Luego de varias semanas de retraso, este martes 26 de abril la Asamblea Nacional (AN) designó principales y suplentes del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). Unas designaciones que no sorprendieron a nadie, aunque la mayor parte de los nombres de los nuevos magistrados no le digan nada a los venezolanos. Y de los que repiten, prefieren no recordarlos.
La prensa digital (El Nacional) informó que “que de los 20 del total, 12 de los del anterior período repiten (60%), siendo mayoría en las salas Constitucional, Penal, Político Administrativa y Electoral”, según declaraciones de la ONG Acceso a la Justicia.
En las redes sociales, los análisis fueron más allá, y con el más absoluto desparpajo, y sin remordimientos, se permitieron totalizar cuántos magistrados son chavistas y cuantos son de oposición. Existiendo por supuesto, una desproporción entre los primeros y los segundos.
Ya, en cuanto a los números resulta un desequilibrio de fuerzas. Y como ha venido sucediendo desde hace dos décadas, no solo no hay demanda que pierda el gobierno, sino que son muy pocas las que llegan a juicio.
Sin embargo, hay conceptos transgredidos de mayor profundidad. Entre estos, el que la justicia no se basa en una proporción entre el gobierno y la oposición. No es un problema de mayorías y minorías. Es, por el contrario, de respeto a la Constitución y a las leyes vigentes, sin importar quién las violenta o infringe.
Desafortunadamente, ha pesado más otra vez la filiación política, la lealtad partidista y la sumisión a la hegemonía. La justicia, la separación de poderes, la independencia de los jueces y el equilibrio judicial, han vuelto a quedar de lado.
Con el debido respeto que merece y se le debe tener al TSJ y a los magistrados, también es justo y necesario que los venezolanos merezcamos respeto.
Sin justicia, no hay respeto.
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