Hay tres maneras de adquirir sabiduría: por la reflexión, que es la más noble; por la imitación, que es la más sencilla; y por la experiencia, que es la más amarga. Confucio (551-479 a.C)
Las esencias según la tradición china, y sus aplicaciones, conforme a la occidental. Chang Chi-Tung (1837-1909)
China tiene de peculiar el haberse desarrollado dentro de sí misma. Friedrich Hegel (1770-1831)
Por León Sarcos
La excepcionalidad estadounidense es propagandística. Mantiene que este país tiene la obligación de difundir sus valores por todo el mundo. La excepcionalidad china es cultural. China no hace proselitismo; no reivindica que sus instituciones tengan validez fuera de ella.
Esta es una de las razones que los hace singulares, únicos, y a la vez simples y muy complejos, para nosotros occidentales, explica Henry Kissinger en su libro Sobre China.
La lectura de las obras de Henry Kissinger –además de dejar traslucir el sobrio estilo de su pluma y sus dotes de gran estratega de la diplomacia del siglo XX– han pasado a convertirse en ensayos magistrales para todos los interesados en las ciencias políticas y en las relaciones internacionales. Sugieren, además, una serena y cálida condición humana, no muy común en los fríos entornos de la diplomacia en el mundo. Por lo menos, así lo percibí en sus memorias y en muchos de los ensayos que leí en mis años apasionados, al fragor de las luchas estudiantiles, donde solemos ser demasiado fieles a nuestras convicciones generalmente muy radicales en los juicios sobre la realpolitik.
El Emperador Amarillo
Un hombre que tiene un alma hermosa tiene cosas hermosas que decir, pero un hombre que dice cosas hermosas no necesariamente tiene un alma hermosa. Confucio
En la historia, China aparece más como un fenómeno natural o un misterio religioso que como la formación de un Estado nación convencional. El dios metafísico que se revela en las sagradas escrituras en el Occidente cristiano como el Creador… En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas…
Para los chinos, es de manera diferente, Dios adquiere forma humana como intermediario entre el cielo y la tierra en la figura del Emperador Amarillo. Cuando este último aparece, se tiene la sensación de que China ya existía y se encontraba sumida en el caos. El cuento es de otra naturaleza, mucho más creíble y terrenal. Vino como un nuevo héroe a poner orden, para lo cual reclutó un ejército que sometió a distintos príncipes que pugnaban entre sí, pacificó el reino y fue aclamado como Emperador.
No existe otro país que pueda reivindicar una civilización tan continuada en el tiempo, ni un vínculo tan estrecho con su antiguo pasado y con los principios clásicos de la estrategia y la habilidad política.
Esa es una de las tantas razones –de la que derivan muchas otras–, por las que pienso que la obra de este pensador occidental resulta vital para comprender cómo se logró la progresiva incorporación del gigante asiático al comercio mundial, a las relaciones exteriores, y definitivamente al mercado y a la competencia científica y tecnológica.
La visión y la experiencia que sobre China acumuló esta importante figura de la política exterior estadounidense, ayudó a tejer lazos permanentes con aquel país. Su laboriosa y compleja tarea le condujo, con un equipo de especialistas, a llevar a buen término la delicada tarea de activar y hacer prósperas, las relaciones entre China y los Estados Unidos y la apertura de aquella al resto del mundo.
Las singularidades chinas
Presta tanta atención a tu interior como la prestas a tu imagen. Confucio
Según Kissinger, el Emperador Amarillo ha pasado a la historia como héroe fundador, aunque el mito fundacional no crea, sino que restablece un imperio. Y esta paradoja se reproduce con Confucio: a él se le considera fundador de una ‘‘cultura’’ aunque él insista en que no inventó nada, únicamente que pretendía dar un nuevo ímpetu a los principios de armonía que ya existían en la época dorada y se habían perdido en la suya.
La china es una cultura muy antigua, pero sostenida y continuada. Los chinos de hoy están preparados para comprender inscripciones hechas en la época de Confucio; los libros, las conversaciones cotidianas, poseen una gran riqueza de aforismos que cuentan con siglos de antigüedad en los que se cuentan viejas batallas e intrigas cortesanas.
La historia de China se distingue también por presentar diversos periodos de guerra civil e interregnos de caos. A cada desmoronamiento, el Estado se reconstituía como siguiendo una ley natural. La novela épica del siglo XIV, Romance de los Tres Reinos –muy del gusto literario chino y de Mao en su juventud– evoca ese ritmo continuo: El imperio largo tiempo dividido, tiene que unirse; largo tiempo unido tiene que dividirse. Así ha sucedido siempre.
A lo largo de milenios de su civilización, China no tuvo que tratar con otros países o civilizaciones que pudieran comparársele en magnitud o complejidad. Las reivindicaciones territoriales del imperio tenían sus límites en las orillas de sus costas. A pesar de que durante la dinastía Song (960-1279) China estaba a la cabeza del mundo en tecnología náutica y sus flotas pudieron haber llevado al imperio a una era de conquista y exploración, sin embargo, China no se hizo de ninguna colonia y mostró poco interés en los países de ultramar.
No sucedió igual durante los años de la dinastía Ming, entre 1405 y 1433, cuando llevó adelante una de las empresas navales más notables y misteriosas, a cargo del almirante Zheng He, quien capitaneaba la armada china, emprendió viaje hacia Java, la India, el Cuerno de África y el estrecho de Ormuz. Flota compuesta por buques del tesoro, tecnológicamente muy superiores-en tamaño, en perfección y en número–, a la de la Armada española que surcaría los mares 150 años después.
De acuerdo con Kissinger, los historiadores continúan debatiendo sobre los fines de esta incursión marítima tan costosa y a todas luces puramente simbólica. Zhen He se limitó a difundir la grandeza de China y a entregar invitaciones para el solemne ritual: el Kowtow. No reivindicaba colonias ni recursos para China que no fuera el tesoro metafísico de la ampliación de los límites del Todo bajo el Cielo. Como mucho, puede decirse que abrió el camino para los mercaderes chinos, mediante una práctica del poder blando.
Un país, técnicamente superior desde el punto de vista naval, capaz de dominar en un momento de la historia, se retira de manera voluntaria del ámbito de la exploración naval para ceder el paso al interés de Occidente que empezaba a hacerse presente.
Las consecuencias del aislamiento
El hombre superior piensa siempre en la virtud; el hombre vulgar en la comodidad. Confucio
El aislamiento fomentó en las élites chinas la idea de que su país era único; no tan solo una gran civilización ante grandes civilizaciones, sino la civilización por antonomasia. China, por supuesto, conocía diferentes sociedades situadas en su periferia, como Corea, Vietnam, Tailandia y Birmania; pero los chinos consideraban que su país era el Centro del Mundo, el Reino del Medio, y que las demás sociedades constituían diferentes niveles de esta.
Según su concepción, un número de estados inferiores que, imbuidos de su cultura, pagaban tributos a su grandeza. Se consideraba que el Emperador Amarillo constituía el pináculo de la jerarquía política universal y así lo reconocía el resto de estados vecinos. Las implicaciones que creaba este orden mundial tradicional chino duraron hasta bien entrada la edad moderna.
Kissinger cita un ejemplo de la aparente candidez china, por una carta dirigida por el emperador en 1863 al presidente Lincoln. El emperador basaba la comunicación en una sublime garantía: Habiendo recibido con respeto el mandato del cielo de gobernar el universo, consideramos que el imperio medio (China) y los países fuera de este constituyen una única familia, sin distingos de ningún tipo.
Aunque, para el autor de Sobre China, las reivindicaciones chinas no tenían nada de fantasiosas. De generación en generación, los miembros de la dinastía Han se habían expandido desde su enclave original y atraído progresivamente a las sociedades vecinas cercanas hacia distintos estadios de aproximación respecto a su modelo. Los logros científicos y tecnológicos de China igualaban o superaban los logros de sus homólogos de Europa Occidental, indios y árabes.
Tradicionalmente, China superó con creces a cualquier Estado europeo en población y territorio y además, hasta la Revolución Industrial, fue un país mucho más rico. Durante dieciocho de los últimos veinte siglos, China produjo un porcentaje del total del PIB mundial superior al de cualquier sociedad occidental. En 1820, se registró una cifra superior al 30% del PIB mundial, cifra que superaba a la del conjunto del PIB de Europa Occidental, Europa Oriental y de Estados Unidos.
China comerció con extranjeros, sin duda, y en algunas ocasiones hizo suyas algunas ideas del exterior, pero en términos generales, ellos siempre han creído que los bienes y los logros intelectuales que acumulan, los más valiosos, son Made in China. Los chinos no exageraban cuando describían el comercio, más que como un intercambio económico corriente, como un tributo a la superioridad china.
La importancia de Confucio en la cultura china
La ignorancia es la noche de la mente; pero una noche sin luna y sin estrellas. Confucio
Todos los imperios se han creado por medio de la fuerza, pero ninguno puede mantenerse sin ella. Para que una norma universal perdure tiene que traducir la fuerza en obligación, afirma Mr. Kissinger. Los imperios se sostienen si la represión cede al consenso. Este fue el caso de China. Los métodos que se siguieron allí para unificarla y desmembrarla y volverla a unificar, en ocasiones fueron brutales. En la historia del país hubo rebeliones sanguinarias y gobiernos crueles de tiranías dinásticas.
A pesar de estas manifestaciones de dura y encarnizada violencia, China debe su supremacía no tanto a los castigos impuestos por los emperadores como al conjunto de valores que se sembraron entre su población y su gobierno, integrado de un servicio civil de eruditos. Uno de los rasgos más resaltantes de la cultura china es que sus valores eran de naturaleza secular.
Los chinos nunca crearon un mito sobre la formación cósmica en el sentido occidental. Su universo obtenía la vida a partir de los propios chinos, cuyos valores, a pesar de sus declaraciones de aplicación universal, se concebían en un principio como chinos.
Sus valores predominantes provienen de la creación de un antiguo filósofo –contra cuya influencia luchó en vano el propio Mao– que pasó a la historia con el nombre de Kong Fu -Zi (Confucio en su versión latina). Vivió a finales del periodo denominado Primavera y Otoño (770-476), época de gran agitación política que desembocó en las violentas luchas del periodo de los Reinos Combatientes (476-221, a.C).
Un maestro en busca de la armonía, no de la intriga
Solo los sabios más excelentes, y los necios más acabados son insoportables. Confucio
Confucio, al igual que Maquiavelo, comenta Kissinger, vivió errante en su país, a la espera de que alguno de los príncipes que se disputaban la supremacía lo ocuparan como asesor. Pero a diferencia del autor de El Príncipe, aquel se centró más en la armonía social que en la intriga del poder. Sus lecciones primordiales fueron los principios del gobierno comprensivo, la correcta ejecución de los rituales y la inculcación de la devoción filial.
Es posible –dice el autor del libro que conocía mucho de pragmatismo político– que Confucio no ofreciera a sus posibles patronos una vía rápida y expedita para alcanzar el poder y la riqueza, razón por la que, en aquel tiempo, sus servicios no fueron apreciados con la inteligente óptica para visionar la determinante influencia que llegaría a tener por los siglos de los siglos sobre la cultura china. Murió sin alcanzar su objetivo: jamás consiguió un príncipe que pusiera en práctica sus máximas y China iba camino al abismo de la desintegración política y definitivamente a la guerra.
Su legado de sabiduría quedaría recogido en su célebre obra Las Analectas y otros escritos doctos, que pasarían a la posteridad para convertirse en algo similar a una combinación entre La Santa Biblia China y su Constitución. Para Confucio, la plenitud espiritual no era tanto tarea de revelación o liberación como de recuperación paciente de los olvidados principios del autocontrol. Tenía como objetivo la rectificación, no el progreso. En la sociedad confuciana, el aprendizaje constituía la clave para lograr un mejor ser humano. Así el maestro enseñaba:
El amor a la bondad, sin el amor al aprendizaje, queda enturbiado por la insensatez. El amor al conocimiento, sin el amor al aprendizaje, queda enturbiado por la especulación imprecisa. El amor a la honradez, sin amor al aprendizaje, queda enturbiado por la perjudicial candidez. El amor a la franqueza, sin amor al aprendizaje, queda enturbiado por la opinión mal encauzada. El amor a la osadía, sin amor al aprendizaje, queda enturbiado por la insubordinación. Y el amor a la fortaleza, sin el amor al aprendizaje, queda enturbiado por la intransigencia.
La respuesta al caos de su época era el camino de la sociedad justa y armoniosa, que se había hecho realidad en el pasado, en lo que él llamaba la época dorada. Confucio no animaba el espíritu con sermones sobre la teleología de la historia, que pone énfasis en la redención personal. Su filosofía buscaba la redención del Estado por medio de la rectitud en el comportamiento individual. Su pensamiento, orientado en este mundo, ratificaba un código de conducta social y no una guía para después de la muerte.
Las relaciones internacionales de China
Un imperio que busque confrontaciones con sus enemigos y sus aliados de forma simultánea, está destinado a perder su hegemonía.
China ha sido singular en casi todos los aspectos de su historia donde se expresan sus valores culturales y su cosmovisión del mundo. Estableció vínculos con Estados que pagaban tributo: Corea, Tailandia y Vietnam, a través del Ministerio de Rituales. No tenían propiamente intercambios comerciales. De esta relación se desprende que la diplomacia con estos pueblos era una pieza más de la amplia tarea metafísica que empleaba la administración de la Gran Armonía.
Según los archivos oficiales, a decir del autor de Sobre China, los enviados extranjeros no iban a la corte imperial a establecer negociación o a tratar asuntos de Estado, iban para que la influencia civilizadora del emperador los transformara. Este no participaba en conferencias cumbres con otros jefes de Estado; las audiencias que se celebraban con él representaban el delicado aprecio de unos hombres venidos de lejos que llegaban con su tributo de reconocimiento a su mando supremo.
No fue sino hasta que padeció los efectos de las invasiones Occidentales –según Kissinger– durante el siglo XIX, cuando los chinos decidieron crear algo similar al Ministerio de Asuntos Exteriores, para gestionar la diplomacia como función independiente.
Las ideas de corte europeo sobre política y diplomacia no eran desconocidas por los chinos; existía a modo de contradicción, dándose en el seno del país en época de desunión. De todas formas, estos periodos de división, como si siguieran una ley consuetudinaria, acababan en la reunificación de Todo bajo el Cielo y con la reafirmación de la centralidad china bajo el mando de una nueva dinastía.
La seducción cultural como arma de dominio
El hombre sabio busca lo que desea en su interior; el no sabio lo busca en los demás. Confucio
En su condición de imperio, China no ofreció a los pueblos extranjeros circundantes igualdad, sino imparcialidad; se les trataba de manera humanitaria y compasiva, según el grado en que asumían la cultura china y observaban los rituales que expresaran sumisión a este país. Lo más significativo, en opinión del diplomático estadounidense, en cuanto a
enfoque chino de los asuntos internacionales, no eran tanto sus importantes pretensiones formales como la sagacidad y la longevidad subyacente.
Sirviéndose –continúa– de intereses comerciales y utilizando hábiles tácticas políticas, China convenció a los pueblos que lo rodeaban de que siguieran las normas de centralidad de su país al tiempo que proyectaban una imagen de temible majestad que disuadía a los terribles invasores de poner a prueba su fuerza.
China no se planteó como meta conquistar y subyugar a los bárbaros, más bien gobernarlos sin tensar las riendas. Para quienes se negaban a obedecer, el imperio tenía el arma de explotar las divisiones que surgían entre ellos, lo que se ha venido en llamar utilizar a los bárbaros para controlar a los bárbaros y, en caso de que fuera necesario, utilizar a los bárbaros para atacar a los bárbaros.
Los chinos sobornaron a los bárbaros o utilizaron la superioridad demográfica de los Han para reducir su empuje; una vez vencidos quedarían sometidos, al igual que en el inicio de la dinastía Yuan y Qing, como preludio de sinización. Así describe un ministro de la dinastía Han los cinco cebos con los que pensaba seducir a los bárbaros que habían ascendido a la frontera nororiental de China:
Ofrecerles… vestimentas y carruajes con grandes ornamentos para enviciar sus ojos; ofrecerles finos manjares para enviciar su boca; ofrecerles música y mujeres para enviciar sus oídos; ofrecerles elevados edificios, graneros y esclavos, para enviciar sus barrigas… y, para los que iban a rendirse, el emperador debería favorecerlos haciéndole los honores con una recepción imperial en la que el propio emperador le sirva vino y comida para enviciar su mente.
En periodos de pujanza, concluye Kissinger, la diplomacia del Reino Medio constituía una racionalización ideológica del poder imperial. En tiempos de decadencia, servía para encubrir debilidades y ayudaba a China a manipular las fuerzas en conflicto.
China y la realpolitik
Me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y lo aprendí. Confucio
Los chinos tienen una larga historia como diestros practicantes de la realpolitik. La convulsionada vida cíclica de su pueblo, de confrontaciones internas muy sangrientas, les enseñó a sus líderes que no todos los problemas tienen solución y que un énfasis excesivo en el dominio pleno de los acontecimientos específicos podía alterar la armonía del universo.
En contadas ocasiones, los dirigentes chinos se han atrevido a resolver un conflicto bajo la opción del todo o nada; su estilo era más el de tejedores de maniobras que duraban años. Mientras que el Occidente capitalista siempre ha preferido el choque de fuerza frontal y decisivo que pone de relieve los gestos heroicos, el ideal chino pone énfasis en la sutileza, la acción indirecta y la paciente y persistente acumulación de ventajas relativas.
Este contraste se ve proyectado en los respectivos juegos intelectuales por los que se ha inclinado cada civilización. El juego que durante más tiempo ha permanecido en las preferencias chinas es el wei qi, que significa juego de piezas circundantes y lleva implícito la idea del cerco estratégico. En el caso del wei qi, cuando termina una partida jugada correctamente, el tablero se llena de zonas de fuerzas que se entrecruzan parcialmente. El margen de ventaja puede ser mínimo y quien no esté acostumbrado al juego no verá claro quién resulta vencedor.
En el ajedrez, en cambio, se juega para la victoria total; su objetivo es el jaque mate que coloca al rey en una posición en la que no pueda moverse sin ser destruido. La inmensa mayoría de los juegos acaban con un vencedor definitivo impuesto por el desgaste o, en contadas ocasiones, con una maniobra hábil, espectacular. Otro resultado sería las tablas, o el abandono por ambas partes de la esperanza de vencer.
En el ajedrez se busca la batalla decisiva y en el wei qi, la prolongada. En el ajedrez, como meta, la victoria total. El que juega wei qi pretende conseguir una ventaja relativa. En el ajedrez, el jugador siempre tiene ante sí la posibilidad del adversario; siempre están desplegadas todas las piezas. El jugador de wei qi no solo tiene que calcular las piezas de la cuadrícula, sino los refuerzos que puede desplegar el adversario.
El ajedrez enseña los conceptos de Clausewitz del centro de gravedad y del punto decisivo: el juego suele empezar como lucha por el centro del tablero. El wei qi enseña el arte del rodeo estratégico. Donde el hábil ajedrecista apunta a eliminar las piezas del adversario en una serie de choques frontales, el diestro jugador de wei qi se sitúa en espacios vacíos de la cuadrícula y va debilitando poco a poco el potencial estratégico de las piezas del adversario. El ajedrez crea resolución; el wei qi desarrolla flexibilidad estratégica.
El arte de la guerra de Sun Tzu
Los cautos rara vez se equivocan. Confucio
En el caso de una teoría militar china diferenciada, existe un contraste similar, cuyos cimientos se ubican durante un periodo de agitación política, cuando estallaron guerras sangrientas entre reinos rivales que condujeron a una disminución sustancial de la población. Como reflexión de esas terribles matanzas, los pensadores del Reino Medio, crearon un discurso que hacía énfasis en la victoria conseguida mediante el conocimiento psicológico y evitaba el enfrentamiento directo.
El pionero de esa tradición pasó a la historia con el nombre de Sun Tzu (o maestro Sun), autor del célebre tratado El arte de la guerra. El maestro Sun es una leyenda, que nadie sabe con exactitud quién fue. El libro se presenta como un resumen de máximas de un tal Sun Wu, un general viajero, asesor militar, que vivió en el periodo Primavera y Otoño (770-476), como dejaron constancia sus discípulos.
Mas de dos mil años después de su redacción, escribe Kissinger, esta obra basada en observaciones epigramáticas sobre estrategia, diplomacia y guerra –escrita en chino clásico, entre la poesía y la prosa– continúa siendo un texto básico en el pensamiento militar. Sus máximas encontrarán su más vívida expresión en la guerra civil china del siglo XX en las manos de Mao Zedong, estudiante de Sun Tzu, y en las guerras de Vietnam, puesto que Ho Chi Ming y Vo Nguyen Giap utilizaron los principios de Sun Tzu de ataque directo y guerra psicológica contra Francia y después contra Estados Unidos.
Hoy podría argumentarse que, gracias al menosprecio de los preceptos de este estratega militar, fue posible en buena medida el fracaso de Estados Unidos y Francia en Vietnam. Lo que distingue a Sun Tzu de los escritos sobre estrategia Occidental es el énfasis en los elementos psicológicos y políticos en relación con lo meramente militar.
Los grandes técnicos militares europeos, Carl von Clausewitz y Antoine-Henri Jomini, abordan la estrategia como una actividad a título propio, aparte de la política. Afirmación respaldada en la frase ya popular según la cual la guerra es la continuación de la política por otros medios de Clausewitz. Los estrategas occidentales ponen a prueba sus máximas con las victorias en las batallas; Sun Tzu demuestra con victorias los casos en los que no ha sido necesario librar batallas.
Las enseñanzas de Sun Tzu
No importa la lentitud, con tal que avances siempre y no te detengas. Confucio
El texto de Sun Tzu sobre la guerra no posee el punto de exaltación de determinadas obras europeas sobre este tema ni apela al heroísmo personal. Su punto sombrío se revela en el comienzo sobre El arte de la guerra:
La guerra es / un grave asunto de Estado; / es un lugar / de vida y muerte, / una vía / hacia la supervivencia y la extinción / una cuestión / que hay que reflexionar detenidamente.
Puesto que las consecuencias de las guerras son tan graves, la prudencia es el valor que más debe apreciarse:
Un gobernante / nunca debe movilizar / a sus hombres por ira; / un general nunca debe / entablar batalla movido por el rencor…
La ira / puede convertirse en / placer; / el rencor / en alegría.
Pero una nación destruida / no puede / volver a su estado anterior; / un hombre muerto no puede volver a la vida.
Así, el gobernante inteligente / es prudente; / el general efectivo / es cauteloso. Esta es la forma / de mantenerse para vivir / en paz / y con un ejército intacto.
Para Sun Tzu, la victoria no solo consiste en el triunfo militar; antes bien, es la consecución de los fines políticos que motivaron a entrar en conflicto. En lugar de retar al enemigo en el campo de batalla, es mucho mejor minar su moral o llevarle a una situación desfavorable de la que no pueda escapar de ninguna forma. Ya que la guerra es una empresa desesperada y compleja, es crucial el conocimiento de uno mismo. En la lucha psicológica, es la estrategia la que decide:
La superioridad definitiva / no estriba en ganar / cada una de las batallas, / sino en derrotar al enemigo / sin luchar siquiera…
El estratega hábil / derrota al comienzo / sin librar batalla, / captura la ciudad / sin sitiarla / derroca al Estado / sin guerra prolongada.
El ejercito victorioso / es victorioso de entrada / y busca la batalla después; / el ejército derrotado / lucha de entrada / y busca la victoria después.
Conclusión
Puedo concluir, de la mano del autor de Sobre China, en esta primera parte, que según los sabios clásicos chinos, el mundo jamás podrá conquistarse; los gobernantes inteligentes solo pueden aspirar a vivir en armonía con su ideario. Nunca ha existido un nuevo mundo que poblar, una salvación para la humanidad en tierras lejanas. La tierra prometida siempre ha sido China y los chinos no tienen que desplazarse: ya estaban ahí en el Reino del Medio.
Editado por los Papeles del CREM a cargo de Raúl Ochoa Cuenca.
«Las opiniones aquí publicadas son responsabilidad absoluta de su autor».