Por José Rodríguez Iturbe
Si de alguna manera tuvieran que resumirse en dos notas la vida del General Charles De Gaulle, ellas serían, a mi modo de ver, la esperanza y la magnanimidad. Él representa, en la vida francesa del siglo XX, un elevado liderazgo, no sólo con conciencia de Estado, sino con conciencia de Nación, en medio de un tiempo de grandes mutaciones.
Nacido en el seno de una familia católica en Lille, el 22 de noviembre de 1890, nutrió su formación de los mejores valores y tradiciones. Pero De Gaulle no fue un tradicionalista, en el mal sentido de la palabra. La tradición familiar se orientaba (en las profundas polémicas culturales, históricas y políticas de la Francia de la modernidad post-revolucionaria) de manera clara hacia el legitimismo. Sin embargo, el patriotismo encendido del joven De Gaulle se identificó no con la nostalgia del pasado, sino con el elemento indiscutible de la Patria de los ciudadanos. El patriotismo resultaba, así, inseparable de la República. La
Patria Republicana podía y debía ser pensada y actuada, vivida y servida, con rectitud cristiana y con grandeza.
La mentalidad heroica, el espíritu no exento de romanticismo, alentaba, sin duda en el joven De Gaulle que va a la Escuela Militar Saint-Cyr a comienzos del siglo XX. No es el irredentismo, pero sí el orgullo nacional herido después del fin del II Imperio y de la caída de aquel republicano que, por abrumadora petición popular y el magnetismo (o el simbolismo cuasi-mágico) de su nombre había regido como Napoleón III los destinos de Francia. Me refiero a Luis Napoleón, que pasó de Presidente de ideas sociales tan avanzadas como románticas a Emperador à la mode, convirtiéndose, con gran apoyo popular (hasta el desastre de Sedán y la derrota francesa en la Guerra Franco-Alemana de 1870-71), en Napoleón III, Napoleón el pequeño [le petit Napoléon], como lo llamó Victor Hugo.
¿Cuál fue la lógica que llevó al empeño imperial contra la legalidad republicana, por la vía del golpe militar? Queda bien recogida en una frase célebre atribuida a Luis Napoleón.
Presentándose como un demócrata (partidario del voto universal) en lucha contra la Asamblea reaccionaria (partidaria del voto censitario), Luis Napoleón no vaciló en dar un golpe de Estado el 2 de diciembre de 1851. Para legitimar ex post facto su acción convocó a un plebiscito que ganó con amplia mayoría. Al recibir los resultados del plebiscito pronunció un discurso que comenzaba con la siguiente frase: “La France a répondu à l’appel loyal que je lui avais fait. Elle a compris que je n’étais sorti de la légalité que pour rentrer dans le Droit” [Francia ha respondido al llamado leal que yo le había hecho. Ella ha comprendido que solo salí de la legalidad para reingresar en el Derecho]. Y quizá estaba convencido de ello.
La III República tuvo (y quizá no podía no tenerla) el alma enferma. Los problemas internos y las guerras coloniales y, finalmente, la Guerra Franco-Prusiana de 1870 provocaron la caída del II Imperio y el nacimiento traumático de la III República. La Guerra del 70 y la exaltación nacionalista vinculada al sentimiento anti-alemán, tendrán proyecciones y variantes hasta el primer septenato de la Francia de De Gaulle y su feliz coetaneidad con la Alemania de Adenauer. Las excelentes relaciones franco-alemanas que en el marco del proceso de la unidad europea llegarían a su nivel más alto en el período Mitterand-Khol, encontraron en la clara voluntad política de De Gaulle y Adenauer la causa histórica de su existencia, posibilidad y desarrollo.
Muchos han dejado extensas y agudas reflexiones sobre la vida y obra de De Gaulle. Para mi gusto, el más atractivo ensayo sobre De Gaulle es el profundo y respetuoso testimonio, una vez fallecido el General, fruto de la pluma de uno de sus más cercanos y leales colaboradores: André Malraux. Me refiero a Les chênes qu’on abat….[Las cadenas que se caen…].
Charles De Gaulle se gradúa en Saint-Cyr en 1912. Es destinado al Regimiento 33 de Infantería, con asiento en Arras. Este Regimiento era comandado por el entonces Coronel Henri-Philippe Pétain. Desde entonces y hasta la II Guerra Mundial la vida de De Gaulle estará unida de manera excepcional, en los años claves para su madurez humana y profesional, a la vida de Pétain.
Durante la I Guerra Mundial sirve bajo las órdenes de Pétain en Verdún. Resulta, a lo largo de la conflagración bélica, herido tres veces en acción y luego capturado (con cinco intentos de fuga). Cuando la Guerra termina ha sido ascendido a Capitán y condecorado con la Cruz de Guerra.
La relación entre Pétain y De Gaulle, ambos militares y políticos, no solo fue burocrática. Fue también personal, cimentada en el respeto y admiración (y a veces por la confrontación) del joven oficial De Gaulle hacia aquel Pétain que había visto ascender desde Coronel en Arras hasta General y Mariscal y Héroe de Francia en Verdún. De Gaulle fue uno de los más estrechos colaboradores de Pétain de 1925 a 1927 en el Consejo Superior de Guerra y en el Consejo Superior de la Defensa Nacional. A su vez, encontró en Pétain un defensor contra los implacables críticos, militares y políticos, que no veían bien sus tesis militares desde mediados de la década del 20 hasta finales de la década del 30, con el comienzo de la II Guerra Mundial.
De Gaulle planteaba, en efecto, con radical convencimiento, una posición antagónica a la doctrina militar vigente en Francia en el período entre los dos conflictos. Sostenía que, a diferencia de lo ocurrido en la Guerra del 14 al 18, la guerra futura no sería una guerra de posiciones, básicamente estática y con prioridad de tácticas defensivas, sino que, por el contrario, sería una guerra de movimientos, en la cual las tácticas ofensivas tendrían absoluta primacía. En la ejecución de esas tácticas ofensivas de la guerra de movimientos, los blindados y la aviación serían, en su opinión, fundamentales. La tecnología militar aportaba ya, según De Gaulle (y debería seguir aportando) notables avances. El rechazo de sus tesis, tanto en el ambiente militar como en el político, llevó a la III República Francesa a osificarse en una concepción prioritariamente defensiva reflejada en la Línea Maginot.
- General de Brigada (Temporario)
Se dice que en Alemania, el General Heinz Guderian había leído las tesis de De Gaulle y logró que Hitler, en los preparativos bélicos, le diera luz verde en la preparación de las Panzerdivisionen. Cuando estalló la II Guerra Mundial la trágica sorpresa de la Blitzkrieg alemana y la evidente indefensión de Francia puso punto final al debate, dando plenamente la razón al Coronel Charles De Gaulle, hasta 1939 rechazado por la mayoría del establecimiento militar y político francés.
Fue entonces, pocos meses después de iniciada la II Guerra Mundial, cuando De Gaulle recibió el nombramiento de General de Brigada (temporario) el 15 de mayo de 1940. Hasta su muerte (negándose aceptar cualquier tipo de ascensos posteriores) llevó tales insignias de General, conferidas de manera provisional por las urgencias del tiempo de guerra.
Se le confirió el mando de la 4ª. División Blindada. Poco tiempo estuvo en esa posición. A los 49 años, su destino militar se vio mezclado definitivamente con la política. La impronta de ésta marcará hondamente la vida de De Gaulle, así como la impronta gaullista marcará hondamente, desde ese año hasta su muerte, la vida política de la Francia contemporánea.
En efecto, el Gobierno Daladier (Édouard Daladier [1884-1970]) fue sustituido por el Gobierno Reynaud. Paul Reynaud [1878-1966] había sido de los defensores ?sin éxito? de las doctrinas militares de De Gaulle durante los años 30 en el ámbito político. Desde la Presidencia del Gobierno, Reynaud llamó a De Gaulle a su gabinete como Sub-Secretario de Estado para la Guerra. Quizá factor importante en la designación fue el Vicepresidente del Gobierno, Mariscal Henri-Philippe Pétain, llamado a París (para su tragedia) desde la Embajada en Madrid.
La presencia de De Gaulle en el Gobierno Reynaud es breve, como la duración de éste. Su designación como Sub-Secretario es del 7 de junio del 40 y su salida hacia Gran Bretaña se realiza en julio, al mes siguiente. Cuando las Panzerdivisionen alemanas pasan por Bélgica y, dejando intacta la Línea Maginot, aplastan militarmente a Francia, Pétain, quien toma las riendas del Estado, pide el armisticio. De Gaulle, en abierta ruptura con su anciano maestro, parte hacia Gran Bretaña. Había sostenido De Gaulle la necesidad de la defensa de la Francia continental, por más elevado que fuese el costo en vidas y recursos; y, en última instancia, la retirada estratégica del Gobierno nacional a la Francia de Ultramar; y continuar, desde la Francia de Ultramar, la lucha contra el III Reich.
- L’Appel
Su larga vinculación con Pétain concluye, así, en una confrontación irreversible. El 18 de julio de 1940, por los canales radiales de la BBC, lanza desde Londres su famoso Llamado a la Resistencia Nacional. Luego de L’Appel, De Gaulle fue condenado a muerte en Francia por la jurisdicción militar. Pétain anotó entonces, de su puño y letra, al margen de la sentencia, que ella no debería jamás cumplirse. Al finalizar la guerra, condenado Pétain a muerte, en el juicio a los altos dignatarios del Gobierno de Vichy, corresponderá a De Gaulle, como Presidente del Gobierno, conmutar la pena capital del anciano Mariscal por la de prisión perpetua.
- Las relaciones de De Gaulle y el liderazgo anglosajón
Las relaciones entre De Gaulle y los líderes de Estados Unidos y Gran Bretaña fueron, desde el año 40 en adelante, complejas y tormentosas. Como serían luego complejas y tormentosas las relaciones entre la Francia gaullista y los Estados Unidos en la década axial del liderazgo político de De Gaulle de 1958 a 1968.
El impreciso, pero sin duda oportuno, reconocimiento del gobierno Churchill a De Gaulle y al simbólico gobierno de la Francia Libre sirvió no sólo para el apuntalamiento del orgullo nacional ?hipersensible por la debacle militar y el escapismo histórico-político del régimen de Vichy? sino también para el diseño y puesta en marcha de la Resistencia.
Ante la ocupación casi gestual de Saint-Pierre y Miquelon por efectivos de la Francia libre, el Presidente Roosevelt se indignó por los problemas que tal acción suponía para las relaciones entre el Gobierno de Washington y el Gobierno de Vichy. A pesar de las amenazas y presiones norteamericanas De Gaulle no retrocedió un paso en lo que consideraba era el ejercicio de los legítimos y auténticos derechos de Francia.
Cuando después del 42 se formó en Argel el Comité de Liberación Nacional, se reconoció la absoluta supremacía de De Gaulle. Ello fue así contra la indebida injerencia norteamericana que, buscando infructuosamente su bloqueo político, respaldó, para oponerlo a De Gaulle, al General Henri Honoré Giraud [1879-1949]. La lectura de las Memorias de Guerra muestra, desde el punto de vista gaullista, la torpeza inaudita (solo comprensible como reflejo de la minusvalía que daban a todo lo que ellos no controlaran) de los anglosajones, sobre todo de los norteamericanos. La obsesión anti-gaullista de los manejos
estadounidenses no lograron su objetivo, aunque sí una cosecha de pugnas y desconfianzas dentro del CLN. Los intentos de manipulación fueron tan graves y de pública trascendencia que De Gaulle debió enfrentarlos con rapidez, vigor y eficacia. No sólo lo hizo en el ámbito político-militar, sino en el de la opinión pública francesa y filo-francesa, que era la que le interesaba. (Sus movimientos y declaraciones eran totalmente censurados en Washington y Londres).
Así, el 14 de julio del 42, en Argel, ante una multitud delirante que veía en él la voz de la Francia combatiente, habló claramente contra las maniobras americanas. Atacó a aquellos que pensaban que “el esfuerzo de guerra de la Nación era susceptible de existir al margen de la política y de la moral nacional” [alusión a las posiciones de Giraud, quien, en medio del conflicto, insistía, alentado por los americanos, en proclamarse castamente ajeno a la política, definiéndose sólo como guerrero, sin darse cuenta de que así sólo ponía su capacidad de guerrero a disposición de quienes sí tenían política y, por ello, capacidad de usar a los sólo guerreros: los Estados Unidos].
Frente a ellos afirmó con rotundidad: “Los ciudadanos franceses que combaten contra el enemigo, sea donde sea, desde hace cuatro años o desde hace ocho meses, lo hacen ante la llamada de Francia, para lograr los fines de Francia, de acuerdo con lo que Francia quiere. Todo sistema que se estableciera sobre otras bases que no fueran éstas, llevaría a la aventura o a la impotencia. Pero Francia, que se juega su vida, su grandeza, su independencia, no admite en esta grave materia, ni la impotencia ni la aventura”. Claro y digno lenguaje que nunca fue bien entendido y además siempre fue despreciado por los analistas e instancias de decisión en Washington.
Cuando en la segunda mitad de 1944 (el desembarco en Normandía se realiza el 6 de junio) parecía próxima la liberación de Francia, el régimen de Roosevelt continuaba presionando al gobierno Churchill contra De Gaulle. El gobierno norteamericano proclamaba un cuasi-veto a De Gaulle y sostenía que Estados Unidos y Gran Bretaña deberían respaldar, en las elecciones generales a realizarse para dar fundamento legal al nuevo poder post Vichy, a políticos de la III República de conocida filiación anti-gaullista. Esa hostilidad se reflejó, además, patéticamente, en contra del interés de Francia y de Europa Continental, en la exclusión de De Gaulle, por presiones norteamericanas, de las Conferencias de Yalta (4 al 11 de febrero de 1945) y de Potsdam (el 17 de julio del 45 en el Palacio de Cecilienhof), en las cuales se entregó a media Europa al diktat de la URSS de Stalin.
- La primera experiencia de Gobierno
A pesar de todas las maniobras externas en su contra, De Gaulle presidió el primer Gobierno que siguió a la Liberación. Fue este un gobierno provisional, de unidad nacional. Hasta el final de la fase europea de la II Guerra Mundial, ese gobierno adoptó medidas sociales de avanzada (p. e., la creación de los Comités de Empresa, el 22 de febrero de 1945; la nacionalización de las fuentes de energía, el 2 de marzo de 1945).
Alemania firmó su rendición incondicional el 8 de mayo en Reims y el 9 de mayo de 1945 en Berlín.
Del referendum realizado el 13 de noviembre de 1945 surgió el primer gobierno provisional de la IV República. De Gaulle fue designado Jefe de Gobierno. Su gabinete lo integraron las tres principales fuerzas políticas que habían luchado por la Francia libre: los demócratas cristianos del Mouvement Républicain Populaire [Movimiento Republicano Popular], el MRP; los socialistas de la Section Française del’Internationale Ouvrière, la SFIO [origen del actual Partido Socialista, PS]; y los comunistas del Parti Communiste Français, el PCF.
Hay que decir, en honor a la verdad histórica, que el PCF combatió a los alemanes en la Francia ocupada y a la política del Eje, sólo después de la invasión a la URSS como consecuencia de la Operación Barbarroja, es decir, sólo después de junio de 1941. Hasta 1941 sostuvo públicamente (tanto en su prensa públicamente autorizada como en la no formalmente autorizada, pero que circulaba) la necesidad de confraternizar con los soldados alemanes, recordando que los comunistas franceses se habían opuesto a la guerra y defendido los Pactos Molotov-Ribbentrop (Stalin-Hitler) de agosto y septiembre de 1939.
Breve fue la primera experiencia gubernamental post Vichy. Duró dos meses, después del referendum (casi un año y medio, después de la liberación de París el 22 de agosto de 1944). De Gaulle abandona el poder el 20 de enero de 1946, siendo sustituido por el socialista Félix Gouin.
De Gaulle pensaba que, ante un mundo previsiblemente signado por el enfrentamiento entre las democracias occidentales y la Unión Soviética, él, de alguna manera, como símbolo de la unidad nacional, estaba históricamente llamado a encarnar la esperanza de Francia. Alejado del gobierno, De Gaulle se dedicó a la atención amorosa de su hija subnormal, a escribir sus Memorias (importante testimonio de excelente prosa y de mucho valor histórico-político) y a desarrollar una dura crítica de la política y los partidos fundamentales de la IV República.
No era la suya, como superficialmente pudiera pensarse, una actitud anti-política y anti-partidos. De Gaulle no era ni un imbécil ni un fascista. Todo lo contrario. En efecto, tan pronto como el 14 de abril de 1947, fundó un nuevo partido, el Rassamblement du Peuple Français [Agrupación del Pueblo Francés]. El RPF obtuvo ese año, en octubre, buenos resultados en las elecciones municipales. Al año siguiente, el 7 de noviembre de 1948, el RPF obtuvo la mayoría en las elecciones para el Consejo de la República; y poco más de dos años y medio después, el 12 de junio de 1951, el partido gaullista logró la primera mayoría en las elecciones parlamentarias. (El RPF consiguió 117 escaños en la Asamblea Nacional. Figuraron como segunda fuerza los socialistas: la SFIO logró 104. Los democristianos del MRP y los Radicales del PR fueron los grandes derrotados: el crecimiento del RPF fue a costa de ellos. Los comunistas del PCF se mantuvieron como fuerza política importante).
- La cita con la historia
El gaullismo era, pues, una fuerza política notable cuando para el General De Gaulle se presentó el 58 su mayor cita con la historia desde las dramáticas jornadas de 1940. La IV República murió de infarto en mayo de 1958. A la crisis económica y a la inestabilidad interna se sumó el drama de la Guerra de Argelia. En el enfrentamiento entre la Asamblea Nacional y las Fuerzas Armadas, De Gaulle resultó la única salida.
El movimiento militar del llamado Putsch [golpe] del 13 de mayo de 1958 no era inicialmente gaullista. Si adoptaba la vía de la abierta rebelión podía, sin duda, derrocar al poder civil, pero estaba obligado a implantar la dictadura militar. Las Fuerzas Armadas no quisieron llegar a una dictadura regida institucionalmente por ellas mismas. Así, provocaron un consenso que suponía el formal respeto a la institucionalidad republicana, con el deceso simultáneo de la IV República. A raíz de mayo del 58 y de la solución práctica lograda a la crisis se habló de bonapartismo. Quizá la adjetivación sea relativamente acertada.
El 1 de junio de 1958 De Gaulle formó un gobierno de coalición y recibió plenos poderes para superar la aguda crisis. Anulada la Constitución de la IV República, la de la V resultó aprobada en septiembre por una abrumadora mayoría.
A comienzos del 59 René Coty [1882-1962], último Presidente de la IV República abandonó l’Elyseé. El nuevo Presidente fue el ciudadano General de Brigada (temporario) Charles De Gaulle. Había cumplido en noviembre del año anterior 68 años. Comenzaba así la V República. Michel Debré [1912-1996] fue designado Jefe de Gobierno.
Entonces, más que en el 45, cobraron vigencia aquellas palabras muy pensadas del mítin de Argel, en un Día Nacional de Francia en los años amargos y complejos de la guerra, el 14 de julio de 1942: “Francia no es la princesa dormida a la que el genio de la liberación vendrá a despertar suavemente. Francia es una cautiva torturada que, bajo los golpes, en su mazmorra, ha medido, de una vez por todas, las causas de sus desdichas y la infamia de sus tiranos. ¡Francia ha escogido por adelantado un camino nuevo!”. La liberación se operó y el gobierno de la resistencia atravesó la difícil etapa de transición institucional de la postguerra. Pero el camino nuevo que Francia había escogido por adelantado tuvo, en efecto, que esperar su viabilidad política real hasta la crisis del 58.
- El Primer Septenato
El primer septenato gaullista (1959 – 1965) es la antítesis del mar de los sargazos. Si de algo no estuvo carente fue de emociones. Del 60 al 62 la cuestión de Argelia copó la escena. Lo que comenzó como Algerie Française tomó rápidamente otros rumbos. Ante el anuncio de las Conversaciones de Evian, entre el Gobierno francés y los insurgentes del FLN [Front de Libération Nationale] argelino, las cosas se complicaron. La OAS (Organisation de l’Armée Sécrete [Organización el Ejército Secreto]) asesinó al Alcalde de Evian, M. Blanch. A su vez, los militares dirigidos por el General Raoul Salan [1899-1984] desatan la sublevación del Ejército Francés en Argelia (del 22 al 25 de abril de 1961).
Contra viento y marea las Conversaciones de Evian comenzaron el 20 de mayo de 1961.
La cronología de los hechos adquirió entonces un ritmo vertiginoso y un dramatismo indescriptible. El 8 de septiembre se produjo el primer atentado contra De Gaulle. A comienzos de 1962 el terrorismo de la OAS continúa in crescendo. En junio de ese año el MRP se separó de De Gaulle aduciendo oficialmente discrepancias sobre la idea europeísta del General, aunque no es aventurado suponer que la cuestión de Argelia fue también causa no secundaria. La radicalización hacia la OAS de una de las figuras históricas del MRP, Georges Bidault [1899-1983] (antiguo Ministro de Relaciones Exteriores y ex Presidente de Gobierno) y su divorcio de la política de De Gaulle marcan el comienzo del fin de la hasta entonces expresión política de la DC francesa.
En junio de 1962 la OAS anunció la constitución de un Consejo de Resistencia, dirigido por Jacques Soustelle [1912-1990] ?uno de los cercanos colaboradores de De Gaulle durante la II Guerra? y G. Bidault. El 22 de junio de 1962 se produjo el segundo atentado contra De Gaulle. Siete días después, el 29, De Gaulle propuso una reforma constitucional para elegir al presidente de la República por sufragio universal. Tal proposición fue aprobada por una inmensa mayoría en el referendum efectuado el 28 de octubre.
En las elecciones de noviembre del 62 (del 18 al 25) el Rassamblement pour la République [Agrupación por la República, nuevo nombre del partido gaullista] (RPR), obtuvo una fácil victoria. Georges Pompidou [1911-1974], quien ya estaba en la jefatura del gobierno, continuó a la cabeza del mismo.
El 22 de enero del 63 se firmó en París el Tratado de Cooperación Franco-Alemán. Con él De Gaulle y Adenauer sepultaron formalmente el antagonismo y la enemistad entre sus dos patrias que venía desde 1870.
Argelia independiente vio al Front de Libération Nationale (FLN) convertido en partido único de marcada orientación socialista. Amhed Ben Bella [1916-2012] fue elegido Presidente de la República el 15 de septiembre de 1963.
Desembarazado de la cuestión argelina, De Gaulle concentró su esfuerzo en restaurar la imagen externa de Francia y en revalorizarla como potencia internacional. En tal empeño sus discrepancias con los Estados Unidos adquirieron progresivamente un perfil más agudo. El 27 de febrero de 1964, contra las peticiones americanas de bloqueo, Francia reconoció a la República Popular China y solicitó, en abierta confrontación con la política de Washington, la neutralización del sureste asiático.
Todo esto ocurrió después de la trágica y directa participación norteamericana en el asesinato del Presidente Ng? Dinh Diêm [1901-1963] y su hermano Ng? Dinh Nhu. Se instaló, entonces, un Gobierno Provisional presidido por Nguyen Van Minh [1974]. El vacío de poder generado por el asesinato de Diem provocó la falta de autoridad del gobierno provisorio y la inestabilidad política creciente en un Viet-Nam del Sur donde el diktat político y militar de los Estados Unidos era una realidad que presagiaba ulteriores tragedias.
En el mismo febrero de 1964, en Viet-Nam del Sur, mientras Nguyen Van Minh seguía en la Presidencia de la República, el General Nguyen Khanh [1927-2013] daba, con abierto respaldo americano, un golpe de Estado y se convertía en Jefe de Gobierno.
También en 1964 De Gaulle realizó su gira por América Latina. La primera etapa de ella le llevó a Caracas, Venezuela, en septiembre de ese año.
Un año después, en septiembre de 1965, De Gaulle anunció que Francia se retiraba de la OTAN, aunque tal medida solo la formalizó en marzo de 1966, después de su reelección, junto con críticas a la posición norteamericana en Viet-Nam.
- El Segundo Septenato (inconcluso)
En diciembre del 65 (primera vuelta, el día 5; segunda vuelta, el 19) De Gaulle resultó elegido para su segundo septenato. La reelección de De Gaulle difícilmente hubiera ocurrido sin la notable recuperación de la economía francesa; su liderazgo en el seno de la CEE (Comunidad Económica Europea); y su no alineamiento frente a las políticas de las superpotencias (EUA-URSS). Sin embargo, en las elecciones parlamentarias de 1967 (5 y 12 de marzo) pudo apreciarse un sensible retroceso del partido gaullista (RPR) y un claro avance de los sectores de izquierda (PS [Parti Socialiste, heredero histórico de la SFIO] y PCF).
Cuando De Gaulle en julio de ese año visitó el Canadá, el mundo resultó estremecido por el Vive le Quebec Libre! que el General lanzó en su mítin del día 24 de ese mes en Montreal.
Aquel año, en septiembre se extinguió el MRP, el antiguo partido DC, que había llegado a ser, en el pasado, la principal fuerza política de la IV República Francesa.
En mayo del 68 la revuelta estudiantil llegó casi a asfixiar al régimen gaullista y a la V República. La capital francesa fue de nuevo un París convulsionado, un París de utopías de ultra izquierda y de barricadas revolucionarias. Fue una tormenta de consignas y maximalismos. Sólo la separación del tema de las reivindicaciones salariales de las organizaciones sindicales del utopismo revolucionario de las diferentes organizaciones estudiantiles y de los enfoques estratégicos de las organizaciones políticas de izquierda, permitió al gobierno el control de la situación y la superación de la crisis.
El 30 de mayo De Gaulle disolvió las Cámaras y convocó a elecciones generales. Las mismas se realizaron el 23 y 30 de junio. El voto reflejó un triunfo gaullista y un retroceso de los partidos de izquierda. Al mes siguiente Pompidou quedó como reserva para la Presidencia, como sucesor del General; éste designó el 10 de julio a Maurice Couve de Murville [1907-1999] como Jefe de Gobierno.
En enero del 69 comenzó el último acto de la vida política de De Gaulle. Convocó, en efecto, a un referendum sobre la reforma del Senado y sobre la regionalización. Planteó la consulta como un plebiscito personal. Perdió, el 27 de abril, por escaso margen. Al día siguiente, 28 de abril, renunció a la Presidencia de la República y se retiró a su residencia personal de Colombey-les-deux-Églises. La Presidencia Provisional fue asumida por el Presidente del Senado, Alain Poher [1909-1996], hasta que, en junio de ese año, Georges Pompidou [1911-1974], quien había sido Jefe de Gobierno de De Gaulle de 1962 a 1968, resultó electo Presidente de la República para suceder al General.
Charles De Gaulle falleció cristianamente en Colombey-les-deux-Églises el 9 de noviembre de 1970. Con la voz quebrada de emoción, el Presidente Pompidou comunicó a la nación la noticia: Peuple français: Le General est mort. La France est veuve [Pueblo francés: el General ha muerto. Francia está viuda].
En París, una multitud conmovida confluyó en un póstumo y silencioso homenaje hacia l’Etoile (el Arco de Triunfo, hoy Place Charles De Gaulle), llevando ofrendas florales, en gesto que solo encontraba precedente tan espontáneo y multitudinario en la muerte de Victor Hugo. Sus exequias y sepultura fueron, por expresa voluntad testamentaria del ilustre difunto, en Colombey-les-deux-Églises, con asistencia restringida a sus familiares y a sus viejos y leales combatientes de la Francia Libre. En Notre Dame, la Catedral de París, se realizó el funeral de Estado.
- Valoración de De Gaulle
André Malraux [1901-1976], en Les chênes qu’on abat…, señala que la idea de grandeza del General De Gaulle era inseparable de la austeridad y de un “áspero rechazo del teatro”. En sus críticas a la política decadente de la IV República, que paradójicamente le contaba entre sus padres, no estaba presente, por ello, solamente su rechazo a la exaltación de lo parcial sobre lo total; a la subordinación sectaria del bien común a los intereses circunstanciales de toldas políticas osificadas; a su parlamentarismo ineficaz; a su constante hemorragia retórica; a la búsqueda de la brillantez fatua y de la grandielocuencia vacía; en fin, a su énfasis en lo adjetivo más que en lo sustantivo; o a la ausencia de resultados ente las premuras de orden interno y externo que acosaban a Francia. Además de todo ello, el General criticaba algo que, estiradamente, podría llamarse la vida pública como representación. Para él no era un problema aislado de Francia o sólo circunscrito a ella: “En los países mediterráneos —decía— la política está ligada al teatro”. Pero era, sin duda, un problema también de Francia. La política no podía ser sólo una comedia. Si toda acción pública tiene algo (y él lo sabía bien) de salir a escena, pues tal conducta posee como finalidad incidir, más allá de la esfera privada, en el comportamiento colectivo, la repugnancia de De Gaulle conserva hoy plena vigencia. En efecto, quien vive en la simple apariencia termina por confundir patológicamente la realidad con el disfraz de fachada con el cual ha actuado. Cuando la vida pública se reduce a una confrontación de teatralidades la realidad termina, de una forma u otra, normal o patológicamente, por tomar venganza contra esa especie de fuga hacia delante que resulta el refugio de la artificiosidad.
El modelo parlamentario de la IV República sufrió, sin duda, modificaciones importantes en el diseño constitucional de la V República Francesa. Las ideas gaullistas, orientadas a un fortalecimiento de la Presidencia de la República frente a la fragilidad e inconsistencia de un mundo político atomizado (sin mayorías sólidas, lo cual hacía necesaria una negociación permanente, en un régimen parlamentario como el de Francia, para la obtención de coaliciones fugaces), encontró no solo un respaldo creciente de opinión, sino también posibilitó la evasión de la intermediación de los partidos más importantes de la IV República (incluido el suyo) por la vía del recurso directo al común facilitada constitucionalmente por el referendum.
De Gaulle logró la sepultura de la IV República y el nacimiento de la V sin pasar por las horcas caudinas de la transacción con aquellos que consideraba políticos contaminados por los hábitos y procedimientos del democratismo, típicos de una República incapaz, en su opinión, de garantizar y proyectar la grandeur de la France [la grandeza de Francia]. Pero nunca creyó en la crítica reduccionista e instrumental contra los políticos y los partidos per se. La prueba está en que él mismo fue un político y fundó y dirigió un partido. Más aún, puede decirse que si su figura históricamente se agiganta con el tiempo fue porque en su ejercicio político llegó a la cimera condición de estadista.
A su manera, más allá de las tipologías político-constitucionales, el diseño inicial de la V República, el diseño gaullista, suponía una forma sui generis de participación (la democratización de la democracia, mediante el insoslayable recurso al común en la toma de decisiones de mayor entidad); suponía un traslado del eje del imperium y de la potestas del poder legislativo al ejecutivo; y la estabilización institucional en el centro del espectro, escapando de las instrumentales reacciones pendulares, en lo político y en lo económico, entre la izquierda y la derecha. No planteaba, pues, una minusvaloración de la Representación Nacional. Apuntaba, sí, el diseño gaullista, a la búsqueda de la superación
de los cepos del burocratismo y del retoricismo para llegar a la rapidez, oportunidad y eficacia en la toma de decisiones en pro de la continuidad de la política patriótica.
El impacto del modelo de la V República Francesa en la evolución de los regímenes políticos occidentales del último tercio del siglo XX está fuera de toda discusión. De Gaulle afirmaba que los parlamentarios pueden paralizar la acción, pero no determinarla, reconociendo al mismo tiempo la necesaria labor de control, debate y legislación de la Representación Nacional. Lo que criticaba era el empantanamiento de la acción del Estado en instancias procedimentales y burocráticas. Su expresión de lamento, recogida por Malraux, Le pays a choisi le cancer [El país ha escogido el cáncer], se debe en buena parte al hecho de ver, en la falta de claro respaldo a las políticas que había sometido a consulta como si se tratara de un referendum en torno a su persona, casi como una vuelta a los fantasmas del pasado que él suponía que Francia, con su liderazgo, había definitivamente vencido.
Pero su lección es extraordinaria. Tanto en enero del 46 como en abril del 69, su abandono del poder no está empañado de dudas, vacilaciones, tangencialidades, instrumentalizaciones y actuaciones por interpuestas personas, que son, lamentablemente, más comunes de lo que sería de desear en el mundo político. Tanto en enero del 46 como en abril del 69, De Gaulle dejó el poder con un señorío, con una altura, con una dignidad, con una verticalidad y con una transparencia, que provoca, al margen de la opinión que se tenga sobre su gestión política, simpatía, admiración y respeto.
Si el acceso al poder y el ejercicio de este fue para el General una ocasión de servicio por y para la grandeur de la France [la grandeza de Francia], su alejamiento del poder, la forma sincera, limpia y sin vacilaciones como lo realizó, resultó otra forma de servicio, de enorme dimensión pedagógica, a esa misma grandeza de su patria.
De Gaulle mostró que la constancia educativa de la vida pública no consistía en la ambición perpetua del poder, sino en la búsqueda o ejercicio del mismo, o en su abandono, según lo impusieran las circunstancias, más allá de subjetivas apetencias o gustos. Parece estar fuera de duda que tanto en enero del 46 como en abril del 69 el General De Gaulle hubiera deseado continuar al frente de la conducción política de Francia. Su lectura comprensiva de la realidad, como objetivamente contrastante con su proyecto subjetivo; y la resultante de un abandono sin decorados trágicos de las elevadas responsabilidades, muestran que su rechazo de la teatralidad no era algo sólo declamatorio de su parte, sino un rasgo político muy suyo, que realza su personalidad; que resulta, además, inescindible de su austeridad, reconocida por todos como una de sus más ejemplares virtudes, con positiva huella en la vida pública francesa durante el tiempo de su liderazgo.
En su política exterior, De Gaulle supo conciliar idealismo y pragmatismo. Es cierto que en sus relaciones con el mundo circundante y sus factores de poder no sucumbió a la tentación del ideologicismo, pero sería faltar a la verdad afirmar que se movió con una frialdad carente de principios. No habrá entendido al General De Gaulle quien afirme que en asuntos exteriores su línea de acción resultó simple producto de complejos y añejados rencores. Como gran político era político de ideas. Como gran político era símbolo humano de las ideas que pregonaba.
Por eso sus seguidores identificaban tales ideas con su modo personal de plantearlas y defenderlas. No es por ello una exuberancia retórica decir que su amor a la Patria poseyó rasgos del más elevado idealismo; y que, tal idealismo, en su dimensión internacional, fue proyectado y revalorizado por un sano pragmatismo que podría calificarse de realismo pragmático, pues llevaba a las decisiones de esa alta política, de esa gran política que ha sido siempre la política exterior, después de una objetiva lectura de la realidad.
En las Memorias de Guerra se encuentran unas palabras suyas que resumen acertadamente todo el sentido de su vida pública, la grandeza de su tránsito humano, tanto en las incidencias de aparente éxito como en las de aparente fracaso. Son palabras del mensaje que dirigió el 27 de junio de 1942, luego de asistir a la Santa Misa, a la multitud que le escuchaba, conmovida hasta el llanto, frente a la Iglesia, en la explanada de Gambetta: “A Francia no tenemos que decirle más que una sola cosa: que nada nos importa, excepto servirla. Tenemos que liberarla. Tenemos que vencer al enemigo. Tenemos que castigar a los traidores. Tenemos que conservarle sus amigos. Tenemos que arrancar la mordaza de su boca, para que pueda ella hacer oír su voz y reanudar la marcha hacia su destino. No tenemos nada que pedirle, salvo, quizá, que el día de la libertad consienta en abrirnos maternalmente sus brazos para que lloremos en ellos su alegría. Y que el día en que la muerte venga a llevarnos, ella nos sepulte blandamente en su buena y santa tierra”.
*Profesor, estadista venezolano.
Editado por los Papeles del CREM a cargo de Raúl Ochoa Cuenca.
«Las opiniones aquí publicadas son responsabilidad absoluta de su autor».