La débil democracia venezolana se encuentra al borde de la desaparición, no porque se conformó una ideología comunista o socialista radical que copa todos los espacios del poder, sino porque el populismo y su tránsito hacia la “iliberalidad” forman parte de la cultura política en el país y son las maneras a través de la cuales los anacronismos ideológicos pueden asegurar su perpetuidad en el poder.
No son los argumentos ideológicos sólidamente constituidos los que respaldan los extremismos sino el recurso altamente efectivo del “populismo” y del “iliberalismo” cuando articulan una estrategia de ocultamiento de aspiraciones totalitarias dándole un matiz ideológico sea marxista y hasta neoliberal para perpetuarse en el poder.
Estamos en presencia de la mercantilización de la política en el final de las ideologías. Hay mercaderes no ideólogos.
Las herramientas comunicacionales son más eficaces para decidir batallas políticas que para el encuentro con la verdad.
La primacía de las emociones sobre la razón ha permitido la igualación de la gente con las élites, sin necesidad de la profundización del análisis riguroso de los problemas y mucho menos de búsqueda de evidencias de lo que se afirma.
Es una especie de callejón sin aparente salida el “emocionar para convencer” y puede ser un “convencer para cualquier cosa”, hace falta precisar el alcance del “emocionar” para convivir en democracia, *la trama no es el convencer a otro, sino sobre cómo convivir con el otro en su diversidad*.
No se puede seguir avanzando sin alertas previas y tampoco sin revisión de lo que se hace, entre el extremo de la “criticadera” del simplismo lógico y el silencio consciente se ha extraviado la deliberación democrática.