¿Están los dirigentes opositores a la altura de los retos y los tiempos?

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Por Eduardo Martínez

Mientras la propaganda oficial, montada sobre el concepto gobeliano de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad – o por lo menos así lo cree la gente – el Acuerdo firmado por la oposición en México ha minado el ánimo y las esperanzas de los venezolanos.

Desde las elecciones presidenciales de 2013, realizadas a la muerte de Chávez, la figura de Nicolás Maduro no ha logrado salir del esquema -siempre – de demostrar lo que él es. Mejor dicho, lo que se quiere que se crea que él es.

Ni los mismos afectos irreductibles del PSUV todavía se creen, y así lo expresan en confianza o con unos cuantos tragos en la cabeza, de que esas elecciones las ganó Maduro.

Él se lo creyó, y por eso en un primer momento se plegó a la idea de que se cotejaran actas con los votos depositados en las urnas. A la vuelta de unas horas, los artífices de los resultados le convencieron de no volver a tomar el tema. No se revisó nada.

La respuesta a lo dudoso de los resultados estuvo centrada en hacer ver que él era el presidente. Todo el aparato propagandístico de la hegemonía comunicacional, estuvo dedicado a elaborar su imagen presidencial.

De esta manera, programaron reuniones del “presidente” con diversos sectores económicos del país: cámaras, asociaciones, directivos de las instituciones gremiales empresariales, sindicatos amigos, así como embajadores, multinacionales ávidas de contratos y concesiones, entre otras.

Pero “el hábito no hace el monje”. A pesar que se vendía la idea que tras el “presidente” venía un cambio en las políticas públicas del régimen, eso nunca se dio. Fue más de lo mismo, cierre de empresas, devaluación, represión y el comienzo de lo que hoy en día conocemos como la diáspora.

Recuerdo la conversación con el presidente de una asociación de industriales. Fue a una reunión con Maduro, luego con los ministros del área. Entregaron propuestas. Advirtieron de la escasez que se avecinaba si no se hacían cambios. Y a pesar que los representantes del régimen les aseguraron una pronta respuesta, nunca la hubo. Vino la escasez y las consecuencias todavía las sufrimos.

Mientras Maduro se dedicaba a aprender los detalles de cómo parecer presidente, el país se veía inmerso -y todavía lo está- en la mayor crisis de su historia republicana.

El esquema es viejo, repetitivo y usado mil y una vez. Cuando protestan los estudiantes, en vez de reunirse con los dirigentes estudiantiles en Miraflores, aparece en cadena Maduro en concentraciones de estudiantes vestidos de rojo en el Poliedro o en el Teatro Teresa Carreño. Así sucede con los trabajadores cuando reclaman por sus derechos, con los empresarios, etc.

En todos esos casos y sectores, siempre habla un orador: Maduro. Por lo general nunca dejan hablar a un estudiante, un trabajador, un empresario o algún representante de la sociedad civil. Son shows montados a la medida: Maduro Presidente, ante focas que aplauden a rabiar.

No es otra cosa que producto de una orquestada campaña para la construcción de “Yo presidente”.

A pesar de que Maduro ha aprendido, con la viveza de quien las circunstancias lo colocaron en unos peldaños mucho más arriba en la escalera de sus sueños y posibilidades reales, todos los días se ve inmerso en problema para los cuales nunca ha estado preparado.

La complejidad de gobernar, en estos nuevos tiempos del mundo, se lo lleva por delante. Resiste, sigue estando allí, pero los problemas no se resuelven.

Este es el punto que ven los venezolanos, a pesar de que la hegemonía comunicacional del régimen se empeñe en repetir una y otra vez que hay una recuperación económica.

Lapidaria la declaración que se le atribuye a Tiziana Polesel, presidente de Consecomercio, con motivo del Día del Comercio: “Cada vez que abre un negocio de lujo en Caracas, cierran 10 en el interior”.

Por ello es que en las vísperas de la Navidad y el fin de año, los venezolanos deben sentirse optimistas sin ciegos excesos. Pueden haberse enojados, como nos enojamos todos, con rabia, con lo sucedido en México el 26 de noviembre pasado.

Pero la magnitud de los problemas que enfrenta el régimen, en el cual el cacareado timonel no da pie con bola, son en estos momentos mucho más grandes y complejos que la simple y discutida capacidad de quienes nos quieren hacer ver que todo en el país mejora, y que están para quedarse.

Esperemos entonces que los dirigentes de la oposición estén a la altura.

editor@eastwebside.com

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