Análisis del economista y abogado Domingo Fontiveros sobre el momento generado por la crisis libia.
Por Domingo Fontiveros
La perspectiva económica global de continuada recuperación durante 2011, ha quedado abruptamente en suspenso durante estos días de confrontación interna en el norte de África y el Medio Oriente. El impacto más fuerte ha provenido de Libia, donde la conflictividad ha escalado hasta el umbral de una guerra civil. Pero la sucesión de diversas turbulencias en varios países del área necesariamente conduce a preguntarse si estas puedan extenderse a otros.
El caso de Libia es emblemático. Siendo exportador de petróleo (algo menos de 1,5 millones de barriles diarios) su conflicto interno ha repercutido con fuerza en el mercado petrolero mundial, donde se han registrado los precios más altos en 30 meses, superando los $100/barril en algunas cotizaciones, notablemente el Brent, en respuesta a un eventual cierre del flujo petrolero desde este país.
Pero los temores actuales no se quedan allí. Al fin y al cabo, Arabia Saudí podría suplir con creces incluso un cese total de exportaciones libias, aplicando su capacidad no utilizada de producción. Por otro lado, las reservas estratégicas de los países industrializados permitiría colocar en el mercado unos 2 millones de barriles por día hasta por un año, en caso de ser necesario. El verdadero temor es que la turbulencia se acentúe en otros países de ambas regiones, incluyendo a Argelia y hasta la misma Arabia Saudí. Algún exagerado ha llegado a visualizar, en el caso extremo, un barril por encima de los $200 dólares.
No pienso que se llegue a estos casos límite. Ya algunos gobiernos que pudieran verse afectados han tomado previsiones, incluyendo medidas puntuales como paliativos, tales como mejoras de salario. Aunque en realidad lo que parece estar en el sustrato de estas manifestaciones en contra de regímenes establecidos no es sólo lo material, sino también aspiraciones democráticas de repartición del poder, algo muy temido por gobernantes autocráticos de cualquier signo. De modo que incluso fuera de los extremos, la inestabilidad en el mercado petrolero probablemente continúe por un tiempo prolongado.
Esto significa que habrá algo más de inflación hacia el futuro, que el costo del dinero también será más elevado, y que la recuperación posiblemente sea más lenta que lo esperado. También significa, en lo que respecta al petróleo, que se redoblarán los esfuerzos a favor de energías alternativas, incluyendo las más expeditas -como el carbón limpio, el etanol y la nuclear- pero sobre todo las más revolucionarias, como las generadas a partir del viento, el sol, los volcanes, las mareas, el hidrógeno, y el progresivo desarrollo de los vehículos híbridos que combinan gasolina y electricidad para funcionar. Las empresas dedicadas al perfeccionamiento y aprovechamiento de estas innovaciones suman centenares y avanzan desde China hasta Europa, EEUU, Taiwán, Japón, Brasil y muchos otros.
Los días del petróleo como rey energético pueden no estar contados, pero sus años sí pudieran. No es casual, por ello, que casi todos los grandes exportadores hayan dedicado ingentes recursos a diversificar su base productiva y buscar nuevas fuentes de crecimiento y bienestar.
Libia quedó fosilizada por su revolución, y es una excepción notable entre ellos. Venezuela, lastimosamente, aparece en el mismo camino por la suya.
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