Por Eduardo Martínez
La falta de unidad caracteriza a Venezuela en los primeros días del 2022. Es la herencia que siempre arrastramos del año anterior. En este sentido, nada ha cambiado.
Las políticas desplegadas por el régimen, instaurado desde el 1999, están basadas en ese lineamiento soviético que inundó al mundo en el Siglo XX.
Siempre se ha atribuido al emperador romano Julio César, la frase: “divide y vencerás”. Rescatada la expresión por Napoleón Bonaparte, fue tácticamente incorporado a los manuales para la toma y mantenimiento del poder por parte del comunismo.
El secreto es dividir una sociedad en dos. Una parte los buenos. La otra parte, los malos. Todos los problemas se deben a los malos. Mientras los buenos representan la solución.
Una vez demarcado la arena de la confrontación política, se concentra una campaña de descrédito hacia “los malos”. Es la aniquilación del adversario. En la etapa política es solo el descrédito. Ya en el gobierno, cuando se les ha destruido el buen nombre a los adversarios, se les perseguirá, apresará y, en muchos casos, se les desaparecerá.
En esta estrategia, estamos ante una sociedad dividida. No importan quien se lleva la mayor porción. Eso será irrelevante para quien detente el poder. Porque detrás estará el poder cohersitivo del Estado para mantenerse en el poder.
Es así como el tema de la división del poder pasará a ser una las banderas del régimen. Tratará por todos los medios que la oposición no se la quite.
En este contexto siempre surge el tema de la “unidad”. Una palabra que logra acuñarse con cierta dosis de hipocresía.
Sea la oposición o el régimen, se pretende que la unidad exista en torno a ellos y contra el otro. Pasando a un segundo plano la unidad de la Nación.
Sin embargo, por el mismo hecho de la práctica de la estrategia de la división, en lo interno se vive también un espíritu de división. Ni el régimen ni la oposición están monolíticamente unidos. Hay grietas, y a través de ellas, circulan las acérrimas enemistades.
Venezuela no está exenta de albergar estos sentimientos divisionistas. La oposición, más que dividida, está fragmentada. No solo entre los partidos, sino que también dentro de los partidos.
En tanto el régimen de Nicolás Maduro, muestra grietas profundas solo maquilladas por el aparato hegemónico comunicacional: chavistas puros, chavistas sin Chávez, chavistas-maduristas, maduristas puros, enchufados, comunistas, exguerrilleros años 60, y los chavistas en el exilio, entre otros.
Cambiar el estado de las cosas, cuando es la división la herramienta utilizada para consolidar un régimen, requiere que se asuma una unidad en su sentido más amplio posible. Y esa amplitud requiere que se conciba la Nación como el centro esa unidad. Una unidad que admita y congregue a todos.
El actual ambiente venezolano, estañizado y sin mostrar posibilidades de cambio, de un régimen sin una oposición organizada, o de un próximo régimen democrático no comunista, sin el respeto hacia quienes son parte del actual régimen, sería simplemente un corrimiento de las arrugas de nuestra crisis política.
Plantear una unidad parcelada, es una propuesta hipócrita. Porque sería la unidad de unos en contra de la unidad de otros. Lo que profundizaría la división.
Cuando los venezolanos perciban un ejercicio genuino de unidad, que congregue a todos, que no deje a nadie por fuera, participará militantemente de los esfuerzos políticos por cambiar el estado de las cosas.
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