De las condiciones para dialogar y otras cosas en el caso venezolano
Por Eduardo Martínez
Los venezolanos, luego de 23 años, por supuesto que necesitamos dialogar entre nosotros para solucionar los problemas no resueltos, que no son pocos. Pero hay que entender que los diálogos se dan cuando las partes quieren dialogar. Lo que exige de la voluntad de querer entablar conversaciones que lleven a puntos de encuentro. Ese es el punto de partida de un diálogo.
Claramente, cuando no existe la voluntad en ambas partes, irremediablemente el encuentro se transforma en un desencuentro.
Han señalado diplomáticos venezolanos – de amplia experiencia en negociaciones exitosas para el país – que establecer las condiciones en las cuales se va a desarrollar el diálogo es lo primero que se debe conversar en los preliminares de una negociación. Es decir, antes de entrar en las materias propias del diálogo.
Es tan importante esta etapa, que siempre se citan como ejemplo las negociaciones del Vietgong con los Estados Unidos. Tardaron un año en definir si la mesa de negociación debía ser rectangular o circular, entre otras condiciones.
Una vez definidas las condiciones, en las cuales se desarrollará el diálogo, es cuando las partes se reúnen en torno a los puntos de discusión establecidos previamente.
Finalmente, para hacer breve la nota, debe haber en ambas partes la voluntad – sin excusas ni trampas – de cumplir con lo acordado.
Sin embargo, más que una disparidad de estrategias, lo que ha existido en el caso venezolano es la disparidad de objetivos y perfiles de los delegados de ambas partes.
El caso venezolano
La crisis política venezolana, que lleva casi tanto tiempo como tiene el régimen, nos presenta varios aspectos que rompe con el “deber ser” de una negociación.
En primer lugar, hay un desequilibrio en la composición de los delegados de las partes. Mientras el régimen lleva un un grupo compacto, la oposición ha estado generalmente conformada por individualidades pertenecientes a agrupaciones políticas distintas, que casi siempre están peleadas entre si.
En segundo lugar, el régimen va al encuentro presionado por crisis que ellos mismos han generado. Mientras la oposición se centra en las consecuencias de la crisis, el régimen trata de buscar siempre un culpable ingnominioso que, no “son ellos”: el imperio, los enemigos del pueblo, los partidos de oposición, etc.
En tercer lugar, el régimen siempre lleva -ya antes de entrar en el diálogo- un borrador de acuerdo “casi final” de la negociación.
Algo doblemente curioso, porque pareciera que siempre lo logra imponer, y que dado su perfil de ser y actuar, engolosinados por el “éxito” de quien logró todo, después en su regocijo lo hacen saber.
En cuarto lugar, hay una disparidad de objetivos entre ambas delegaciones. Mientras el gobierno se enfoca en objetivos políticos de su legitimidad, la oposición asume una posición de gobierno, de tratar de resolver problemas cuando los delegados del régimen no tienen -ni antes ni después- la más mínima disposición para resolver nada.
Juzgar los hechos
Ese no seguimiento de los protocolos que deben seguirse para un diálogo, y sobre todo las disparidades de objetivos, ha obtenido lo que se logrado en los ya incontables procesos de negociaciones entre el régimen y la oposición venezolana.
Aunque para tener formarse una idea de lo que ha pasado, es un requisito de análisis sine qua non fijarse en los hechos, no en las palabras, ni en las excusas, ni las palabras que no existen en los textos de los presuntos acuerdos. Si no existe en el texto firmado del acuerdo, esos espacios en blanco no los rellenará a posteriori las explicaciones ni las justificaciones. Y mucho cuidado en entrar en discusión en lo que me permito llamar el “fantasma” de lo que no existe: el “espíritu del acuerdo”. Si no está escrito y firmado, NO EXISTE aunque suene bonito.
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