Por Eduardo Martínez
La Cumbre de Bogotá ha confundido a los venezolanos y también a los colombianos. Desde este lunes, a ambos lados de la frontera han llovido las críticas sobre este episodio de una torcida diplomacia: antes, durante y después.
Lo que se pensaba que iba a suceder, quedó superado más allá de los más negativos presagios. Lo que ahora todos se enteraron, pero también todos no entienden.
En la materialización de la iniciativa de Gustavo Petro, los representantes de 20 países se reunieron en el Palacio de San Carlos, sede de la cancillería colombiana, para tratar la crisis venezolana. Lugar donde no se dejó entrar a la prensa, no se conocieron nombres y rangos de los asistentes, y que al final el canciller Álvaro Leyva leyó un escueto comunicado, que parte de no decir mayor cosa, tampoco se permitió una sesión de preguntas a los periodistas.
El día anterior, la presencia en Bogotá de Juan Guaidó, sirvió para que el régimen colombiano le expulsara por vía aérea hacia Miami, y Leyva exhibiera un refinado compendio de términos colombo-diplomáticos, al decir que no fue expulsado, sino “invitado” a seguir su viaje.
Como consecuencia, Guaidó no pudo conversar con los representantes de los países presentes. Como tampoco lo pudo hacer María Corina Machado, que no fue invitada, y quien encabeza todas las encuestas presidenciales.
Guaidó, quien hasta enero era reconocido por cerca de 50 gobiernos extranjeros, representa una opinión importante en el tema de la crisis venezolana. Machado, quien se perfila como favorita para las elecciones favoritas del 2024.
En cambio, en la representación de los partidos opositores venezolanos, aparecieron en Bogotá personas que no tienen ni dirigen partido alguno, que no tienen tarjetas para postular candidatos en unas elecciones que dicen defender. Lo que incluye al jefe de la delegación, Gerardo Blyde.
Sin embargo, lo más humillante, es que en la cumbre de ayer no estuvieron venezolanos presentes. Aunque no tenemos dudas, por lo acontecido y lo declarado, que Maduro ha debido sentirse interpretado – si no representado- por el mismo presidente Petro.
Es inimaginable, como venezolanos, se pueda discutir y decidir sobre el futuro de los venezolanos, sin que nosotros estemos presentes.
Esto nos recuerda el Laudo Arbitral de París de 1899, cuando nos despojaron de los territorios del Esequibo. Laudo en el cual no estuvo presente ningún representante venezolano.
La diferencia entre ambos eventos, es el en 1899 en París se discutió, decidió y entregó al Reino Unido unos 159.500 kilómetros cuadrados de territorio; y en la cumbre del 2023 en Bogotá, se está discutiendo la totalidad de Venezuela, los 912.050 kilómetro cuadrados completos.
De lo poco que ha trascendido, de la cumbre a puertas cerradas, es la disparidad de criterios entre la Casa de Nariño, sede de la presidencia de Colombia, y la cancillería. Lo que habría sido notorio en el desarrollo de la cumbre.
Tal vez por ello, al final del día se conoció que el presidente Petro había pedido la renuncia a la totalidad de los ministros, incluyendo al canciller Álvaro Leyva. Lo que explicaría los desaguisados de la cumbre, y sus pobres resultados.
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