“Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho”.
Simón Bolívar (1783-1830)
El volcán de angustias hizo erupción en Venezuela. Dieciocho años de agresiones personales e institucionales afloraron en esta explosión social que amenaza con ser irreversible. Después de medio centenar de muertes, ya no se puede devolver la rueda de la historia. El daño está hecho: se soltaron los demonios de la violencia, del odio contenido.
Maldiciones y mentadas de madre vuelan, lanzadas a las fuerzas públicas represoras por una población cada vez más indignada por el trato dado a sus justos reclamos, que son respondidos por balas, perdigones, metras y gases. La dinámica de la protesta reprimida produce cada vez más violencia, tanto de los represores como de los reprimidos. A pesar de ello, la sordera irresponsable del régimen lleva al país hacia una peligrosa confrontación que hasta pareciera ser deseada por quienes pretenden reinar para siempre, bailando sobre la sangre del pueblo.
Una población a la que se ha fustigado, despojado, dividido, no sólo quiere justicia: en algunos casos también buscan revancha. Y pareciera poca cosa el que unos venezolanos en el exterior persigan a la hija de un corrupto revolucionario, o que los residentes de Miami protesten a las puertas de los negocios de los enchufados o que correteen a un embajador por un aeropuerto llamándolo ladrón. Pero la visual que tenemos es de una nación que está en anarquía, con un régimen pecando de bárbaro con tal que no lo saquen del poder, con unas instituciones que poco hacen para restaurar la seguridad jurídica, con una ciudadanía resteada en el reclamo del pago de tantos años de miseria.
La protesta que comenzó en 2014 como una manifestación política de profundo desacuerdo, ha ido creciendo y transformándose. Ya no son unos partidos con sus camisas y globos de colores reclamando derechos y salidas constitucionales. En 2017, después de comprobar que con el heredero del finado no hay diálogo ni salidas electorales posibles, los venezolanos se lanzan a la calle sin banderas políticas, con desesperación y hartazgo, con una meta fija: cambiar a un gobierno que los tiene pasando hambre, necesidades y humillaciones.
Pero cada quien tiene su forma de expresarlo. Unos tocan pito, otros queman cauchos, otros silban y cacerolean a la fuerza pública. Los “guerreros” de las marchas, jóvenes, arrojados, muchachos que no han conocido sino las privaciones que trajo la revolución, están señalando el camino hacia la libertad. Y por ella están muriendo.
La lucha de estos 55 días ha permitido comprobar el valor de venezolanos, que así como en el pasado fueron capaces de atravesar los Andes a lomo de caballo para liberar lejanos países del dominio español, ahora son capaces de enfrentarse con una franela en su cabeza y un escudo de cartón a un contingente armado de guardias, policías, tanquetas, ballenas y rinocerontes. Una pelea desigual, sobre todo si el apoyo de las fuerzas públicas son esos paramilitares armados e impunes llamados colectivos, pero que su verdadero apelativo es “asesinos”.
La tragedia venezolana se ha visibilizado ante un mundo que presencia horrorizado cómo guardias disparan a matar a personas desarmadas, cómo penetran en locales comerciales y residencias, destruyendo las cámaras de seguridad, apoyados por colectivos que disparan mientras los uniformados lanzan bombas y perdigones dentro de los hogares, rompen vidrios de vehículos y cometen cualquier clase de desmanes contra las personas que atrapan, golpeando e insultando, cuando no asesinando. 33 personas han muerto por heridas de bala, el resto por impacto de bombas lacrimógenas lanzadas directo a la cabeza o al pecho.
Y claro que hay detenidos. Cientos de civiles que son pasados a la justicia militar, porque para el régimen protestar es traición a la patria. Curiosamente, los uniformados que detienen son juzgados por la justicia penal ordinaria, como debe ser. Pero los guardias y los policías se están dando cuenta que quienes están pagando la cuenta son ellos y no quienes les mandan a reprimir. Así lo asumen y en los últimos días los colectivos han tomado el mando de la agresión. El riesgo de una confrontación crece cada vez más, en la medida en que la violencia contra la población es ejercida sin tapujos y ésta se defiende.
Pero esto no es una lucha de dos bandos claros, sobre todo cuando uno de ellos usa la desinformación en las redes para duplicar la lucha que la MUD trata de liderar, cuando utiliza recursos y funcionarios del estado para crear situaciones de saqueos e incendios y luego culpar a los opositores. La violencia les conviene… y perjudica a la oposición, no sólo por tener que defenderse de acusaciones montadas, sino también porque los manifestantes pacíficos, que son la mayoría, se retiran de las calles ante el riesgo de morir, ser privado de su libertad, quemado o herido.
La única arma de presión eficiente que ha potenciado a la oposición es la protesta de la calle, la presencia incontestable de una inmensa mayoría que quiere cambiar un gobierno. Preferiblemente por vía electoral, pero no por la del fraude constituyente que es el recurso electoral escogido por el régimen para cambiar la constitución a como le ajuste bien.
Desnuda su infamia ante el mundo, responsable de la anarquía, la persecución, la desesperación que está degenerando en conductas bizarras, el régimen se sostiene precariamente con esta avalancha de malas noticias: sus magistrados sancionados por el Departamento del Tesoro de USA, sus enchufados acosados, sus aliados sin querer retratarse con ellos, los organismos internacionales acusándoles de violadores de derechos humanos.
Pero si el régimen está mal, los venezolanos que se le oponen también están en riesgo de perder por la violencia una partida que aparenta estar ganada. Si se impone la estrategia, si se respetan las líneas de acción, si se controla a opositores que en el fragor de la venganza quieren aplicar los mismos métodos que están protestando, entonces la mayoría democrática venezolana podrá tomar las riendas del país a corto plazo. Mas si reina la desunión, abandonan las calles y permiten que la violencia sea el arma de lucha, todo estará perdido.
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