Ante la complejísima crisis económica que se vive, plagada de desabastecimiento, inflación y caída en la actividad de diversos sectores de la economía, muchas personas se han volcado a proteger sus intereses individuales tomando acciones tales como el endeudamiento, la adquisición de activos de todo tipo (bienes durables y de consumo) y hasta el adelanto en el pago de determinados servicios.
Todo esto se hace con el fin de defenderse de la crisis y salvaguardar el fruto del esfuerzo particular y, claro está, queda la duda moral acerca de si lo que deciden hacer está bien o está mal. Es decir, si las acciones individuales terminarán por afectar a la sociedad en su conjunto y traerán más problemas, o si proteger el patrimonio individual, fruto de esfuerzos y sacrificios, resultará a la larga conveniente para la sociedad.
A favor de lo colectivo
Quienes defienden la tesis de poner el interés colectivo por encima de las visiones individuales se sustentan en comunicar que las acciones de particulares terminan por hacerle daño al colectivo.
En general, opinan que la escasez se debe a que las personas “acaparan” inventarios de productos de primera necesidad, “raspan” sus cupos de divisas o consumen “más de la cuenta” y responsabilizan a quienes actúan de esa forma de todos los males que vive la economía del país.
Sin embargo, la causa que subyace detrás de lo que la gente hace es, en algunos casos, la escasez real y el temor que esta genera. En otros casos, son acciones generadas por la inexistencia de alternativas de ahorro que mantengan el poder adquisitivo del dinero economizado e, indiscutiblemente, el conservar el valor del fruto de nuestro esfuerzo no es un acto inmoral, más bien, lo deshonesto es que el dinero pierda capacidad de compra debido a políticas económicas irresponsables.
Indudablemente, quienes más claman a favor de lo colectivo son aquellos que se alinean con el poder y que normalmente están muy lejos de ser afectados por las políticas que promueven, ya que suelen ser los primeros beneficiarios.
Defensores de lo individual
El primer gran argumento en favor de las acciones individuales para proteger el patrimonio personal es sencillamente el hecho de que todos los intentos de colectivizar a las sociedades o de hacer que las personas sustituyan sus intereses por una supuesta ideología salvadora y mesiánica han terminado en catástrofes, con millones de muertos, y quienes han podido salvarse de esos desastres son quienes pensaron, justamente, en cuidar sus intereses del entorno.
Uno de los casos fue el gran salto adelante en la China de finales de la década del 50 y comienzos de la del 60, que en nombre de la colectivización de la vida rural, dejó más de 30 millones de muertos por la hambruna que generó.
Aun antes, en la década del 30, José Stalin colectivizó las granjas en Ucrania y causó una hambruna que como mínimo ocasionó siete millones de muertes.
Finalmente, vale mencionar el caso emblemático del nazismo, cuando, en nombre del ideal del colectivo nacionalsocialista, se causó la más grave tragedia en la historia de la humanidad. Quienes supieron pensar en términos individuales y huir del infierno europeo antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial sobrevivieron a años de catástrofes, persecuciones, odio y hambrunas.
Otro fundamento de peso para pensar como individuo es que, de no hacerlo, el fruto de su esfuerzo se estaría esfumando debido a la inflación; luego, de presentarse cualquier contrariedad que requiera de recursos materiales para ser atendida –por ejemplo, una enfermedad o un accidente– sus ahorros serán insuficientes y posiblemente le sea imposible solucionar la situación, quizás a costa de la muerte o incapacidad de un familiar o ser querido.
Ahora bien, además de esos argumentos, es mucho más contundente el hecho de que el socialismo es, sencillamente, un error intelectual, lo cual queda demostrado por el filósofo y economista Friedrich Hayek.
A comienzos de la década de 1920, aquel sabio exponente de la Escuela Austríaca enunció que el socialismo es sencillamente inviable, pues el Estado carece de la suficiente información para poner a los productores a fabricar los bienes que la gente requiere y necesita, y que el precio es el único mecanismo generador de información que hace que tanto consumidores como productores se alineen y optimicen sus capacidades y requerimientos.
Luego, al forzar los precios mediante regulaciones, lo que se obtienen son ineficiencias, escasez e inestabilidad.
Cuando el Estado regula y fuerza demasiado las cosas, el resultado es siempre catastrófico, es así como las personas tienen pleno derecho a defenderse para no ser llevadas por delante a causa de los errores de quien en nombre del bien colectivo termina provocando calamidades a todos.
¿Dónde comienza el problema?
Está, por demás, claro que el problema no empieza con que alguien adquiera determinada cantidad de un bien que está escaso o que registra desabastecimiento. El problema viene dado por la fijación de un precio que no corresponde ni al nivel de demanda ni al nivel de oferta.
Todas las complicaciones arrancan sencillamente de ignorar que existe una ley de oferta y demanda y cuando esta es “sustituida” por las decisiones de funcionarios que se creen dueños de la verdad absoluta y que consideran que tienen la posibilidad de ser mucho más eficientes y capaces que el resto de las personas en definir prioridades. Es decir, el pecado capital no es el intento de salvaguardar el patrimonio o de asegurar el abastecimiento de su familia, el pecado es la soberbia de personas que pretenden jugar a decidir por los demás.
¿Qué hacer?
Amigo lector, ni los políticos de oposición, ni las ideologías ni las promesas le van a dar a usted de comer ni van a ayudarle a cumplir metas como educación y vivienda. Nadie vendrá a regalarle nada, es así como nuestra sugerencia es clara y definitiva: piense en función de usted y de sus seres queridos, y no sienta culpa de protegerse.