Fue Max Weber el que insistió en ver la suerte de los regímenes de dominación en relación con su legitimidad. Para él era sustancial esa creencia en la validez del orden social, lo suficientemente fuerte como para hacer cosas y aguantar otras con estoicismo e incluso con gusto. Era central a sus ideas el que se ahorrara toda la violencia posible y que por lo tanto mejor resultaban los acuerdos que el uso de la fuerza para imponerlos. De allí que el corolario natural se pueda expresar en la siguiente frase: “si algo funciona, es porque es legítimo”.
Peter Stillman abundó sobre el concepto. Para él “un gobierno es legítimo, si y solo si, sus intenciones y resultados son compatibles con los principios y valores de la sociedad que rige”. Estos principios y valores no son cualquier cosa. Los define a los efectos de su teoría de la siguiente forma: son la especificación, clasificación y ordenación de lo que la sociedad estima y busca, entendiendo que viven en un mundo de escasez, donde hay límites y cualquier aspiración social tiene que ser negociada en base a un costo que puede ser estimado, solicitado, y obtenido. Tampoco es fútil la precisión sobre los resultados del gobierno. No son cualquier cosa. Están más vinculados a los hechos que a las intenciones. No confiere legitimidad el discurso sino la realidad que se provoca desde el discurso, e incluso a pesar del discurso. Y sobre todo, que los resultados sean compatibles con esos principios y valores por los que se rige la sociedad, y congruentes con los resultados que aspiran los diversos grupos que intentan convivir pacíficamente dentro de una sociedad determinada y que a los ojos de todos sean vistos como sistemas relevantes. Son ellos el sistema internacional, la sociedad, las instituciones representativas de la sociedad civil, y los individuos. No hay forma por lo tanto de entender que una autocracia sea legítima, no por lo menos por demasiado tiempo.
A menos que lo que sea realmente legítimo sea el comportamiento autoritario. Aquí está una pregunta cuya respuesta no podemos postergar: más allá de los golpes de pecho, ¿cuáles son esos valores y principios que nos conectan con este orden social? Porque si no hay resistencia y reacción entonces hay sumisión y legitimidad. Dicho de otra forma, debemos reconocer que la sociedad se ha acompasado bastante bien a lo que ha ocurrido en los últimos catorce años. Al parecer no nos perturba la ausencia del estado de Derecho, ni la fusión de los poderes públicos, mucho menos que Chávez se haya convertido en esa mezcla de nepotismo, compadrazgo y caudillismo carismático que igual insulta, besa viejitas o programa un linchamiento moral con el apoyo de los conductores de La Hojilla. No nos molesta tampoco que se haya formado una inmensa boliburguesía que le da lo mismo traer containers llenos de arena o de comida a punto de podrirse. No nos quita el sueño que se diga que nuestras FFAA están enconadas de mafias dedicadas al narcotráfico y que los carteles vayan y vengan en una guerra para la que no hacen falta ni tanques ni aviones. Y hay que confesar que al país no le interesa cuantos presos políticos pierden sus vidas encerrados sin que medie delito o juicio. Y si Chávez gobierna desde La Habana, o los Castro manejan a conveniencia temas reservados, o si finalmente está enfermo, inhabilitado o a punto de pasar a la otra vida, por lo visto, da lo mismo, porque aquí el régimen goza de buena salud, no termina de desplomarse, y para colmo, algunas encuestas indican que el enfermo ausente está a punto de llegar a la unanimidad popular. Tendríamos que preguntarnos por qué encumbramos a los encuestólogos habladores de pistoladas, por qué seguimos contratándolos, por qué compramos petrobonos, y por qué practicamos todos los días esas pequeñas concesiones a nuestra propia miseria. ¿Será legitimidad?
Se persiguen medios de comunicación y el que funge como presidente de la Asamblea Nacional construye delitos y amenaza con expropiación, cierre y cárcel. ¿Alguien se conmueve?
Porque si para nosotros es válido que nos gobierne un militar comunista y una camarilla dispuesta a todo, entonces tenemos muchas razones para estar preocupados por la salud de la República, y el futuro de la democracia venezolana.
Recientemente fuimos espectadores ¿indignados? de gravísimas confesiones sobre la forma cómo se conducen los negocios del país, mientras que en el centro de la ciudad una guerra carcelaria no encontraba respuestas creíbles en el ministerio del ramo. ¿Pasó algo? Algo huele mal con tanta legitimidad conferida tan gratuitamente. Stillman llega a decir que las sociedades se enfocan en los resultados, y también en los medios que los gobiernos tienen para alcanzarlos. Pero, ¿si no hay resultados y los medios son pura perdición y locura, qué hacemos con ellos? Depende, siempre dependerá de lo que para nosotros sea válido. Entonces, ¿por qué no comenzamos con esa respuesta?
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