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La violencia es una elección voluntaria. Siempre hay otro camino. Se puede elegir, por ejemplo, la negociación, pero esta opción requiere de un talante moral alejado de la corrupción que provoca el poder ejercido con criterios absolutistas, y hay que recordar que los venezolanos no vivimos en una democracia. La democracia tiene sus formas institucionales para resolver los conflictos. Los regímenes autoritarios, por el contrario, creen que el conflicto y la disensión hay que aplastarlos y eso es lo que estamos experimentando con tanto dolor y asombro.
Las últimas noches han sido terribles. No ha bastado la oscuridad de nuestras ciudades para ocultar una realidad siniestra: La presencia de un Estado terrorista organizado y dispuesto para confiscarle a la sociedad todos sus espacios de derechos y libertades, usando para ello la mentira sistemática convertida en propaganda política, y exponiendo a los ciudadanos a la violencia indiscriminada, la inseguridad y el amedrentamiento. Esta última semana ha sido el marco en el cual todos hemos validado esa condición de incertidumbre tenebrosa por la que nadie puede sentirse totalmente seguro. Las redes sociales han sido generosas en imágenes y relatos que dan cuenta de una ferocidad inimaginable. Hemos visto que no hay límites y hace rato se deslindaron de cualquier principio que nos hermane. Somos, por lo visto, enemigos a muerte de un ejército de ocupación que no encuentra motivos para el pudor. Todo es posible, todo está al alcance de la mano del que ejerce con tanta seguridad una relación de fuerza tan desigual: Las amenazas a las familias, la invasión a la intimidad, el chantaje, el secuestro, la extorsión, ataques arteros a la reputación, y por supuesto, el maltrato, la tortura, la cárcel o el exilio.
El uso del terror es siempre una racionalidad colectiva que se retroalimenta. La violencia indiscriminada ratifica un terrible criterio de eficiencia propio de los que creen estar involucrados en una guerra de exterminio. Eso es lo que estamos viendo en la conducta colectiva de policías, militares y paramilitares que se conjugan para la represión, con el aval y el permiso de un régimen que los exculpa sistemáticamente. Para ellos cualquier manifestación de disidencia o de malestar es la demostración de la existencia de una guerra vertical con enemigos infiltrados en todos los niveles de la sociedad. Todo acto de calle es para ellos la prueba de que hay una confabulación internacional contra los valores absolutos enarbolados por quienes detentan el poder, y eso los obliga a responder con el terror, haciendo posible, deseable y necesario el uso de los colectivos como el arma siempre disponible de la revolución, porque son capaces de todo.
Pero no solo es el terror en las calles. También es terror procesal. Los Estados Terroristas se valen de la delimitación imprecisa de hechos punibles y la eliminación del proceso judicial para la determinación de la comisión de un delito. Nicolas juzga y sentencia en cadena, y luego se activa la fiscalía que le da paso a tribunales y jueces provisionales y dependientes. ¿Esto es debido proceso? ¿Hay presunción de inocencia? ¿Se ha preguntado Usted, cuál fue el delito y la responsabilidad de Leopoldo Lopez?, ¿por qué persiguen al resto de los dirigentes de Voluntad Popular? o ¿por qué le quieren allanar la inmunidad a María Corina? ¿Han tratado de averiguar qué hay detrás de las amenazas subliminales, de la construcción semiótica del golpismo y la violencia de calle, y en cuáles de nuestras leyes esas interpretaciones se constituyen en delitos?. Lo que hay detrás es una arrolladora maquinaria que busca devastar y aleccionar al resto mostrando cuanta crueldad psicótica son capaces de administrar sin que les tiemble el pulso.
Nos hemos ido enterando de la imposición clandestina de medidas de coacción estatal, prohibidas por el orden jurídico formal, entre ellas las torturas, los maltratos y los homicidios. ¿Se ha preguntado Ud. sobre quienes pueden ser los responsables de introducir un fusil por el ano de un estudiante? ¿Se imagina Ud. a un grupo de jóvenes regados de gasolina o limpiando sus heridas con gasoil? La oscuridad de la noche resplandece para mostrarnos lo hecho y lo deshecho en la última semana, llena de relatos sobre cómo se aplican alegremente medidas violentas de privación de libertad, balazos donde debían lanzar perdigones, asesinatos donde podían practicarse detenciones, allanamientos violentos y la practica indiscriminada del abuso.
La mentira sistemática se mezcla con el ejercicio indiscriminado de la violencia. “O enloqueces o mueres pareciera ser la meta de los regímenes terroristas”. La mentira fundamenta y le concede grados de libertad a la violencia, y la violencia ejercida sin límites autoriza a la mentira para ser su cómplice y validadora. Ambas son formas equivalentes de agresión. Imponer una versión que contradice la realidad y que esta versión tenga consecuencias irreversibles suele ser asfixiante. Usar la fuerza sin que se consideren límites funciona como amedrentamiento y lección sobre lo que puede ocurrirle a cualquiera.
Y ese es precisamente el quinto rasgo. El temor fundado que todos tenemos de que nadie está a salvo de la coacción arbitraria por parte de los órganos del Estado. Peor aún. La inmensa maquinaria de propaganda está presta para invertir la lógica de los acontecimientos y justificar el crimen injustificable, haciendo culpables a los inocentes e inocentes a los que son flagrantemente responsables. Nadie puede estar a salvo si vivimos bajo el arbitrio de un Estado Terrorista y dogmático, que se presenta a sí mismo como pauta absoluta e incuestionable, y desde donde se valida cualquier cosa, cualquier esfuerzo, cualquier crimen, cualquier mentira, cualquier perversión.
¿Qué hacer? Mantener la cordura y aferrarnos a la realidad. Dudar sistemáticamente y no cansarnos de exigir respuestas. Ser solidarios, benevolentes y profetas. Decir la verdad aunque esta verdad sea peligrosa. Denunciar los excesos y no convalidarlos con nuestro silencio. Organizar la defensa de los que son víctimas y nunca dudar de ellos. Impedir que la soberbia pesque en río revuelto y pretender la buena fe de todos los que luchan por la justicia. No igualarnos en la violencia que criticamos pero ser más firmes y perseverantes. Confiar en nosotros mismos y saber que Dios nunca permite que el mal imponga su legado.
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