Esta semana vivimos en carne viva la descomposición del país. No estamos hablando en este caso del inventario de resultados terribles provocados por una visión del mundo que sólo puede estimular este estancamiento económico y la rapacidad creciente de los que están al frente del gobierno. Tampoco estamos haciendo alusión al cuadro de inseguridades e incertidumbres a las que todos estamos sometidos. Estamos hablando de algo mucho peor. Me quiero referir a la condición inhumana de un régimen que deja que se consuman, entre la desesperanza y la enfermedad, los viejos presos políticos. Hay que tener estómago para dejar agonizar a Simonovis porque se le niega el derecho esencial a la asistencia médica oportuna y confiable.
Quiero hacer alusión a la especial condición de una dirigencia que produce y lleva hasta las últimas consecuencias lo ocurrido la noche del martes 30 de julio, en la que le allanaron los derechos a un parlamentario sin reconocerle ni una sola de las garantías constitucionales. Peor aún, montaron un proceso sobre la base de la mentira, medias verdades, exageraciones y eufemismos. Lo lincharon usando indebidamente la mayoría, y para colmo, el presidente del parlamento se ufanó en ratificar que es capaz de cometer cualquier locura y salir impune de sus arrebatos. Lo realmente dramático es que el resto sea estrictamente disciplinado en esas lides y que debamos tolerar la cadena de declaraciones y comunicados en el que todos y cada uno de ellos se comprometen con la versión, aunque sepan que es falsa, aunque se les vea en los ojos que están recitando un guión de complicidades. Hay que tener desvergüenza, hay que practicarla mucho para formar parte de ese corro.
Es que no se puede dejar de significar que en el transcurso de la semana hayan “notificado” a Miguel Henrique Otero “que todos sus bienes y cuentas están congelados” (y lo hayan hecho por twitter) mientras que en otra parte de la ciudad una comisión de la DIM tomaba preso (quién sabe por qué) a otro editor y periodista sin presumir su inocencia y sin que sepamos cual juez y con cuales argumentos va a ser privado de su libertad. Simplemente se lo llevaron. Son demasiados hechos de fuerza como para no intentar comprender que hay detrás de todos estos atropellos. ¿Por qué el gobierno se ensaña?
La furia del régimen tiene que ver con su desprecio por la verdad. Y por el miedo que esa verdad les provoca. Es evidente que la realidad que ellos han provocado es patética. Ni una sola de sus promesas ha sido honrada. Ninguno de sus juramentos y proclamas ha echado raíces. Pero creen que el exterminio del adversario y la persecución implacable contra las libertades les va a dar, al menos, un poco más de tiempo. Ya sabemos que lo que no consiguen por las malas lo intentan por el peor camino de la simulación, como cuando compran medios de comunicación a través de testaferros que colaboran con ellos dando la sensación de normalidad, equilibrio, prudencia y democracia que realmente no vivimos.
Experimentamos, eso sí, una guerra. Llevamos años sufriendo los embates de un tipo de dominación que avasalla y desprecia a todos los que no coincidan. La disidencia es vista como el enemigo a vencer. Y aunque nosotros lo neguemos o no queramos reconocerlo, lo cierto es que ellos viven una situación bélica que fue descrita con precisión casi profética por Blas Pascal: “Es extraña y prolongada aquella guerra en que la violencia intenta oprimir la verdad. No pueden debilitar la verdad los afanes de violencia ni sirven más que para elevarla aun más…” Ese es el drama del régimen. Que por más que intenten proyectar todas sus miserias en el resto del país, lo único que logran es hacerse más evidentes. Es indudable el talante autoritario y el cohecho. Es innegable el inmenso fracaso de sus políticas. Y no puede haber ni habrá otro desenlace que el colapso. Y para colmo, la alternativa democrática se mantiene firme en su ruta pacífica y paciente. Esa opción no está exenta de errores, pero han logrado algo fascinante: el inutilizar toda esta exhibición de violencia institucional. Claro que hay pérdidas y hay afectados, pero no han podido exterminar la raíz y la esencia de la condición amenazante que se cierne sobre su proyecto político: Que son ellos los que ejercen violencia y ventajismo, practican la corrupción, envilecen al país y desangran la esperanza de millones de venezolanos. El costo es inmenso porque ya estamos experimentando la desolación y la ruina, pero ellos siguen allí, en el centro del campo de batalla, proporcionando argumentos y agotándose en esa lucha sin cuartel contra sus propios fantasmas.
Ellos insisten en mantener un conflicto del tipo “suma cero”. Pretenden ganar lo que nosotros perdamos. Pero así no se construye un país. Este tipo de conflictos es “a muerte” y no sé cómo pueden prescindir de una mitad que es mayoría y que para colmo concentra buena parte del talento productivo nacional. Ellos insisten en el tratamiento “militar” de la realidad venezolana, sin entender que por eso mismo lo único que ellos pueden inventariar es toda la desolación que han provocado, y que el tiempo juegue en contra de ellos, porque la realidad se sigue descomponiendo. Por cierto, la insistencia en “lo militar” así comprendido, demuestra dos cosas: que este régimen es de militares, y que esos militares son tal vez la mejor demostración que tenemos a mano del fracaso nacional en su formación, porque ni buenos militares, ni buenos demócratas, ni siquiera podemos decir que al menos sean buenos ciudadanos. En todo caso, podrán bombardear edificios y hacer demostraciones de cuan desastrosos pueden ser los desfiles patrios, pero nunca, en ningún caso, podrán abatir la realidad, que al final impone sus reglas del juego y la distribución fatal de sus costos. Lástima que esa realidad los denuncie por incapaces y destructivos.
Pascal era optimista, pensaba que entre la violencia y la verdad no había dudas: “Dios guía sus efectos (los de la violencia) para gloria de la verdad que ella ataca, al punto en que subsiste eternamente la verdad, y triunfa al fin sobre sus enemigos; porque es eterna y omnipotente como Dios mismo…”.
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