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En esta Semana Santa ocurrieron cosas. Entre esas cosas tres hechos aparentemente inconexos, pero que a mi juicio deben ser interpretados como parte de esa vivencia de la violencia en la que todos somos a la vez víctimas y victimarios. Además me refiero a ese tipo de conductas desviadas que «no mojan pero empapan» y que por lo tanto uno está dispuesto a perdonar porque, dadas las circunstancias que vivimos, ellas no son gran cosa. Pero si lo son, porque todas nos hacen recordar que hace rato pasamos el punto de no retorno y que lo que creíamos eran espacios de relaciones civilizadas ahora nos muestra la peor cara de la barbarie.
Me refiero al suceso que ocurrió en el Yate anclado en Los Juanes, la muchacha que asesinaron en Cuyagua y el episodio de la cajera de MAKRO, violentamente golpeada por un cliente que no soportó el retardo. En el primer caso todos pudimos observar cómo se exhibió la procacidad, el desparpajo y la vileza de lo vulgar sin que los que allí estaban pudieran hacer nada para impedirlo. En el segundo caso el gran delito de la muchacha fue negar un baile, y su recompensa esos balazos que le cegaron la vida. Y Yusneida se lió a golpes con una de las clientas. Todos estos episodios son expresiones del mismo síndrome de violencia que nos ha venido arropando sin que nosotros tengamos anticuerpos suficientes para impedirlo.
¿Qué es la violencia? ¿Cómo podemos definirla? No es otra cosa que sentirse despojados de la dignidad que produce el ejercicio de la libertad en la que los derechos de unos terminan en donde comienzan los de los demás. Es la sensación de que la ley ha sido derogada por la voluntad del más fuerte, del más osado. Es la confiscación de la paz porque el capricho se ha enseñoreado. Todos estos eventos son muestra de cuanto nos vemos arropados por hechos de fuerza, y la profunda impresión que provoca lo que son capaces de hacer los otros, que deberían ser nuestros conciudadanos pero que cada día parecen ser más a los terribles «lobos del hombre» que con tanto temor y cautela aludía el viejo filósofo Thomas Hobbes cuando el orden social claudica.
Llega el yate y se impone. Impone su estética, su música y sus ganas. Impone ese deslucido performance en la que el desnudo y las alusiones explícitas al sexo, las drogas y la embriaguez estuvieron disponibles para todos, incluso los que no querían. Llega el amante frustrado y ante la negativa envía el siguiente mensaje, que desde ahora quedará vigente entre las olas y la arena: Ahora declinar una invitación puede ocasionar la muerte. Desde ese momento la playa deja de ser solaz para ser peligro y desconfianza. Y si la cola es larga, pues a golpes la disolvemos. Por eso es que desde hace tiempo en la mirada de todos nosotros está la precaución frente al otro, que sin lugar a dudas, ya no es el prójimo.
Ayer una joven poeta subía por Altamira con su morral y cuatro hombres bajaron de un carro para asaltarla y robarle su tesoro más preciado: sus poemas. En estos mismos días dos trabajadores de una empresa de consumo masivo fueron abaleados en sus sitios de trabajo. Uno de ellos está muy grave, el otro a punto de quedar paralítico. Fue en la misma semana en la que los empleados públicos fueron conminados a «donar» un día de salario para la campaña de Maduro. Y en los mismos tiempos en que Maduro al visitar Barinas suspendió las clases para que los maestros abundaran en sus manifestaciones. Es lo mismo. Todos estos casos son parte del goteo constante de disolvente social para que todos nos reduzcamos al miedo, a la procacidad, a la vida violenta y breve, brutal y carente de significados y de futuro.
Hablamos de esas motos sin placa que agreden el tráfico ciudadano y de esos carros que hacen piques en nuestras autopistas. Nos referimos a los sindicatos que tienen como objetivo hundir la empresa y quebrarla, como ocurre con Helados EFE. Estamos pensando en los que se sienten autorizados para invadir la propiedad ajena y en los que asaltaron al anciano en Fila de Mariches, o los que asesinan a los policías. Pero también aludimos a la indiferencia y la resignación de pensar que podemos seguir viviendo esto y que no importa si no hay luz, o te tocó a ti ser extorsionado por el funcionario. Lo mismo da si se trata del indigente que vive en la calle o es el niño sometido al trabajo forzado, o el menesteroso que apareció descuartizado. Da igual si hablamos del funcionario que impone una medida estúpida o del Ministro de la Defensa cuando desnuda su parcialidad inaceptable y traiciona con esto el juramento más elemental a la patria.
Todo esto es lo mismo. Es el sarcoma de la violencia que se ha venido a vivir con nosotros, me temo que con invitación y credenciales de un régimen que cree en la impunidad, el insulto y el ventajismo. Ese invitado indeseable tiene las llaves de la casa que le dio el gobierno.
Víctor Maldonado C