Vivimos una época de turbulencia, de cambios acelerados e impredecibles. Lamentablemente no es una turbulencia que se pueda aprovechar para desarrollar la competitividad del país. Es una forma de desvarío espurio que tiene su razón de ser en la irracionalidad política y en un manejo autoritario del poder cuya mejor expresión es la Ley Habilitante. De allí puede salir cualquier cosa, hasta la más inverosímil. Como lo malo se pega, la impunidad y “el hacer lo que les da la gana” es ahora universal. La practican los motorizados con la misma intensidad que los altos magistrados, el parlamento, la policía, los organismos de inteligencia, o los ahora llamados “patriotas cooperantes”. Todo es posible, todo vale. Lo único malo es que la turbulencia se puede transformar en desorden y entropía y cuando eso ocurre hasta las excusas se envilecen y se transforman en “cuchillo para la propia garganta”.
Un discurso suicida siempre juguetea con la verdad. Se funda en la mentira, se apoya en las falacias y en los falsos supuestos. Intenta desplazar la culpa, inventa un chivo expiatorio, trata de distraer al auditorio, pero tarde o temprano se agota. Un discurso suicida es el intento, siempre fallido, de evitar asumir las consecuencias de las decisiones que se toman. En eso consiste, en “inventarse una”, en tratar de salir indemne de una tormenta que tiene un solo origen en la forma de hacer política que se llama “socialismo del siglo XXI, pero cuyos costos no se pueden pagar sin quedar absolutamente descapitalizados. Ese es el drama del gobierno, que para donde voltea se encuentra con una crisis, que no puede desembarazarse de sus consecuencias, y que cada día tiene menos argumentos para justificarlas, y entonces, las excusas que presenta son peores que su posible silencio. El dinamitar la credibilidad del propio discurso siempre es contraproducente. Basta recordar lo que advertía la moraleja del cuento infantil llamado “Pedro y el lobo”, pastorcito ingenuo que creyó poder jugar con la presencia ficticia del lobo hasta que la bestia vino y nadie le creyó.
El discurso suicida más clásico es el del magnicidio, o la apelación a la lástima. En estos quince años, cuando las cosas aprietan, siempre sale una denuncia, un montaje, un arreglo, que nos hace ver una conspiración extrema busca la aniquilación del gobernante. La primera vez causó preocupación, tanto por lo execrable del método, como por la supuesta necesidad social de llegar a creer que ese podía ser la única posibilidad. Ahora provoca indiferencia hilarante. Ahora, cada vez que salen con una nueva variación del tema, el comentario se reduce la suspicacia que comenta “estos como que creen que uno es cogido a lazo”.
¿Recuerdan la propaganda del “Bolívar Fuerte”? Otra forma de cometer suicidio político basado en prometer lo que no se puede cumplir. Nada más y nada menos que una moneda fuerte que destilaba un país fuerte. El desenlace no ha podido ser más funesto. Hoy un “bolívar fuerte” es una moneda esmirriada que equivale a 0,02 dólares al cambio SICAD II. Y si no se quiere ser tan obsecuentemente pesimista, 0,10 dólares al cambio SICAD I. Chávez creyó que decretando la fortaleza de la moneda la transformaba en imbatible, pero ya sabemos que “obras son amores y no buenas razones”.
Otro discurso suicida es el de la “guerra económica”. Sucede que los que nos gobiernan no caen en cuenta todo el poder que han exhibido a la luz de todo el mundo. Olvidan, por ejemplo, que Nicolás Maduro es el flamante titular de una ley habilitante que le permite hacer de todo, o que el extinto galáctico se ufanaba de pasearse por el territorio nacional pronunciando ese “exprópiese” con el que terminó apropiándose de cinco millones de hectáreas, miles de empresas y centenares de industrias. No recuerdan que ellos son los responsables exclusivos de cómo y cuando se movilizan por el territorio nacional alimentos y productos esenciales, y no caen en cuenta que ellos son los titulares de 22 mil puntos de abastecimiento de la red Mercal. ¿Guerra económica? Lo repiten sin cesar, tienen sus voceros especializados, se escudan detrás de supuestos malvados especuladores y enemigos de la patria que impiden que “cada venezolano tenga un plasma”, el sueño dorado del general García Plaza, y emblema de los sucesos de noviembre del 2013. Siete meses después siguen los mismos problemas, pero la credibilidad del gobierno está en el subterráneo, porque ese discurso permitió el saqueo pero no produjo lo único que le permitiría cantar victoria, la reposición de inventarios a precios bajos. Contrario a esto, la escasez ha escalado a niveles que los ha obligado a esconder esa cifra junto con la de la inflación.
¿Recuerdan la promesa de un verdadero canal de servicio público encarnado en TVES? Jesse Chacón se comprometió con ella hace siete años, y esa fue la decente excusa que puso el gobierno para no renovar la concesión a RCTV. Hace siete años el flamante ministro filosofaba y ponderaba sobre la necesidad de una revolución televisiva, y que la nueva TVES iba a ser todo lo que no era VTV y la constelación de emisoras en manos de la hegemonía estatal. Ya sabemos lo que realmente ocurrió. También sabemos que el funcionario ahora es el “responsable” de la salud eléctrica del país, y que comenzó esta etapa de su gestión prometiendo su renuncia inmediata si no resolvía los entuertos en la generación, distribución y suministro. No hay nada más suicida que la habladera de paja y las justificaciones espurias cuando de lo que se trata es de un zarpazo autoritario, que fue lo que realmente ocurrió. Los discursos suicidas apuestan a la desmemoria y a que el tiempo les de tiempo para salir del paso.
La conspiración internacional es otra excusa recurrente. Esta vez la carcajada es continental. “Allí vienen de nuevo estos locos con esta teoría de la conspiración paranoica a mostrar láminas de power-point, fotos que ellos interpretan, correos y correspondencias mal habidas, y el hilvanado de una trama que resulta por lo menos estrambótica”. “Sucede que…”, comienza la nueva versión del cuento, todos están conjurados contra la salud del socialismo y la hermandad de los pueblos. Sale Evo y repite el coro, compitiendo con Ortega, Correa y CFK, para ver quien lo hace mejor y más rápido. Son capaces en el camino de expulsar diplomáticos, retirar embajadores y ganar una votación en la OEA, mientras convocan en suelo patrio una reunión expiatoria del ALBA, con artistas invitados como Sean Penn. Hasta hace muy poco nadie se daba por aludido, pero ahora ese discurso ha terminado por irritar a quienes, al parecer, saben más de lo que dicen, y tienen las cuentas muy claras sobre quién tiene cuánto y en dónde. Nunca entendieron aquello de “no molestes al que está quieto…”, o simplemente prefirieron esos aprietos que encarar a un pueblo insatisfecho.
¿Recuerdan la época de los partes oficiales sobre la enfermedad de Chávez? La cara de seriedad y circunstancia del fablistán metamorfoseado en ministro no logró ocultar la suspicacia popular sobre el silencio de un presidente que hizo de su gestión una cháchara perpetua. Sobre todo porque esos reportes hablaban de lo bien que se veía, incluso para atender largas sesiones con el alto mando político de la revolución. ¿Y la foto aquella? Leyendo el periódico, eso sí, el Granma, rodeado de sus hijas, sonriendo incluso, lo que generaba más sospechas sobre lo que se decía y lo que se callaba. Otra forma de cometer suicidio es pretender que los demás son un conglomerado de pendejos.
Las partidas de defunción y de nacimiento de los consecutivos presidentes dan cuenta del silencio como negación de la verdad y de la adulación inconexa como plataforma para el escándalo. Llegamos a tener varias versiones “oficiales” del lugar de nacimiento. Incluso una partida “aireada” en TV por la presidenta del CNE, convenientemente entrevistada por un dócil y confiable periodista. Lo cierto es que si un discurso no logra ser aceptado como una versión universal y confiable sobre lo que se está tratando, termina siendo una bomba de tiempo que explota, tarde o temprano, en la credibilidad de quien lo plantea.
Los discursos suicidas tienen la característica de ser progresivamente menos creíbles. Ese es el drama, que la opinión nacional está sobresaturada de conspiraciones, conjuras, guerras, malas confluencias y enemigos. Tan saturada como para develar lo que está detrás de tanto bochinche y desplante: el caos que resulta del peor gobierno del mundo, el Midas inverso y recalcitrante que terminará por volverse y volvernos polvo cósmico y excremento. Este socialismo del siglo XXI terminará cambiando su reino por un caballo, para salir corriendo.