Por Eduardo Martínez
Por más que Venezuela se separó de España en 1823, los lazos de los venezolanos con los españoles nunca se han roto. Son muchas las razones para ello: idioma, tradiciones, religión, herencia familiar, el ADN, entre otros.
Luego de obtenida la separación, y finalizada la guerra, la única acción hostil en contra de España se ejecutó el 12 de octubre de 2004, cuando la estatua de Cristóbal Colón en Caracas fue vandalizada y destruida. El mensaje era muy claro, por cuanto el reciente régimen estaba construyendo una nueva narrativa. Quería imponer nuevos nombres y fabricar héroes.
Sin embargo, pudieron más los 500 años de historia y Chávez no logró romper la herencia hispánica. Salvo algunos pocos seguidores y colectivos afectos al régimen que en ese momento le sirvieron de comparsa.
Tal vez uno de los problemas conceptuales, que a veces sudan pseudo intelectuales venezolanos de medio pelo, si no son calvos, es no conocer ni reconocer su origen.
En este punto de la nota, voy a referir una anécdota personal. Estando haciendo una especialización (1982) en Tokyo, Japón, pude visitar la Universidad Sofía, perteneciente a la Compañía de Jesús.
Allí tuve la oportunidad de conversar largamente con un sacerdote japonés que había realizado sus estudios en Madrid. Interesado en explorar como pensábamos los latinoamericanos en general, tuvo a bien preguntarme de cómo nos defininíamos los venezolanos.
Cada respuesta que yo daba, el sacerdote precisaba la respuesta con una adicional pregunta o acotación. Luego de un breve contrapuntéo, señaló (palabras más, palabras menos): según tu respuesta, que encuentro en varios latinoamericanos, tu no eres occidental, sino que perteneces a una nueva raza (lo que creíamos en esos años: el Nuevo Mundo, la nueva raza).
Dicho esto, pasó a decir con un dejo de burla: “o sea que no eres occidental. Te vistes como un aborigen. Hablas una lengua tribal. Tienes una lógica autóctona. Tus nombres y apellidos, no son occidentales, son indígenas. Y tu religión es también de esos lares”.
Llegado ese momento, me vio fijamente, apuntó con el dedo índice y sentenció: el problema de ustedes es que son occidentales y no se han dado cuenta. Y quien no reconoce lo que es, está en graves problemas.
Aquella sentencia me dejó en el sitio. Desde entonces, no he dejado de pensar en lo que me indicó el jesuita. Tamaña verdad.
Lo que trajo a mis recuerdos, cuando en 1970 de visita con mi padre a España, él me preguntó de cómo me sentía en Madrid y qué me parecía. Recuedo que le contesté: Bien, me siento como en una Candelaria, pero más grande. (la céntrica zona española de Caracas).
Los venezolanos somos como los españoles, y por lo tanto, desde que nacemos estamos insertados en occidente.
Somos producto de una mezcla racial, hemos estado siempre sometidos a un proceso de dos vías de transculturización. Lo que nunca se ha detenido.
Para muestra, a 525 años de la colonización, recientemente los españoles han empezado a disfrutar de locales de comida rápida, en los cuales puede disfrutar de las arepas venezolanas, y los tequeños mirandinos, entre otras exquisteses criollas como la hallaca y el bollo navideño.
Tardamos, pero ya llegamos.
Los que no entienden
Somos lo que somos, en España y en Venezuela. Es sorprendente que todavía hay quienes no lo han entendido, y por lo tanto, menos pueden pensar en consecuencia.
Por ellos es falto de todo, lo que ocurriera recientemente en la sede de la residencia del embajador de España en Caracas. No por los venezolanos que estuvieron allí, sino por los españoles que estuvieron allí, y lo permitieron.
Fotocomposición: Busto de Miguel de Cervantes Saavedra, en El Calvario, Caracas. (Tomás Pérez Gruber)
@ermartinezd