Por Eduardo Martínez
Son imposibles de olvidar los buenos recuerdos. A veces pensamos que solo se recuerdan cuando son buenos. Y los malos, las penurias, esas las olvidamos o poco vienen a nuestra memoria. Pero … ¿qué pasa cuando lo de todos los días, lo que estamos viviendo, se ha vuelto agrio y negativo?.
Ahí es cuando, no solo recordamos las cosas buenas con mayor intensidad, sino que esos recuerdos nos transportan al pasado.
Un cuento de Navidad
Recuerdo las Navidades, en la lejanía de principios de los años 60. El Mundo y Venezuela se nos abría ante nuestros ojos. Lo que no teníamos a mano, lo veíamos en las pocas horas que transmitían unos dos o tres canales de televisión. La electricidad llegaba hasta los más lejanos recovecos del país. No se iba. Las carreteras, casi todas ellas de tierra, comenzaban a ser asfaltadas.
En las tardes, las escuelas y liceos comenzaban a encender las luces para proporcionar educación formal a los adultos. Las escuelas de artes y oficios y el INCE se alimentaban de quienes regresaban al país con algún oficio aprendido, después de 10 años de dictadura. Lo aprendido, lo compartían con otros venezolanos. Y no me van a creer, el flujo migratorio los había traíado de nuevo a la patria. Ya no se iban, venían.
Y en la época decembrina, que bella época. En las escuelas públicas, que eran las mejores, las conversaciones de los niños versaban -casi exclusivamente- sobre las cartas al Niño Jesús, y lo que se le iban a pedir. Quienes estábamos aprendiendo a leer y escribir, estábamos apurados a aprender, para ser nosotros mismos los que por fín escribiríamos esas cartas con nuestra peticiones. Lo que ocasionaría inmensos problemas a los padres, que debían buscar la famosa carta que yacía escondida en algún ignoto lugar.
Casi nadie se quedaba sin algún regalo. Y además, las mesas navideñas tenían platos navideños. Algunos escasos, algunos abundantes, pero siempre con algo que sobresalía sobre lo que se ofrecía el resto del año.
Además, había intercambio de hallacas y bollos. No era muy común en la familia venezolana, los intercambios de regalos. Aunque la costumbre se propagaría en los años siguientes.
Y el 31 de diciembre, Oh el fin de año – fin de Mundo, era el fin de la temporada, y se “botaba la casa por la ventana”, decían los mayores.
Ahí venía lo mejor. Cada año era mejor que el anterior. La economía crecía, a pesar de los problemas, y al crecer, crecían los venezolanos. Era una fórmula muy sencilla. Y se aplicaba.
Los niños siempre tienen sueños. No conocen la palabra “imposible”. Pero entre esos sueños y la realidad, puede ser que no encuentren la frontera entre una y otra cosa. Bueno, son niños. ¿Estaremos nosotros hoy en día, los de mi generación, recordando los sueños como si hubieran sido realidad?
Les tengo una sorpresa de regalo: No es un sueño, no es un cuento. Es verdad. Tuvimos un pasado mejor.
Y si ya lo hicimos una vez, podemos volver a hacerlo… y lograrlo!
@ermartinezd
Fotografía: Mi hermano y Yo, presumiblemente en Maracay, c. años 60.
Costumbre de las abuelas y vecinos muy lindas de intercambiar hallacas, sabores familiares.
Difícil de creer aquello de que en los años ‘60 hasta el “último recoveco disfrutara de electricidad”. NO ES CIERTO