Por Eduardo Martínez
Recaen todas las sospechas sobre aquel político que no tiene sentido del humor. Y si es gobernante, la cosa se vuelve más peligrosa.
En cuanto a no tener noción del ridículo, nos coloca ante una persona que, dándosela de gracioso, sus chistes caen en la burla y el mal gusto. Aunque debemos decir a su favor, que eso ocurre cuando no se nace sin el “don” de la gracia y el chiste.
Dicen quienes le conocieron, que Juan Vicente Gómez -el Benemérito- tenía una manera muy tachirense de ser gracioso. Son numerosas sus anécdotas que pueden encontrarse recogidas en libros biográficos.
Más recientemente, a principios de los años 60 -del siglo pasado- el presidente Rómulo Betancourt demostró tener un humor muy fino. Siendo lo más importante que, como presidente, supo disfrutar del buen humor crítico que había hacia su persona y su gestión presidencial.
Coincidió con el inicio de su gobierno, la transmisión de la Radio Rochela a través de RCTV. Programa que se nutrió de varios estudiantes de la UCV que habían fundado el espacio de la Craneoteca del Humor.
Entre ellos había un joven que, de manera natural, hacía muy buenas imitaciones. Ese joven era el estudiante José Ignacio Cadavieco.
En poco tiempo, Cadavieco “pegó” sus imitaciones, entre las cuales se encontraba Jóvito Villalba, el profesor Calcaño, Uslar Pietri y el mismísimo Rómulo Betancourt, presidente en ejercicio.
En la cúspide de sus imitaciones, José Ignacio fue invitado a la cena de Caritas. Cuando sale al escenario, se encontró que en primera fila estaba sentado Betancourt, a quien imitaba. El empezó a imitar a los otros personajes, y le daba vueltas a sus imitaciones para no imitar a Betancourt. Tenía miedo. Sin embargo, llegó el momento que no le quedó otro recurso que imitarlo. Betancourt fue quien más disfrutó la imitación. Sus carcajadas sobresalían sobre las risas de los presentes, decía Cadavieco.
Otra anécdota, que ya es historia, es la relativa al presidente Luis Herrera Campíns.
Cuando se analiza, como Herrera se convirtió en un personaje obligado de la política venezolana, hay que recordar las imitaciones que hacía en Radio Rochela un actor que se conocía como “Bólido”.
Todo empezó a principios de los años 70, cuando Luis Herrera competía por primera vez en las internas de Copei. No tuvo éxito en ese intento. Sin embargo, de esa campaña emergió como una referencia popular. Los analistas han señalado que eso fue posible gracias a Bólido, su otro Yo.
En la prensa escrita destacaban humoristas y caricaturistas. Entre ellos “Sancho”. No solo caricaturizaban diariamente a políticos y gobernantes, sino que también se codeaban con ellos en un ambiente de crítica y humor.
El humor convivía con la política, y de alguna manera, dibujaban los lineamientos electorales.
Lamentablemente, ya no existe la Radio Rochela, ni las Gaitas de las Locas, ni el Gallo Pelón; Leoncio Martínez, Sancho y Joselo -entre otros- ya no están con nosotros.
En estos tiempos de restricciones, cierres de estaciones de radio y tv, la ley resorte y la falta de papel periódico, el humor venezolano se ha venido a menos, y muchos de los humoristas han debido emigrar.
Quienes se han quedado, han debido aguzar el humor y las palabras. Hasta que a veces, sin mayor importancia, son perseguidos y atemorizados.
Tal es el caso reciente del caricaturista Fernando Pinilla, de quien publicamos hoy una nota de la Voz de América.
En la onda del humor callejero venezolano, ayer nos encontramos en Chacao al hombre del “Papagayo”, quien supo recoger y estampar en su artefacto flotante la noticia que batió los récords de la ridiculez: llevar a La Luna a un venezolano, extraído de un país en crisis y ruinas.
@ermartinezd