Las piedras falaces de Marrakech

victor-maldonado212Por: Víctor Maldonado C.

 

Cuenta Stephen Jay Gould, paleontólogo eminente y hasta la fecha de su muerte, profesor de la Universidad de Harvard, que una vez un muy arrogante profesor y médico oriundo de la ciudad de Wurzburgo, publicó un volumen, las Lithographiae Wircerburgensis, que documentaba un importante y tal vez trascendental hallazgo de una serie de fósiles que había encontrado en una montaña cercana a la ciudad. Johann Adam Beringer –así se llamaba el prepotente científico- mostraba en esa obra una amplia gama de objetos, cada uno más sorprendente que el anterior.

Lagartos con su piel, aves completas, con sus picos y ojos, arañas con sus telarañas, abejas alimentándose de flores, ranas copulando, cometas con su cola, o letras hebraicas, las cuales formaban el tetragrámaton, el nombre sagrado de Dios. Con una muestra tan determinante, el personaje salió demasiado rápido a reclamar celebridad y reconocimiento. Tarde cayó en cuenta que todo había sido una terrible venganza de alumnos y colegas que habían encontrado en su vanidad el talón de Aquiles que necesitaban para sacarlo del medio. Ocurrió así. Al seguir extrayendo de la cantera de fósiles nuevos especímenes llegó a ver uno muy extraño y atractivo. Cuando lo observó con detenimiento se dio cuenta que era su propio nombre escrito en letras hebraicas. El resto es la vergonzosa caída del pedestal donde él mismo se había colocado. El afligido Beringer gastó todo su tiempo y fortuna intentando infructuosamente comprar todos los ejemplares de su libro, y a los pocos años murió.

Gould saca rápidamente sus conclusiones. Asombrosa, aun para 1726, una mezcla tan singular de lo absurdo de los fósiles, la credulidad del profesor, la tragedia personal de su ruina, y las advertencias a todos los que vinieron después: No te libres a especulaciones que vayan más allá de los indicios de que se dispone, y no te apartes del método empírico de observación directa de la realidad. Dicho en venezolano: ¡No te caigas a coba!

Piedras falaces hay en todos lados. Ingenuos, arrogantes y prepotentes también. Así como la intención malsana del otro que “espera en la bajadita” a los pendejos e ilusos. En el caso de los gobiernos, y muy en particular del que nosotros cargamos a cuestas, este tipo de embauques también son posibles. Y el socialismo del siglo XXI parece ser uno de esos fósiles falsificados, bueno para que algunos hagan inmensos negocios pero que al final todo pareciera indicar que apunta al mismo fiasco, los mismos embaucadores, y los mismos pobres resultados.

Las redes sociales están llenas de la misma pregunta: ¿por qué el régimen insiste, incluso con un ciego descaro, en seguir adelante con propuestas, políticas y programas que lo llevan indefectiblemente a la ruina del país? ¿Por qué no procesan lo absurdo como desatinado? ¿Cómo es que sus líderes resulten tan elementales como para creer cuanta teoría paranoica de la conspiración les propongan? ¿Por qué todo se resume en especulaciones sin sentido que objetan la realidad y desafían el mínimo realismo? ¿Por qué Nicolas Maduro parece un obseso coleccionista de todas esas “piedras falaces”? ¿Cómo es que no se da cuenta que en algún sitio –tal vez en Cuba, pero no solamente allí- hay una fábrica de falsos positivos, de fósiles insólitamente fraudulentos que se los venden con descaro, como si fueran buenos originales, y la comprobación definitiva de que ese mundo paralelo y absurdo, no solo existe, sino que está enfocado en Venezuela?

Las razones de una posición tan absurda las inventarió Irving Janis en un libro que llamó “Las víctimas del pensamiento grupal”, un modo colectivo de pensar en el que el compromiso y la lealtad hacia el interior del grupo es, para los miembros que lo integran, más valioso que la realidad. Es una enfermedad de los grupos cuyo principal síntoma es precisamente que los esfuerzos que se hacen para mantener la unidad de criterios anulan cualquier posibilidad de buscar cursos de acción alternativos y más razonables. Es en muchas maneras “la dictadura del unanimismo”.

El grupo que está al frente del socialismo del siglo XXI padece una infección aguda de este síndrome. Ninguno de ellos está habilitado para contrariar el legado de su “comandante eterno”. Todo lo contrario, tienen como consigna a “Chávez vive” que es nada más y nada menos que la condición ideológica para que continúe la patria. Uno no se puede imaginar cómo pueden ser las discusiones de un Consejo de Ministros en el que la mitad de ellos –militares- se saludan con un “Chavez vive”, y la otra mitad –la de los civiles- responde con eso de que “la patria sigue”. Ese inicio los condena a objetar la realidad y a “jugar trancado” entre ellos, pero dejando fuera la sensatez.

Pero la desventura no concluye en esa jaculatoria pagana. Porque en segundo lugar tienen en el Plan de la Patria una bitácora que, más allá de la mala poética, encierra un plan de gobierno cuyos tres más importantes objetivos son nada más y nada menos que “quedarse en el gobierno para siempre”, “profundizar el socialismo hasta hundirnos en el comunismo” y “seguir manteniendo a Cuba y el resto de sus aliados”. Eso es lo único que “ven”, como si fueran los pilotos de un avión que intentan volar en la noche más oscura,  sin ventanillas y sin instrumentos. Y en tercer lugar, necesitan odiar a alguien, desde el imperio hasta el buhonero, y no hay nada que ciegue más que esa inmaculada pasión. Necesitan fortalecer su cohesión interna –la de cada unos de los ismos con los otros ismos- en desmedro de la elaboración de imágenes estereotipadas que deshumanizan –hasta volverlos monstruosos- a todos los que disienten. El odio es destructivo. Por eso tanta celebración alrededor de cualquiera de las iniciativas de “neutralización del adversario” que con tanto afán estudian en el alto gobierno –si le hacemos caso a los documentos que porta en su maletín el ilustre Ministro de las Comunas-.

No importa si esas metas son alcanzables, o si en el camino están condenados, ellos y nosotros, a una oprobiosa pobreza de resultados. De allí la ingenuidad de estos viejos buscadores de fósiles. Tampoco importa si en el camino hunden el país. Mucho menos que los costos superen con creces las ganancias. Ellos simplemente no lo están viendo así porque padecen de ceguera y miedo. Miedo a ser diferentes y por lo tanto expulsados del cenáculo. Y por supuesto, la falta de visión del que mientras tanto, engorda sus bolsillos. Una ceguera rentable, pero falaz y peligrosa, porque es una mezcla de optimismo extremo, carencia de vigilancia y afrontamiento de los datos que produce la realidad, y ese pensar esloganesco sobre la debilidad e inmoralidad de los que no piensan o son como ellos. Ellos creen que por gritar muchas veces “revolución” esta se está haciendo, además en la dirección que ellos decidieron. No suele ser así; están enfermos de engaño y de cinismo, porque algunos de los que están dentro saben que todo esto es un desastre, pero callan convenientemente, esperando a que ocurra el milagro. Pero en la política el único milagro que ocurre es el que se realiza desde la virtud que ellos no exhiben. La pueden pegar, pero también los pueden descubrir, y allí empieza la terrible caída que experimentan los Beringer de esta historia.

E-mail: victormaldonadoc@gmail.com

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