Por Domingo González Villegas
Son diferentes significados para diferentes niveles de entendimiento, para diferentes culturas. Sin embargo, casi todo es igual en todos lados: el árbol de navidad, el pesebre o ambos; las comidas especiales, el intercambio de regalos o, en todo caso, el regalo nuestro a los seres más queridos o de nuestra estima muy particular.
Así también los estrenos navideños, la felicidad desbordada o la tristeza por los que se han ido antes que nosotros.
Las reuniones familiares el 24 -que se prolongan hasta el 25- y las del 31 hasta el primero de enero. El niño Jesús y la ilusión desmedida de esas miniaturas de apariencia debilucha, pero que realmente emanan un efluvio grandemente poderoso.
La hallaca aderezada por mamá (la mejor hallaca del mundo), acompañada con el dulce de lechosa, la cerveza, el ron o el whisky o, simplemente agua.
Los aguinaldos o las gaitas zulianas, o en todo caso, la parranda de esos días, son un caleidoscopio de sentimientos encontrados, de esperanza, de renaceres, de promesas reiteradas y de planes a mediato plazo: este año que viene, haré tales y cuales cosas que no pude hacer antes.
Y así transcurren los años que nos van observando en nuestro caminar erguido, luego menos poderosos y, tal vez cimbrados por el peso a cuesta de muchas hojas amarillentas de tanto ser sobadas por el Cronos infinito.
* Profesor Doctorado-UCV