De la tierra del Nunca Jamás …  a la tierra que pasa de Todo y no pasa Nada

Por Eduardo Martínez

Venezuela fue colocada en los mapas del Nuevo Mundo como una Tierra de Gracia. Lo que se les ocurrió a los europeos que la avistaron desde las proximidades de la frontera marítima oriental.

La tierra virgen que ofrecía de todo: vegetación abundante, que hacía estimar grandes posibilidades de cultivo; agua dulce abundante; indígenas fuertes, aptos para el trabajo; y, probablemente no era equivocado pensar que se podían encontrar riquezas ocultas que habría que explorar. Como sucedería posteriormente con el mito del Dorado.

Los trescientos años de dominio español confirmaron las primeras estimaciones. Las riquezas eran abundantes. Solo que había que cuidarlas, protegerlas y trabajarlas. Toda una Tierra de Gracia.

La independencia y el progreso cambiaron la percepción de las cosas. No fue algo inmediato, pero por lo visto inevitable. Territorio y riquezas eran abundantes. Es así que cuando el Rey Midas de la modernidad tocó la tierra, apareció el oro negro. Casi no había que sacarlo. Él salía solo. Necesitándose muy poca mano de obra.

El oro negro, sacado por pocos, daba para todos. Lo inagotable de la nueva riqueza nos llevó a concebir esta tierra como la Tierra del Nunca Jamás. No lo decíamos, pero así vivíamos. El petróleo daba para todos. Aún en los tiempos en que los precios eran bajos.

A partir del último cuarto del Siglo XX, algo nos pasó. Nos excedimos en nuestros límites. Porque nada es inagotable ni permanente. No lo sabíamos. Nunca lo pensamos.

A principios de este siglo XXI, estábamos a tiempo de entrar en razón. El colectivo no lo pensó, y el nuevo liderazgo del país demostró no estar acostumbrado para el trabajo, sino enviciado en la realidad de los herederos sin responsabilidad: gastar el dinero sin cuidarlo.

Así pasamos de la “Tierra del Nunca Jamás”, a la “Tierra que pasa de todo, y No pasa Nada”. Ya la tierra no se le podía ordeñar. No había para todos. Venezuela se había convertido en un país pobre.

Por alguna alucinación o rayo cósmico que nos tocó, Venezuela es un país en donde todos los días pasa algo, pero cuando llega la noche, no pasa nada.

Los venezolanos emigran en una proporción que ya hace mella para el futuro el país. produciendo un daño que se asoma irreparable. No se produce lo que comemos, ni las medicinas que necesitamos. Y el oro negro, no estamos en capacidad de buscarlo, extraerlo y exportarlo, como en la época del Nunca Jamás. (Nunca se agotaría. Jamás nos dejaría de proporcionar dinero). Y paradójicamente, no pasa nada, aunque pasa de todo.

Nunca-Jamás regresaremos a lo que éramos. La realidad nos redimensionó. Ahora debemos repensar y proyectar una reconstrucción. Solo así nacerá un nuevo “mito integrador” que defina nuestra nacionalidad y nos conduzca por buen camino a un futuro en paz y tranquilidad, y nos saque de la oscuridad y la inacción.

* Editor de www.eastwebside.comwww.economiavenezolana.com

editor@eastwebside.com

@ermartinezd

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*