Talcott Parsons tenía una definición de poder que tal vez nos permita aclarar cuáles son las consecuencias de nuestro ingreso a Mercosur. El sociólogo norteamericano decía que poder “es la capacidad para movilizar recursos en el interés de la obtención de un objetivo del sistema”. Dicho de otra manera, el poder se demuestra al ser capaz de lograr lo que te propones con una relativa facilidad y al menor costo posible. Más poderoso será el que obtenga muchas cosas a cambio de nada, y el pendejo de la partida, el que tenga que hipotecarse para poder comer. El concepto nos sirve como el primer baremo de nuestro papel como miembro de pleno derecho en el Mercado Común del Sur.
Mercosur es eso, un mercado ampliado. Por lo tanto su principal objetivo es económico, y el lenguaje que se habla es el de las empresas, la producción, términos de intercambio, y como concomitantes, progresividad, equidad, justicia y democracia. Pero por las razones que nosotros ya conocemos, al gobierno le fastidia ese lenguaje, y por eso es que se propone poner de relieve las ganancias políticas y subordinarlas a ciertos costos económicos que el país tendrá que pagar. Porque a cambio de esta peculiar aceptación del país en el concierto del mercado subregional, el presidente Chávez no tuvo ningún recato en enviar dos señales inconfundibles: Que está dispuesto a ser el suplidor energético del continente, siempre y cuando no le perturben su proyecto político, y que sigue dispuesto a ser el sublime comprador que no pide a cambio ningún equilibrio en términos de balanza comercial. Venderemos petróleo barato, y compraremos todo lo que nos puedan vender.
Y como es casi imposible no hablar de empresas en un mercado común, al llegar de su periplo suramericano, sugirió que sus empresas públicas de acero, aluminio, cemento y vidrio iban a ser los puntales del intercambio. No señaló que todas esas empresas están perfectamente quebradas, y que muy probablemente haya dentro del Mercosur alguna clausula molesta que impida el dumping y los subsidios gubernamentales. Esos detalles se los dejó al dueto Maduro-Jaua, ahora plenipotenciarios a los efectos de hacer el inventario de oferta del país.
La oferta del país está cruzada por un conjunto de vulnerabilidades. Hemos perdido 177 mil empresas y la mitad del parque manufacturero, que ahora suman, poco más o menos, 4 mil establecimientos. Las hemos inmolado en el altar del socialismo del siglo XXI, un neologismo muy conveniente a la hora de encubrir el comunismo militar que nos gobierna. Pues bien, las pocas empresas que quedan, están excesivamente reguladas y recargadas de tributos y contribuciones. Tienen que lidiar con una legislación laboral compleja e inflexible. No cuentan con plataformas de infraestructura y servicios públicos eficientes, ellas sobreviven en una economía donde todos sus aspectos están controlados, sufren la inflación y la escasez de insumos, les dosifican las divisas y las han demonizado socialmente. Estas empresas no podrán competir con las 330 mil empresas manufactureras brasileñas y las 85 mil argentinas, que tienen unas condiciones de marco más favorables. No podrán, ni las públicas ni mucho menos las privadas.
No podrán, ni porque el gobierno así lo decrete. Porque Chávez cree que tiene poder porque tiene petróleo. Y la verdad sea dicha que confunde poder con esa predisposición de los acomplejados de comprar afectos y lealtades, porque en el fondo saben que sin esa ayudita serían unos parias desdichados. No sólo no tiene poder para garantizar la preeminencia de los intereses nacionales sobre cualquier otro, sino que no cree en eso, y muy probablemente tampoco lo entienda.
Los mercados ampliados son oportunidades para aquellos que tienen capacidades, las han construido y las ponen a disposición de la prosperidad nacional. Pero sin oferta, y entrampados en la idiotez del socialismo solo parecemos una montonera que está fatalmente condenada a enfrentarse con equipos de talla mundial. No hay dudas, tenemos petróleo, y el resto tiene ganas de vivir de nosotros. Al unísono lo cantaron Dilma, Cristina y Pepe. Ellos saben que el precio es modesto. Simplemente tienen que seguirle la corriente a Chavez y calarse sus interminables discursos. Simplemente tienen que hacerse la vista gorda con las cláusulas democráticas para tener a mano la generosidad siempre dispuesta del dictador venezolano.
Esta situación se puede revertir en oportunidades cuando haya la posibilidad de un viraje ideológico. Confianza para atraer a los inversionistas. Reglas claras, consistentes y estables. Un régimen tributario que estimule el emprendimiento y un estado de ánimo social en el que prime la confianza, la reconciliación y la paz. Ninguna de estas condiciones las puede garantizar el presidente Chávez. Él lo sabe. Nosotros lo sabemos. Los otros miembros del Mercosur lo conocen. Habrá que esperar.
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