Víctor Maldonado: Un viejo y falso mito

por: Víctor Maldonado C.

El eterno descifrar del paso olvidado…

Juan C. Céspedes

 El 20 de junio de 1903 cayó abatida la última tentación caudillista en las calles de Ciudad Bolívar.  Los afanes “Libertadores” de Manuel Antonio Matos, el hombre más rico del país hunden definitivamente cualquier posible reto a la que iba a ser a partir de ese momento una mano de hierro implacable. Venezuela asumía el siglo XX llena de silencio, oprobio, pobreza y desolación. Pero en paz.

Nunca más conoció una guerra civil, y poco a poco, con dolores de parto inmensos, procedió a colocar las bases de su futuro. “A partir de entonces Venezuela se baja del caballo… y concluye un ciclo que duró nada más y nada menos que cuatro siglos” cuyo signo fue la guerra y la conquista asumidas por centauros que no necesitaban más que montura y armas para imponer su voluntad sobre el resto.

Ni plan económico ni reforma educacional. Todo el siglo XIX se desvaneció entre una revuelta y otra, con pequeños hiatos para reponer las fuerzas de los bandos condenados a encontrarse hasta la muerte. El país, embutido en la violencia, se olvidó de darle contenido a los fundamentos de su civilidad. Manuel Caballero lo dijo con una sencillez pasmosa: De ese caballo guerrero y audaz nos bajamos hace solo un siglo. Mariano Picón Salas abundó en la vacuidad de esa época buscando los signos de lo que todavía somos hoy: “la vida venezolana de esos días es la enorme novela de las gentes que se lanzan a perseguir la suerte. Se esperaba una revolución casi como un medio de circulación económica; se robaba al hacendado o se imponía un “empréstito forzoso”. Cuando no había una revolución, eran aventuras como las del caucho o el oro de las selvas guayanesas las que lanzaban a la gente tras un nuevo Dorado de fortuna”.  La tragedia es que ese es el camino que estamos recorriendo, y esos son los afanes del presente. El petróleo no fue sino un lubricante más para que siguiera girando la rueda de nuestros infortunios, llena de oportunidades para los osados y para los Carujos de cada generación.

Pero vayamos al centro del argumento. Hace cien años estábamos todavía gastando pólvora para reivindicar la revolución personal del caudillo del momento. Pobres gentes, dando vergüenza al matarse en una guerra donde todo era escaso, incluso los éxitos duraderos, y por las que más del 50% del presupuesto nacional –y los empréstitos correspondientes- se dedicaban al armamentismo. Así, entre caballos y máuseres se unificó el país, no alrededor de un proyecto de futuro, sino por el exterminio definitivo de cualquier competidor a la dictadura siniestra con la que estrenamos el siglo XX. Pobres de recursos y ricos en esa viveza audaz que rápidamente se organizaba en las montoneras del saqueo. El drama es que el 2011 nos encuentra en eso todavía. Las mismas proclamas, iguales justificaciones, y tal vez el mismo desencanto.

Fue el petróleo el sustituto del proyecto nacional que permitió acelerar el progreso, construir escuelas, abrir carreteras, organizar ciudades, generar una burocracia pública, financiar universidades, y provocar esa ficción de riqueza fácil que 100 años después todavía nos confunde. El mito es precisamente la riqueza sin los costos de la productividad.

El mito es creer que basta pensarlo para que se transforme en realidad porque los reales están allí. El mito es creer que los recursos ni se producen ni se acaban porque contamos con una cantera inagotable y suficiente para saciarnos. Lo demás lo intentan explicar con las “manos peluas” que supuestamente se empeñan en saquear la felicidad del pueblo e impedirle la suprema realización de su bienestar. Toda esa basura argumental nos llena de fantasías hasta que, por curiosidad científica, uno va a las cuentas del BCV y busca el monto de todos los ingresos por exportaciones del año 2010, que suman la cifra de 67 millardos de dólares.

Todo lo que produce nuestra mina nos daría la oportunidad de repartirnos unos nueve mil bolívares mensuales, un ingreso miserable que no nos permitiría acordar una escuela más o una calle adicional. Porque con esa capacidad insignificante, además de pagar sueldos y salarios, hay que garantizar que haya agua, luz, alimentos, medicinas, hospitales y policías para los 29,3 millones de venezolanos que somos hoy. ¿De dónde habremos sacado esa sensación de riqueza inagotable junto a esa pretensión imperial que nos mueve incluso a mantener a otros países? Ese mito es una desastrosa equivocación histórica. La realidad es la pobreza. La leyenda, que el barril no tiene fondo.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

 

 

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