Víctor Maldonado: Todo pasa

por Víctor Maldonado C.

Para Nelson M. y Juan Z.

Richard Sennet, en su libro «Carne y Piedra», (Alianza Editorial, 1.994), nos refiere el relato de Jenofonte sobre las deliberaciones de una Ekklesia que se reunió en la colina del Pnyx, en un día cualquiera del año 460 a.C., en la fase penúltima de la Guerra del Peloponeso, cuando la disputa política de la Ciudad había alcanzado su punto más álgido. Debatían ese día sobre un hecho confuso, que había ocurrido durante la batalla naval de las Arginusas, en el cual, unos marinos atenienses habían sido abandonados por sus jefes y se habían ahogado.

En una reunión anterior se había propuesto que la ciudad condenara a los jefes, pero los acusados, se habían defendido hábilmente, alegando que en el mar se había desencadenado una violenta tempestad, y con esos argumentos estuvieron a punto de convencer a la Ekklesia; pero entonces concluyó el tiempo para la discusión.

Por eso, ese día se propone una nueva moción de condena. Los defensores de los jefes realizan entonces una maniobra: «el procedimiento es contrario a la Constitución, dicen, pues el asunto es competencia de los tribunales». En respuesta, «la gran masa gritó que sería monstruoso si no se le permitiera al Pueblo hacer lo que le pluguiera». Los partidarios de los jefes se ven entonces intimidados por la violencia de la reacción popular y ceden, todos «salvo Sócrates…que dijo que no haría nada en contra de la Ley».

Entonces comienza la defensa de los jefes, que se inicia utilizando los argumentos que habían demostrado ser exitosos en la sesión anterior y termina proponiendo que los acusados sean juzgados por separado. Los ciudadanos votan, a mano alzada, en favor de la propuesta. Sin embargo, después de votada, se presentó una objeción a la consideración de la Asamblea y se consiguió revocar la decisión anterior: Los jefes van a ser juzgados en bloque.  El debate de los oradores en la tribuna se encrespó más y los ciudadanos votaron a favor de la condena. La pasión popular que apoyó su defensa en la sesión anterior tomó el rumbo opuesto y los oficiales que se encontraban en Atenas en ese momento, fueron ejecutados. «No mucho después, los atenienses se arrepintieron y votaron que se iniciaran diligencias preliminares contra aquellos que habían engañado al pueblo».

Sennet se pregunta ¿qué sucedió en el cambiante y contradictorio curso de acontecimientos que culminó en una ejecución seguida por recriminaciones mutuas? Responde a su pregunta con los argumentos que le da Jenofonte: Fue la retórica la que hizo posible esa secuencia, frecuente en la democracia ateniense, de votación, contravotación, e indecisión e inestabilidad a la hora de traducir las palabras en actos, que en este caso eran irreversibles. Temprano se dieron cuenta que la experiencia democrática debía ser algo más que una votación.

Kart Popper, ese gran pensador, postula algo que no podemos dejar de relacionar con el episodio ateniense. “Aquellos que critican la democracia sobre una base “moral” pasan por alto la diferencia que media entre los problemas personales y los institucionales. Es a nosotros a quienes corresponde mejorar las realidades que nos rodean. Las instituciones democráticas no pueden perfeccionarse por sí mismas. El problema de mejorarlas será siempre un problema más de personas que de instituciones. Pero si deseamos efectuar progresos, deberemos dejar claramente establecido qué instituciones deseamos mejorar”.

Y ese es el punto. Mejorar las instituciones supone un esfuerzo por idear unas reglas del juego que permitan la convivencia entre los que son y piensan diversamente, respetar esas reglas y tener la expectativa de que todos los demás van a hacer lo mismo. Caso contrario, el tumulto toma la palabra para confundir acto democrático con las turbulentas reacciones de la masa. Popper nos encara a todos: Buenas instituciones son buenas personas – el viejo dilema formulado por Rousseau-. Buenas personas son aquellas que creen en la integridad hasta el punto que lo creyó Sócrates, y con todas las consecuencias. Cualquier cambio debe ser producto de un consenso, sin que se allanen los derechos que otros tienen vigentes. O es una mala decisión colectiva, que por supuesto traerá consecuencias indeseables.

Pero Sócrates, que tampoco debía haber sido enjuiciado y condenado a muerte, nos deja una lección suprema: No fue contra la ciudad y contra su justicia –a todas luces imperfectas y muy injustas- porque era para él más importante la ciudad que la circunstancia de su vida. Esa es la lección. Asumir con hidalguía qué es lo cardinal y qué es mera anécdota. Y acopiar talante para las siguientes ocasiones, porque todo pasa, aunque algunas lecciones resistan la incomodidad de la historia por miles de años.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

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