Víctor Maldonado: Cuando se acercaba el final

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por: Víctor Maldonado C.

“El Restaurador quiere presidir las fiestas del Centenario de la Independencia”. No era esa una afirmación sino una denuncia contra las maniobras continuistas del general Cipriano Castro. Corría el año de 1904, y Antonio Paredes colocaba una piedrita más en el inmenso monolito de acusaciones contra quien le había quitado patria, familia, fortuna y vida. Deliraba de odio sin contemplaciones desde el exilio jamaiquino, mientras preparaba su último asalto. Juan Vicente Gómez, en tanto, observaba y movía sus fichas son sigilo y contumacia.

La salud del dictador no inspiraba confianza a nadie. Ramón J. Velásquez hace una descripción sin pasión de la lenta caída, entre dolores y fiebres, de los tiempos heroicos y turbulentos de los primeros años. Suele ocurrir que la última cualidad que abandona a los tiranos es su crueldad. Y este caso no fue la excepción. De su entorno, el disimulo es lo último de lo que se despojan. Sin embargo hay una diferencia marcada entre la adulancia debida al poderoso y el miedo ante la incertidumbre por los vacíos que ocurren cuando éstos se debilitan. En cualquier caso, el pragmatismo suele ser la clave con la que se abren todas las posibilidades. “El muerto al hoyo..” revolotea el pensamiento de los que hasta ayer fueron los adalides del halago.

Nadie sabe para quién juega, es una de esas sentencias populares que pueden convertirse en máximas universales.  Sustituir a Castro comenzó a ser el nombre de la nueva diversión de las montoneras que confluían en esas ansias infinitas de poder. Antonio Paredes y Juan Vicente Gómez comenzaron a mover sus fichas, uno más idealista pero inmensamente más torpe. El otro, “montando una conspiración de “tempo” lentísimo y que el general Gómez, en su lenguaje parabólico y sibilino definía diciéndole al general Freddy Galavís: Esta la ganamos de para atrás”.  (R.J. Velásquez (1977)

El 4 de febrero de 1907 Antonio Paredes emprende un viaje sin destino desde Jamaica. Condenado a la soledad de los idealistas, desembarca en un Pedernales que ni lo esperaba ni lo quería. Su proclama fue breve: Revolución Legalista contra el favoritismo y los monopolios, y la ausencia absoluta de garantías. Emprende rumbo a Ciudad Bolívar, pero es tomado preso a las 6 de la mañana del 12 de febrero. Su suerte llegó en forma de telegrama cifrado y ratificado: “Debe Ud. dar inmediatamente orden de fusilar a Paredes y su oficialidad. D. y F., Cipriano Castro”.

Castro estaba gravemente enfermo. Esa fue la causa del fracaso de Paredes. La opinión pública se desvelaba entre la expectativa abierta y los rumores. Nadie estaba para invasiones. El 9 de febrero la casa presidencial de Macuto es el teatro donde transcurre la tragedia. Un presidente consumido por la fiebre, enflaquecido y agotado, está pagando la cuota debida a un quinquenio de excesos. Que lejano se veía desde su lecho de enfermo cualquier festividad centenaria. Pero mientras el cloroformo lo adormecía para una operación que no podía esperar, ratificaba la orden al Presidente del Estado Bolívar: Fusilen ya a Antonio Paredes. La orden se cumplió, no sin resistencias, la madrugada del 15 de febrero.

Al mediodía del 15 de febrero, los pasajeros del vapor Delta, que viajaban de Ciudad Bolívar a Trinidad, vieron flotando en las aguas del Orinoco tres cadáveres amarrados y con señales de violencia. Cuenta R. J. Velásquez que más tarde el agricultor Pedro Mata sacó de las aguas los cuerpos y les dio sepultura a la sombra de unos cacaotales. Antonio Paredes estaba amarrado y apretado por los brazos y las muñecas con un mecate que le daba vueltas alrededor del pecho y de la espalda. Tenía dos balazos en el pecho y estaba descabezado. La tarea estaba hecha y la posición de J. V. Gómez ya no tenía contendores importantes.

Cipriano Castro todavía permanecerá veintiún meses en el poder. El mismo presidió sus funerales como hombre poderoso. Fueron tiempos lentos, monótonos, al gusto de su sucesor, que hundió el país en el pasmoso silencio de los andinos. Dirá Velásquez, uno de nuestros imprescindibles y el único abuelo que nos queda,  “los mismos problemas, el mismo estilo oficial, la misma literatura en los periódicos”. Veintiún meses de vacilación, fiebre y zozobra, colocados preponderantemente en el mismo drama y la misma crisis de fe, de moral y de rumbo. De principios quebrados cuando se colocan en contacto con la realidad y de palabras que se utilizan para disfrazar y no para definir las intenciones. Las mismas mentiras convertidas en promesas violadas, y el ancestral de la muerte que juega a la ruleta con la suerte de los pueblos.

Condenados a los mismos sentimientos
David Hume

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

 

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