por: Víctor Maldonado C.
“El poder es el demonio de la humanidad”
F. Nietzsche
Max Weber fue el primero que hizo una advertencia crucial en relación con cualquier régimen de dominación cuando lo calificó como una probabilidad de encontrar obediencia, que será mejor cuanto más legítimo sea el mandato, y tenderá a cero cuando sea más forzada. En el primer caso se impone la autoridad, y en el segundo no queda más remedio que obligar la subordinación a través de algún tipo de violencia o coerción.
Manuel García Pelayo solía decir en sus escritos que hay una diferencia crítica entre el poder que somete y la auctóritas que provoca adhesiones. El autor llamaba así a cierta capacidad que llegan a tener algunos líderes para condicionar la conducta de los demás, es decir, lograr que los otros se inclinen a seguir una opinión o una conducta a pesar de mantener intacta la posibilidad de no acatar la recomendación propuesta. La diferencia no es sutil. El poder es la posibilidad directa o indirecta de determinar la conducta de los demás, sin consideración de su voluntad. A través del poder se puede sustituir la voluntad ajena por la propia mediante la aplicación de cualquier medio coactivo o de un recurso psíquico inhibitorio de la resistencia. La auctóritas, por el contrario, es una relación de motivación, es decir, se basa en la creación, por parte del que ejerce la Auctoritas, de motivos de seguimiento que son reconocidos por los seguidores, que a pesar de esto, siempre preservan la libertad de elección.
La Auctóritas se ensambla muy bien dentro del sistema de autoridad, pero no es lo mismo. El poder que se ejerce de la posesión de determinado cargo o posición puede ser ejercido autoritariamente y conducir al desastre. Parafraseando a Jonh Locke, el autoritarismo no es otra cosa que la vieja tiranía. Algunos gerentes tienen la convicción equivocada de contar con un poder absoluto, indiscutible y arbitrario que pueden ejercer como les da la gana y cuando les venga en gana contra cualquiera de sus colaboradores.
La connotación de poder absoluto no tiene aquí carácter estético. Quiere decir que se ejerce sin derecho a réplica, pretendiendo que la delegación puede ser parcial o reversible sin dar explicación alguna. O que se puede ejercer sin atender a ciertos aspectos que Henry Mintzberg considera importantes para integrar los objetivos personales y los objetivos formales de la organización: (a) el diseño estructural que legitime la división de las tareas y la jerarquía (b) el sistema de remuneraciones (c) el sistema de control personal (d) el sistema de control burocrático y (e) la ideología.
Aunque algunos gerentes crean que sí es posible, la experiencia indica que no se deben patear todas estas recomendaciones para sustituirlas por una pataleta. No se pretende dejar de lado la inmensa responsabilidad de quienes tienen a cargo la dirección y el seguimiento de las tareas. Pero peor lo hacen quienes tratan de salvar estos obstáculos a través de la alternancia psicotizante y esquizofrénica entre un discurso falsamente integrador y una práctica realmente draconiana. Se trata de asumir con seriedad el liderazgo, construyendo poco a poco la posibilidad de contar frente a los demás con suficiente Auctoritas para lograr la aquiescencia de la mayoría. Quien posee la capacidad para ser Auctor, podrá fundamentar o fortalecer un juicio o una decisión. Será un gran argumentador, oirá con atención y nunca dejará de lado la necesidad que tienen los otros de encontrarle una explicación razonable a los procesos de cambio que ocurren dentro de las organizaciones.
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