V. Maldonado: Los presos del Comandante

Esta Semana, Víctor Maldonado aborda el tema de la libertad en Venezuela, y señala que  todos estamos bajo sospecha, y somos víctimas potenciales de un estado de cosas en las que todo vale dentro de esta demolición de la República”

por Víctor Maldonado C.

“Libre es el hombre que no obedece a otros hombres sino a las leyes”. De esta manera exponía Nicolas de Cusa en el ya lejano siglo XV la necesidad de amparo que requieren la dignidad y la libertad humana, siempre amenazadas por la voracidad del poder.

Desde los albores del Renacimiento se hizo patente que sólo el imperio de normas abstractas e impersonales podían garantizar un orden digno, cierto y seguro, porque la otra opción, pensar que la benevolencia del soberano era posible, terminó siendo a la luz de la experiencia histórica un fraude monumental. Una y otra vez fue posible constatar que si el poder sometía a la norma el resultado no era otro que la barbarie, por lo que todo el esfuerzo civilizacional se concentró en despojar al poderoso de esa capacidad inmensa para la arbitrariedad, destronarlo de esa posición tan peligrosa para el resto, y colocar en ésa posición a la norma. Esta prevención forma parte de la esencia de cualquier posibilidad de evolución social, y como tal ha sido proclamada desde la antigüedad. El poeta griego  Píndaro, en el siglo V antes de Cristo, pugnaba por imponer el principio del Nomos Basileus, es decir, que las normas fueran el rey que todos debíamos obedecer y que el mandatario solo fuera el custodio y el realizador del Derecho. Y es que cualquier otra cosa provoca el desplome de la convivencia y la insurgencia del terror entre los hombres.

La mayoría siempre es circunstancial, y de ninguna manera justifica ser el dueño de la verdad. Un gobierno por lo tanto es una realización meramente temporal de las propias metas e ideas políticas, siempre y cuando ellas no contravengan los principios, derechos y garantías previstos en el ordenamiento jurídico para favorecer y proteger la integridad del individuo. Por eso mismo no hay nada más antidemocrático y peligroso que la pretensión de perpetuidad del gobernante y la inmutabilidad de un proyecto que tiene que imponerse hasta la última letra antes de conceder al pueblo la oportunidad de un cambio. Cuando eso ocurre la democracia desfallece y surge la dictadura y el despotismo.

Beneficiar al ciudadano no es un problema de confianza sino de balances. Por eso mismo no hay Estado de Derecho que no esté concebido para bloquear el abuso de poder a través de la separación y la plena autonomía de poderes, mecanismos de control y rendición de cuentas, y la más absoluta independencia de la justicia. El Estado de Derecho debe cautelar los derechos humanos, a la vida, a la propiedad, a la presunción de inocencia, el debido proceso y el tener un juicio justo y rápido. Si estas garantías no están presentes, o están aplastadas en la realidad por la fusión monolítica de todos los poderes en la voluntad de una sola persona, entonces nos encontramos con la triste realidad de que cualquier circunstancia, por más atroz que parezca, puede ser posible.

Es el caso de los presos del Comandante. Demolidas las formas y abatida la esencia del derecho por una mayoría que se siente imbatible e irrevocable, comenzamos a ver con cuanta facilidad cualquiera de los ciudadanos, por la mera circunstancia de resultar incómodos al régimen, terminan expoliados, perseguidos, infamados, exiliados y presos. Lo que resulta menos interesante es el por qué. En el camino, esos detalles han pasado al plano de la insignificancia. Empresarios trastocados por la voluntad del tirano en delincuentes, humillados sistemáticamente por un aparato propagandístico que se ceba en la infamia, terminan confinados en un limbo del cual no pueden salir. Políticos inhabilitados, exiliados y presos, denunciados como ladrones, mientras los que roban acumulan puestos, privilegios e inmunidad. Dirigentes sindicales son detenidos y luego sentenciados por no se sabe qué, para aplacar la insaciable sed de venganza del líder del proceso, que está detrás de todo el guión,  pues es él quien manda públicamente al resto de los órganos públicos a hacer esa extraña justicia revolucionaria que se regodea en la abyección también pública, encomendada a otros a quienes al parecer les resulta imprescindible acumular favores e indulgencias en el paraíso que se promete a los que se mantienen fieles al régimen. Cualquier anécdota solo demuestra hasta donde hemos llegado. Cualquier alusión simplemente provoca más asco y más miedo.

Lo cierto es que todos estamos bajo sospecha, y somos víctimas potenciales de un estado de cosas en las que todo vale dentro de esta demolición de la República que tantas veces hemos advertido, porque no hay libertad posible mientras la ley sea constantemente pisoteada y abrumada por esta condición tan brutal que implica el que todo dependa de la voluntad de un hombre.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

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